En ese salirnos de nosotros mismos para formar parte de algo más grande, que Dios nos pide a ti y a mí. En esa simpatía que a la vez puede parecerte no tan agradable para dar un poco de tu tiempo a otros. Los silencios o el no actuar de personas ante las realidades duras de los tiempos dejan un portón abierto para que el mal se expanda.
Actitud pasiva
Si tu fe solamente se enfoca en tu oración o relación con Dios sin llevarte a la acción es incompleta, pues debe transformarte por dentro para que puedas vivir en relación con los demás, amando como Cristo. Suena un poco mágico y es que el mago aquí es el Espíritu Santo a través de Su gracia, que te permite conformar tus pensamientos, sentimientos y acciones a los de Cristo.
Por eso la espiritualidad cristiana te lleva a la fraternidad, te lleva al encuentro con el otro, te lleva a la preocupación por el otro, en definitiva… a querernos bien. El auténtico querer humano pasa por querer lo mejor para los demás, por buscar el crecimiento y bienestar físico, moral y espiritual de quienes nos rodean. La verdadera fe se manifiesta en amor activo hacia Dios y hacia los demás.
Y es que el plan divino se realiza en la interacción con los demás, en la transformación de la sociedad. Por eso la indiferencia ante el sufrimiento, injusticias o necesidades del prójimo no forma parte de la vida de un verdadero cristiano.
La Iglesia en el corazón del mundo y el mundo en el corazón de la Iglesia
La Iglesia está llamada a ser luz en el corazón de la sociedad, participando de manera activa en las situaciones comunes del diario vivir. Hay gente que la ve como una institución apartada, distante y fría, pero en realidad es una comunidad viva y presente en la vida de cada uno de nosotros.
Somos testimonio a través de nuestras obras, ya sean éstas obras de caridad, apoyo a los más vulnerables, en la promoción de la paz y la justicia.
Ser ‘el corazón del mundo’ es estar en el centro de la vida social, económica y cultural, influenciando el entorno con valores cristianos de amor, solidaridad y respeto por la dignidad humana.
La Iglesia, además de estar presente en el mundo, también acoge al mundo en su interior; es decir que está abierta a los problemas, preocupaciones y esperanzas de la humanidad. ¿Qué tanto escuchas?, ¿acompañas?, ¿comprendes las alegrías y dolores del mundo?
Como comunidad de fe estamos llamados a hacerlo ofreciendo así una respuesta desde el Evangelio; mensaje central de la fe cristiana que revela el Amor y la salvación de Dios a través de Jesús, invitando a todos a una vida de fe y conversión. La Iglesia se convierte así en un lugar de encuentro, diálogo y sanación, donde todas las personas pueden sentirse comprendidas y apoyadas. La fe no es ajena a las realidades del mundo, responde a ellas.
El amor construye puentes
En la encíclica Fratelli Tuti el Papa Francisco hace un llamamiento al “milagro de una persona amable”, actitud que debe ser recuperada porque es “una estrella en medio de la oscuridad”… Una persona amable crea una sana convivencia y “abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes”.
Y me pregunto: ¿Estás dispuesto a regalar una sonrisa?, ¿a detenerte un rato para atender a otro?, ¿a transmitir cariño en tu trato personal? Acompañar bien ayuda a sanar el dolor, el sufrimiento, las heridas de otra persona u otras personas y es un regalo en ambas direcciones.
Testimonio de fraternidad
Hace poco una pareja de esposos italianos, Andrés y Ana Losi quienes viven actualmente en Ecuador, asistieron al Congreso Eucarístico junto con sus hijos; son voluntarios de la Operación Mato Grosso de ayuda a los más necesitados. Y quiero compartirles brevemente su testimonio de fraternidad. Ambos esposos habían notado que un matrimonio vecino no iba muy bien, que el esposo era alcohólico y maltrataba a su esposa.
Un buen día decidieron tener un acercamiento con la señora a quien empezaron a recibir en su casa en un ambiente de familia para brindarle compañía. De esta manera sentían que la ayudaban, que ella pasaba buenos momentos, pero no entendían por qué seguía con el esposo.
En otra ocasión, se acercó el esposo a su puerta y lo hicieron pasar. Él les contó que antes no era alcohólico ni trataba mal a su esposa, que este cambio se dio cuando a ella se le presentaron episodios de epilepsia en su vida, en ese momento él se derrumbó y lloró ante ellos; les pidió ayuda porque quería cambiar. Es así como Andrés y Ana entendieron las heridas y el amor de los dos.
Cerca de Cristo
A partir de esta experiencia empezaron a ver a las personas con los ojos de Dios. “Es como si cada persona tuviera la Biblia adentro”, exteriorizó Ana. Acoger a los demás no solamente ayuda a los otros, a nosotros nos cambia, nos humaniza y nos pone más cerca de Cristo.
En definitiva, cada uno de nosotros, como somos, tejemos la riqueza de la fraternidad. Por eso la Iglesia no es un refugio aislado, sino una comunidad activa, comprometida y abierta al mundo, capaz de sanar, acoger y transformar.
¿Cuántas veces el egoísmo y la pereza te impide darte, te impide servir? Tenemos muchas oportunidades.
Recibir a Dios en la mente es pensar como Él lo hace, recibirlo en el corazón es amar como Él ama… ¡Qué tu testimonio hable!