Haciendo un poco de memoria, recuerdo que los apóstoles, cuando estaban tratando de ver cuál debería ser quien reemplace a Judas Iscariote, hicieron un juego de suerte y fue Matías quien se benefició de esto. La lógica detrás de esta acción, intuyo, era que el resultado sería la voluntad de Dios, es su gracia.
Y entonces, ¿la suerte es la gracia?
Profundicemos un poco, si es que vemos a la suerte como superstición. Por ejemplo, la cábala de usar siempre la misma camiseta cuando juega nuestro equipo, o tener una pata de conejo en nuestro llavero… pues claramente no son creencias católicas. Por lo que, podemos concluir, que lo que asumimos que es “buena suerte” hoy en día no es lo mismo que pensaron los apóstoles cuando echaron a suertes el puesto 12.
Para los católicos, dentro del mundo hay una fuerza poderosa que guía y empuja, esta fuerza se llama Providencia Divina (gobierno y cuidado de todas sus criaturas llevándolas hasta su propio fin). Esta es la obra de Dios en la persona del Espíritu Santo. Quien ilumina, apoya, genera y propone a todos los cristianos el camino apropiado para nuestra salvación. Es una fuente de inspiración divina.
El Catecismo de la Iglesia lo describe claramente en el punto 1999: “La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla”. El Espíritu Santo infunde dones para sanar nuestras almas.
Entonces, la gracia es en realidad un regalo de Dios. Un regalo que mantiene una comunicación abierta entre el ser humano y Dios, que permite que recibamos los regalos que Dios nos tiene preparados, que nos protege y nos prepara para la vida celestial.
Gracia Santificante y Gracia Actual
La gracia santificante es un don gratuito que Dios nos otorga para hacernos participantes de su vida trinitaria y capaces de actuar por su amor. Es llamada gracia habitual, santificante o divinizadora porque nos santifica y nos diviniza. Es sobrenatural porque depende completamente de la iniciativa gratuita de Dios y supera las capacidades de la inteligencia y los poderes humanos. Por lo tanto, escapa a nuestra experiencia.
La gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y sobrenatural que perfecciona el alma misma para permitirle vivir con Dios y actuar por su amor. Se distingue de las gracias actuales, que se refieren a las intervenciones de Dios, ya sea al comienzo de la conversión o en el curso de la obra de santificación.
Dios también actúa a través de muchas gracias actuales que nos ayudan para cosas concretas y temporales, como pasar por un momento difícil o afrontar una tentación, se deben distinguir de la gracia habitual que es permanente en nosotros.
Don gratuito
La gracia santificante es un don gratuito de Dios que nos santifica y diviniza, mientras que las gracias actuales son intervenciones específicas de Dios en nuestra vida para ayudarnos en el camino de la santificación. La gracia santificante es permanente en nosotros, mientras que las gracias actuales son temporales y se refieren a momentos específicos de nuestra vida espiritual.
En la vida, perdemos aquella gracia de Dios cuando estamos viviendo en pecado mortal. Porque, “movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto” (Catecismo de la Iglesia Católica, punto 1989). Dios nos llama, Su gracia es una invitación abierta para regresar a Él.
“La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y solo puede ser conocida por la fe” (Catecismo de la Iglesia Católica, punto 2005).
Sin embargo, a pesar de que exista ese camino abierto y directo a estar den gracia de Dios, este camino no está disponible para quienes no tienen fe. Sabemos que la gracia es un don divino, un don difícil de entender que pueda estar a nuestro alcance. Porque, ¿qué somos nosotros sino simples criaturas indignas de Dios? Pero Dios nos ama. Nos creó para vivir en gracia, en comunión con Él.
Quiero invitarlos a reflexionar sobre esto último. Dios nos ama, quiere tener una relación personal con cada uno de nosotros. Nos espera en el sacramento de la confesión, todo el día… todos los días. Quiere que estemos con Él.
¿Nosotros queremos lo mismo?