Giuseppe Sarto, segundo de diez hermanos, nació en 1835, en una familia pobre: su padre era cartero del pueblo de Riese (Italia) y su madre costurera.
Desde pequeño sintió el llamamiento al sacerdocio. Con el fin de encaminarlo hacia la realización de dicha vocación, sus padres lo enviaron a la escuela, afrontando para ello dificultades económicas. El niño, consciente del sacrificio de sus progenitores, trataba de aliviarles esa carga.
Para no gastar los zapatos, se descalzaba y los llevaba al hombro, volviéndoselos a poner cuando se acercaba a su destino. ¡Y esto con tan solo 11 años! En la escuela llegó a destacar como uno de los mejores alumnos.
Concluidos sus estudios en el seminario, fue ordenado sacerdote en 1858 y enviado a Tombolo como ayudante del párroco.
Nueva vida parroquial
Durante el día celebraba la Misa y atendía Confesiones y por la noche preparaba las catequesis y sermones, además de profundizar en sus estudios.
Giuseppe Sarto
Nueva vida parroquial
Durante el día celebraba la Misa y atendía Confesiones y por la noche preparaba las catequesis y sermones, además de profundizar en sus estudios.
Su párroco decía de él: «Me han mandado como vicario a un jovencito a quien debo preparar; creo que va a suceder al revés; es tan celoso, tan lleno de buen sentido y dotes, que yo aprenderé de él». Sin embargo, ante su deseo de formarlo, le corregía sus homilías.
No pasó mucho tiempo para que las predicaciones del P. Sarto empezaran a brillar por su elocuencia, piedad y por conmover los corazones, hasta el punto de que el párroco comentara bromeando: «Muy bien, muy bien. Pero estará feo que el vicario predique mejor que el párroco…».
En 1867 fue nombrado párroco en Salzano. Elaboró un plan de trabajo que cumpliría al pie de la letra: visitar a todos los fieles, predicar la Palabra de Dios, ser incansable en el confesionario, confortar a los enfermos y estar a disposición para asistir a los moribundos. Todo ello sin descuidar el catecismo, cuyas clases llamaban la atención por el buen humor y alegría con que las impartía.
En esos años sobrevino una horrible epidemia de cólera en aquella región de Italia, que cobró muchas vidas. Sin miedo al contagio, el P. Sarto redobló los cuidados con aquellos que la Providencia le había confiado, visitando a los enfermos para confortarlos.
Ayudando en el Seminario
Seminario en Traviso
En 1876 el P. Sarto es nombrado director espiritual del seminario en Treviso. Uno de los doscientos jóvenes que allí se formaron dijo de él: «Uno tenía la impresión de que en él hablaba el Señor, porque su palabra respondía siempre a nuestras necesidades y disipaba todos los temores».
En efecto, transmitía a los muchachos el fuerte sentimiento de confianza en la Providencia que sustentaba su propia vida interior y una alegría simpática y comunicativa que ahuyentaba del alma las amarguras, haciéndola ágil y flexible.
A la par de la agotadora tarea de cuidar de aquellos doscientos jóvenes, mantenía a su cargo la catequesis para los niños, los sermones en las iglesias y los trabajos del obispado.
Vida Episcopal
Diócesis de Mantua
Nueve años más después fue elevado al orden episcopal para la diócesis de Mantua. Después de su ordenación episcopal hizo una visita a sus padres. Su mamá, mirando orgullosa el anillo episcopal, le dijo:
Sí Giuseppe, es muy hermoso, pero tú no lo hubieras recibido nunca de no haber sido por este. Y levantó su mano que lucía un sencillo anillo de matrimonio.
De la situación de su diócesis dijo: «Aquí estoy, en una región de infieles. Imagínese que en una parroquia de treinta mil almas han concurrido a la Misa del obispo cuarenta mujeres, de las cuales ocho han comulgado…». No obstante, de ninguna manera se dejó abatir ante esta situación.
Su primera ocupación en Mantua fue el seminario. Mons. Sarto necesitaba sacerdotes: «Los únicos frutos que me ofrece este año mi seminario son la ordenación de un presbítero y de un diácono. ¡Qué miseria y cómo se me aprieta el corazón, cuando necesitaría cuanto menos cuarenta!». Sin embargo, no nos engañemos: Mons. Sarto no buscaba números, sino ministros según el corazón del Señor.
Era inflexible cuando algún seminarista no presentaba signos de vocación: lo invitaba a abandonar el Seminario. Lo hacía con dolor, pero con plena determinación, pues la vida le había enseñado que los sacerdotes motivados por cálculos humanos e intereses terrenales se convertían en un castigo de Dios.
Otra de sus preocupaciones era el clero de la diócesis, predicándole principalmente con el ejemplo. Cierta vez, le preparó una sorpresa a un sacerdote que atrasaba el inicio de las confesiones por quedarse durmiendo un poco más de tiempo: cuando entró en la iglesia se fijó que había alguien atendiendo a los penitentes en su lugar y al levantar la cortina del confesionario vio al obispo, quien esbozó una sonrisa.
Los planes de Dios
Cardenal Sarto
Cuando Mons. Sarto cumplía treinta y cinco años de sacerdocio, León XIII lo creó cardenal y luego lo promovió a patriarca de Venecia.
En 1903, habiendo fallecido el Papa, los cardenales de todo el mundo se dirigieron a Roma para elegir al nuevo sucesor. Se cuenta que Mons. Sarto fue el único cardenal que compró el pasaje de ida y vuelta, pues estaba muy lejos de sus pensamientos la idea de convertirse en Papa.
El 4 de agosto de 1903 el cardenal Sarto aceptaba su elección como Sumo Pontífice, tomando el nombre de Pío X. Adoptó como lema: «Instaurar en Cristo todas las cosas».
Hizo como pontífice lo que siempre venía haciendo, solo que ahora a escala mundial. Así pues, le dio una profunda atención al catecismo, promoviendo una nueva edición; facilitó la comunión frecuente y permitió que los niños la recibieran a partir de los 7 años.
Se cuenta que en cierta ocasión una señora inglesa presentó a su hijo al Papa para que lo bendijera.
– Espero que pronto pueda recibir la Primera Comunión -comentó la madre.
El Papa entabló un corto diálogo con el niño: -¿A quién recibirás en la Comunión?
-A Jesucristo -contestó sin dudar el niño.
– Jesucristo, ¿quién es? -volvió a preguntar el Papa.
También esta vez la respuesta del niño fue rápida: Es Dios.
El Papa se dirigió entonces a la madre y le dijo: Tráigamelo mañana, y yo mismo le daré la Comunión.
Durante los once años que duró su pontificado hizo frente al modernismo, promovió el estudio del catecismo y la codificación del derecho canónico, reformó los seminarios, reestructuró la Curia Romana e impulsó la práctica de la comunión frecuente.
Falleció en 1914. Fue canonizado en 1954 por Pio XII.
Tal como antes un sencillo pescador, ahora el hijo de un cartero llegaba a Papa y… ¡santo!
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