Pérdida. Todos la hemos experimentado de una u otra forma, con uno u otro dolor… siempre con algún dolor. Luego, descubrimos que esa experiencia, si bien puede dar pie a encerrarnos en nosotros mismos… también nos ayuda a comprender y acompañar al prójimo en su propia pena, en su propio duelo.
¡Es bueno aprender a “sufrir bien” para aprender a “acompañar bien”! Acompañar no es sinónimo de “resolver”, no podemos resolver el sufrimiento ajeno, pero sí podemos colaborar con nuestra presencia, nuestro apoyo, nuestra oración, nuestro cariño.
La importancia de la presencia en momentos de pérdida
Cuando alguien atraviesa el dolor del duelo, lo más importante que podemos ofrecer es nuestra presencia. No siempre es necesario hablar o dar consejos; estar presente físicamente ya transmite apoyo. A veces, la simple presencia en el duelo puede ser más efectiva que cualquier palabra.
En el libro de Job, hay un momento en que sus amigos se acercaron y se sentaron con él, pero nadie se atrevía a decirle nada. El silencio es, muchas veces, el paso más prudente.
El duelo es un proceso único para cada persona, por lo que no debemos apresurar a quien lo sufre a «superar» su dolor. Ofrecer nuestro tiempo y estar disponibles cuando la persona lo necesite es un acto de amor que fortalece la fraternidad.
Además, acompañar puede significar estar presente en los momentos cotidianos que se vuelven difíciles para quien sufre. Pequeños gestos como preparar una comida o simplemente estar al lado de la persona mientras realiza una tarea cotidiana pueden marcar la diferencia. De esta forma, la fraternidad en el duelo cobra vida en actos sencillos, llenos de empatía.
La empatía y el silencio: el arte de acompañar sin invadir
Como lo mencioné en el punto anterior, en muchas ocasiones, acompañar a una persona en duelo implica más escuchar que hablar. La empatía es esencial para ofrecer un acompañamiento sincero, ya que nos permite conectarnos con el dolor del otro sin intentar imponer soluciones o minimizar el sufrimiento.
Una vez más: es importante recordar que acompañar en el duelo no significa ofrecer respuestas, sino estar allí con una escucha activa y respetuosa.
El silencio, en estos casos, es una herramienta poderosa. Permitir a la persona en duelo que exprese sus emociones sin interrumpir o sin tratar de llenar los vacíos con palabras innecesarias es un acto de respeto.
La presencia en el duelo se nutre de estos momentos silenciosos, donde el acompañante simplemente está disponible, demostrando que el dolor del otro es reconocido y respetado. La empatía y el silencio, bien empleados, pueden ayudar a aliviar el peso emocional de la pérdida.
Podrán luego llegar las palabras de consuelo, recordatorios de esperanza, que reavivan la fe, que animan la caridad. Los amigos de Job también, después, le pidieron permiso (qué linda “genuflexión” antes de entrar al alma del otro) para darle un consejo.
Pero ese consuelo verbal debe ir precedido del silencio que le abre la puerta, que tiende el puente, que procura no irrumpir.
El duelo como un proceso compartido: la fraternidad que sana
Aunque el duelo es un proceso individual, compartir el dolor con otros puede ayudar a sanar.
La fraternidad en el duelo no se trata solo de consolar, sino de caminar juntos en un camino lleno de emociones… estar disponibles para los demás en estos momentos de vulnerabilidad nos enseña que el dolor puede ser más llevadero cuando se comparte.