Jesús elige a los apóstoles y los llama por su nombre
Jesús escogió entre sus discípulos, a un grupo de doce hombres a los que denominó apóstoles. Los llamó uno a uno, personalmente, por su nombre, para que fueran testigos de sus acciones, de sus palabras y de su resurrección: “Los nombres de los doce Apóstoles son estos: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, el de Alfeo, y Tadeo, Simón el Cananeo, y Judas el Iscariote, el que le entregó”.
Este 28 de octubre, la iglesia conmemora a dos de ellos: Judas Tadeo y Simón Cananeo o Zelotes, de quienes se hace muy poca referencia en los evangelios.
Jesús busca el trato personal con cada uno de sus apóstoles. Desea que lo acompañen, quiere entregarles sus enseñanzas para que queden grabadas en sus corazones, enciende en sus almas el deseo de propagarlas en cualquier lugar del mundo.
A través del trato y convivencia diaria, en que lo escuchan atentamente, recorren con él los caminos de Judea y Galilea, lo ven sanar enfermos, devolver la vista a los ciegos, hacer andar a paralíticos y hasta resucitar a los muertos, el Señor constituye, de esta pequeña comunidad de hombres, los cimientos de la iglesia.
Hombres de poca fe
Los apóstoles supieron dar un valiente y fructífero testimonio de fe llevando la “buena nueva” del Reino de Dios a la humanidad entera. Lo dejaron todo para seguirlo a Él. Su generosidad fue enorme pero su fe muchas veces débil. La fe en ellos necesitó ir creciendo y madurando con el tiempo.
¡Cuántas veces sintieron miedo e inseguridad, aún estando al lado de Jesús!, como la ocasión en que las olas cubrían su barca durante una fuerte tormenta en el mar de Galilea, mientras el Señor dormía. Los discípulos se acercan a Él y lo despiertan diciendo: ¡Señor, sálvanos que perecemos! ¿Por qué teméis, hombres de poca fe?, les responde.
También debieron luchar contra una visión excesivamente humana. Santiago y Juan, en una oportunidad, se acercan junto a su madre a Jesús y le piden sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda en su reino. Pensaban en un reino terrenal. “No saben lo que dicen”, les contesta Jesús.
Tampoco estaban preparados para comprender el sentido y valor del sufrimiento. Pedro reprende al Señor cuando les anuncia su pasión ¡lejos de Ti Señor! ¡No te sucederá eso! (Mateo 16,22).
Jesús, con inmenso amor, paciencia y misericordia, comprende a estos hombres sencillos e ignorantes, los guía y los prepara poco a poco. ¡Qué maravillosa es la pedagogía divina!
La inquietud de Judas Tadeo, reflejo de nuestras inseguridades.
El nombre de Judas Tadeo aparece en el momento crucial de la última cena, en que Jesús instituye el sacramento de la Eucaristía y le confía a sus apóstoles el poder de celebrarla. Entonces, Tadeo interviene preguntándole: Señor, ¿Qué pasa para que te hayas de manifestar a nosotros y no al mundo?
Su duda o cuestionamiento genera la ocasión para que Jesús explique cómo la acción de la gracia y el Espíritu Santo actuarán en sus almas, para ayudarlos en la tarea evangelizadora que les ha encomendado: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a Él y haremos morada en Él “(Juan 14,23)
Más adelante agrega “Estas cosas las he dicho estando con vosotros, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho” (Juan 14, 25-26).
Confianza en Dios.
Judas Tadeo y Simón, como los demás apóstoles, fueron escogidos personalmente por Jesús. Formaron parte del grupo de los doce que, con características tan diferentes unos de otros, y con limitaciones y defectos, como los tuyos y los míos, supieron reconocer en Jesús al hijo de Dios hecho hombre, y lograron perpetuar sus enseñanzas, gastando su vida, como Cristo se entregó por nosotros en la cruz. “Ámense unos a otros como yo os he amado”.
Que su ejemplo nos impulse a confiar menos en nuestras propias fuerzas y a confiar más en Dios y en la acción del Espíritu Santo.
Dios nos llama también a ti y a mí, personalmente, a ser apóstoles y a seguir los pasos de Jesús, que pasó haciendo el bien, sirviendo generosamente a los demás.