Ante esta realidad hay una esperanza: La Eucaristía.
El Evangelista san Juan (Cap. 61) narra como el Maestro proclama: ¨Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed¨ (Jn. 6, 35). Teniendo presente sus palabras es significativo preguntarnos: ¿A dónde se debe andar? ¿Con quién se debe ir? ¿Por qué así?
¿Dónde?
¨El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él¨. (Jn. 6, 56). En Él. Permanecer en Jesús. Este es el dónde. No solo del cristiano sino de la humanidad. Quien persevera en el permanecer es aquel dichoso que ha encontrado el sentido de la vida.
¿Quién?
¨Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo¨. (Jn. 6, 51). Yo soy… yo daré… Él es el quien. Cristo es la persona que da plenitud a la existencia anhelante de amor.
¿Por qué?
¨Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida¨. (Jn. 6, 55). La única razón es Él. Él es el alimento que verdaderamente sacia e inmortaliza el corazón. El Dios encarnado se dona al mundo para colmarlo de eternidad.
¿Cuál es la meta? ¿Dónde? ¿Quién? ¿Por qué?
Cuatro preguntas esenciales de la existencia humana, que tienen en común una respuesta: Jesús de Nazaret. Este divino hombre está presente en un insignificante pedazo de pan: La Eucaristía. Amor de amores. Puerta de eternidad. Misterio que no se comprende con la razón, pero se contempla con el corazón.
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