Los de mi especie somos usados para trabajos domésticos, de hecho la palabra borrico viene del latín “borricus”, que significa caballo pequeño. Esto significa que nos despertamos cada mañana para hacer los trabajos menores que las jacas no realizan. Los potros y yeguas con que comparto establo acompañan a nuestro señor en sus viajes, son vestidos con ropas brillantes para los desfiles e incluso se alimentan con pastos más verdes que los asnos de la cuadra.
No me gustaba ser asno
Muchas veces me he preguntado: ¿por qué sucede esto? Es francamente injusto. Los hombres utilizan una expresión que tiene su origen en nuestra labor diaria: “partirse el lomo”. Y es que un pollino como yo, gris como la mayoría, se levanta al alba para hacer un trabajo tedioso, ordinario y de poco lustre y así día tras día durante los 40 años que en promedio vivimos.
“Elías, me aconsejaba mi madre cuando me escuchaba rebuznar con rabia e impotencia, aprovecha tu vigorosidad y fortaleza para lo que has sido creado. No refunfuñes, no te enojes, no te pongas triste por no tener la altura y el pelaje de los ruanos”. Sin embargo, a medida que me hacía más consciente de mi ordinaria vida mi corazón empezó a consumirse de envidia, desazón y disgusto.
Empecé a comportarme como lo hacen algunos humanos: cuando me sacaban del pajar, daba coces y rebuznaba fuertemente; si me debían cargar para caminar largas distancias no me movía ni un milímetro; ante una orden clara, me comportaba como un asno lerdo que se hace el tonto. Las consecuencias no tardaron. Fui castigado, azotado e incluso vendido. Mi alma sentía un disgusto tan enorme por los trabajos que debía realizar que incluso se me notaba en el rostro, que estaba cubierto por una mueca fea y hostil. ¡Qué lejos quedaban los días en que era un jumento feliz!
Mi elección diaria
Yo, Elías, elegía a diario cómo conducir mi vida. No aceptaba en mi interior ser un burro más. Mi aspiración más profunda era que me dieran el trabajo y la dignidad de un corcel. No le veía sentido a mi existencia de burro que además cada día se encontraba más solo pues nadie quería compartir mi amargura.
Rumiando estos pensamientos divisé un día de mucho calor a una bellísima joven montada en un borrico cargado hasta las orejas. Junto a ellos caminaba un varón de buen porte, guapo y de mirada profunda. Animaba con su ronca voz al asno que soportaba el peso de la mujer, quien estaba ya en la últimas de un embarazo. Le agradecía su esfuerzo en los últimos pasos que daba para llegar a una posada donde descansar.
La libertad Interior
Por la noche, Amit -que así se llamaba la bestia- llegó a mi pajar a descansar. Al contrario que yo, estaba muy contento, alegre y desplegaba tal vivacidad que rompió rápidamente el hielo conmigo. Me contó que María y José, que así se llamaban sus dueños, venían desde Nazaret a empadronarse por el edicto del César. Lo habían comprado para realizar este largo viaje, cargado con las herramientas de José -pues era carpintero- las cosas para el bebé y la humanidad de una mujer de nueve meses de embarazo.
Yo estaba asombrado de su felicidad, pues no tenía motivos para estarlo y le pregunté: ¿cómo puedes estar tan contento sin la categoría y el brillo de un caballo y además realizando los trabajos más duros? “¡Ahhhhh!, me respondió. Es que tengo un secreto que me transmitió mi abuela y voy a compartir contigo, mi buen amigo Elías. Se llama la “libertad interior” y consiste en que a diario soy libre para tomar decisiones en mi yo más íntimo. ¿Me someteré o no al mal humor? ¿Decido ser amargado o le hago más fácil la vida a los demás? ¿Voy a ser un juguete de las circunstancias o voy a decidir desde mi interior si vivo con la dignidad de los de mi especie?”
Decidí ser libre
¡Tenía una posibilidad de libertad! Era libre en mi fuero más íntimo, podía elegir mi actitud personal ante las circunstancias que se me presentaran: al dar vuelta a la noria, al cargar las piedras para construir el nuevo abrevadero, al sonreir mientras hacía algo tedioso. ¿Por qué envidiaba a la raza equina, cuando la mía con su serenidad y capacidad de trabajo llenaba de oportunidades a los demás?
Tomé una decisión en el alma: vivir el presente con paz, sin importar las circunstancias. Luchar por no compararme, por aceptar y desarrollar propósitos interiores de bondad que rompieran la prisión de mal que yo mismo me había creado. No había acabado de paladear mis nuevas resoluciones de libertad interior, que nadie me iba a poder quitar jamás, cuando entró José a buscar a Amir. Al encontrarlo dormido, se volvió hacia mí para solicitar mi ayuda diciéndome: “¿podrás reemplazar a mi querido borrico una noche?” Me levanté sin vacilar, estrenando mi nueva fuerza interior sin rebuznar ni una vez y lo seguí.
El regalo inesperado
Mi trabajo esa noche fue diferente a cualquier quehacer burrero realizado hasta ese instante. José me guió a la cueva donde su mujer había dado a luz a un precioso Niño Celestial. En mi oído sopló las siguientes palabras: “burrito, burrito vas a calentar al Hijo de Dios que ha nacido en el pajar”. ¡Qué oportunidad me daba el buen Dios! ¡Su Hijo necesitaba calor y me eligió a mí, un ser común y corriente… hasta ordinario! No deseaba elegancia, ni brío, ni majestuosidad sino un borrico que debutaba en sus propósitos de mejora interior. En ese precioso pesebre intuí que es en el corazón de cada uno donde se une el Cielo y la Tierra. Dios se sirve de nuestros amigos y pares para hablarnos con su voz y siempre tiene algo que decirnos. Esa noche aprendí a orar y hasta hoy rezo por esa Sagrada Familia con la que compartí la primera Nochebuena de la historia.
hermoso, conmovedor y aleccionador
Me ha gustado mucho enhorabuena
Me pareció excelente, con mucha profundidad y a la vez fácil y divertido para leerlo
Que bonito cuento, me ayudó bastante, muchas gracias👍👍👍
Fabuloso es lo que deberíamos hacer todos aprender a ser felices!!!
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