Se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos (Mt 5,33).
“El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo”.
¿Te has preguntado alguna vez, cuántas veces mientes y por qué?
Desde hace unos meses tenía en mente escribir sobre la mentira (el octavo mandamiento). Esta decisión la tomé convencida de que el que leyera sobre el tema le sería fácil meditar y poner en práctica este mandamiento; pero investigando me pude percatar que es un propósito que tiene que ver más que nada con la decisión y el hábito de mentir, ya que hemos utilizado la mentira como un mecanismo defensivo.
Se puede hablar sobre un hábito o sobre algo si lo has vivido, o por medio de las experiencias vicarias. Con el transcurrir de los años y en la búsqueda de ser mejor persona; de ser honesta, de ser un ejemplo ante los demás, comencé por poner en práctica las lecturas de las Escrituras y las reflexiones del Evangelio. La importancia de respetar los mandamientos, ser consciente de vigilar y cumplirlos.
No soy una persona mentirosa, pero sí tuve problemas cuando niña y adolescente porque mentía sin necesidad, lo que me costó tristeza y mucho dolor cuando decía la verdad y no me creían. Dejas como una huella imborrable por la que te catalogarán siempre.
La verdad de la mentira
La sicóloga María Jesús Álava, autora del libro La verdad de la mentira, dice que el niño nace sin malicia y que aprende a mentir según sus experiencias. Mientras viví con mi madre, no recuerdo que la escuchara mentir, pero sí me gané muchos correazos por las mentiras que le decían los vecinos sobre mis travesuras de niña. Ella decía siempre: “Los adultos no mienten”. O era muy ingenua o sabían mentirle muy bien.
Las circunstancias de la vida me obligaron a vivir en diferentes lugares, y quizá, de allí, las mentiras. Lo que sí recuerdo es que la comunicación con mi madre era poca, así que para llamar su atención llegaba del colegio (once o doce años) con alguna mentira.
Nunca olvido, una vez que viajaba en el tren que nos transportaba al colegio y vi como enredaba en sus rieles a un perro. Llegué a casa, le conté a mi madre el accidente, pero no que había sido un perro sino una persona. Ella me creyó y hasta algunas lágrimas asomaron a su rostro. Yo estaba encantada de ver que me había puesto atención. Así que al percatarme que me hacía caso, mentía más para ser escuchada.
La mentira para eludir una realidad
De adolescente mentía por miedo a que me pegaran. Otras veces para eludir algún compromiso o librarme de algún chico que me cortejaba. En una ocasión, conocí a uno que vivía por el mismo lugar y siempre nos encontrábamos. Nos hicimos amigos, pero al insistir y ver que ya no me quería como amiga, se me ocurrió, para quitármelo de encima, hacerme la (“aérea”) la asombrada ante sus requiebros. Le dije que estaba equivocada, que él conocía a mi hermana gemela, que ella había partido al interior, que éramos idénticas y muy difícil de que nos distinguieran a menos que estuviéramos juntas. Así logré despistarlo.
Todos esos momentos y experiencias sobre las mentiras se las contaba a mis hijos para que se dieran cuenta de que mejor era decir la verdad. Esto me ayudó mucho a la hora de presentarme a sus escuelas ante algún problema. Escuchar su versión, cosa que (quizá por ignorancia) mi madre no hacía.
Quitar peso de encima
Al no mentir te vas quitando un peso de encima, te vas sintiendo libre y en paz, especialmente ante el Señor y ante el que hablas, aunque quizá el receptor no te crea, tú sabes que no estás mintiendo.
En una ocasión, conversando con mi hijo (vive en el exterior) él quería saber cómo estaba, le respondí que bien, pero no me creía (quizá pensando que no lo quería preocupar) y le dije: No te miento, además me he propuesto no mentir para nada, ni mentiras blancas, azules, piadosas… Él me respondió (con otras palabras) “pues estarías bien tonta si lo hicieras, ya que eres adulta y no tienes necesidad de hacerlo, nadie te va a pegar o hacer algo”. Y tenía razón, así que estuve más pendiente de los momentos en que por X o Y razón había la necesidad de una mentira, desistir de ella.
Cada vez que te encuentras ante una situación que te induce a mentir y logras evitarlo, sientes un gran regocijo y satisfacción porque es un triunfo que se obtiene al saber que estás cumpliendo con uno de los mandamientos.
Decía Unamuno que el único culto perfecto que puede rendirse a Dios es el culto de la verdad. Ese reino de Dios, cuyo advenimiento piden a diario maquinalmente millones de lenguas manchadas en mentira, no es otro que el reino de la verdad.
La verdad es la mejor opción
A la hora de comunicarnos, porque la mentira constante acabaría sumiendo a todos en la tristeza, especialmente, si esto sucede en el ámbito familiar.
Dios nos dio un regalo, el comunicar a otros nuestros pensamientos, pero para que los usáramos con la verdad y si decimos una mentira estamos haciendo mal uso de ese regalo.
“El Señor aborrece los labios mentirosos y mira con agrado a los que actúan con verdad”. Proverbios 12,22.
La Real Academia Española define que mentir, es decir conscientemente lo contrario de lo que se piensa. El español José Carlos Bermejo agrega que mentir es también ocultar con una intención perversa hechos y datos.
En su libro “La consagración de la mentira” (2012) escribe que, para sobrevivir en la naturaleza, las plantas adoptan formas y colores que les hacen menos visibles ante algunos animales y que todos los seres vivos -desde los unicelulares hasta el hombre- en su lucha por la supervivencia desarrollan estrategias de ocultamiento y engaño ante sus posibles depredadores o ante sus presas.
El mentiroso se mimetiza para lograr sus propósitos.
En el Catecismo Católico, apartado 2484 leemos: “La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según las circunstancias, las intenciones, del que la comete, y los daños padecidos por los que resultan perjudicados, si la mentira en sí solamente constituye un pecado venial, sin embargo, llega a ser mortal cuando lesiona gravemente las virtudes de la justicia y la caridad”.
Si sabemos esto, ¿por qué no ponemos en práctica el estar conscientes cada vez que vamos a mentir y abstenernos de no hacerlo si con esto complacemos a nuestro Señor y a la vez nos hace libres?
Todos mentimos
“Todos mentimos” decía en su serie televisiva el doctor House. Esta es una excusa que nos ha vendido la sociedad para que lo veamos como algo natural, pero si somos conscientes que cuando mentimos podemos provocar un daño emocional que causa amargura, deseos de venganza, tristeza, pena, odio, rencores, entonces, ¿no harías algo para evitarlo?
Un cálculo hecho por una sicóloga reveló que una persona miente cien veces al día y que cuando conoce a alguien pronuncia tres mentiras por minuto.
Mentir cien veces al día considero que es una cifra bastante alta. Y al estar escribiendo se vino a mi mente la posibilidad de que la iglesia, a través de sus sacerdotes y pastorales, hiciera hincapié en el estudio de los mandamientos.
Este caminar por la vida, esta invitación a dejar al hombre viejo, a respetar, amar, perdonar, servir, etc. podría empezar con ir erradicando el mal hábito de mentir para ser mejores personas y vivir en una sociedad justa y equilibrada.