Y es que quien prueba directamente el cacao ‘Arriba’, el más apreciado a nivel mundial, sabe que es de un amargor controlado, pero con este detalle añadido tiene su ‘toque’ dulce.
De la misma forma en estos días de Semana Santa, te invito a ver y a saborear la Cruz de Cristo, pero esta vez, con ese ‘toque’ dulce del cacao que sería más bien… de alegría. Y es que cuando nos hablan de la Cruz lo primero que se nos viene a la cabeza es sacrificio, dolor, derrota y soledad. Sígueme para que le demos este ‘toque’ juntos.
Al igual que yo seguro debes considerar que este misterio humanamente se nos dificulta entenderlo, pero, lo mismo vivieron los apóstoles y otros cuando enfrentaron la Pasión de Cristo y vale reconocer que tenían fe de la misma forma que nosotros. La diferencia es que compartieron con Jesús antes, durante y después de la Pasión, quién se preocupó en irles aclarando de la mejor forma posible sus inquietudes. Nosotros tenemos nuestra Iglesia, la que nos enseña lo que Cristo nos ha dejado en el depósito de la fe.
Adentrémonos un poco más en nuestro tema.
El camino de la santificación pasa por la cruz
La experiencia de una vida con cruz pasa por cada uno de nosotros. A todos se nos presentan adversidades a lo largo de la vida y nadie nos prepara para saberlas llevar, nos toca afrontarlas de la mejor manera posible. A pesar de la impotencia que podemos sentir, solemos salir fortalecidos de ellas.
Jesús no escondía a nadie la necesidad de sufrimiento «Si alguno quiere venir en pos de mí… tome cada día su cruz». Aunque a diferencia de Jesús, por ser más humanos que divinos, nos toca aprender ‘atropelladamente’ sobre el valor del sufrimiento en nuestras vidas.
Nos puede brindar algo de consuelo saber que el sufrimiento estuvo presente en la vida de Jesús. «El dolor entra en los planes de Dios –comentaba san Josemaría–. Esa es la realidad, aunque nos cueste entenderla. También, como Hombre, le costó a Jesucristo soportarla: Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya (…) Precisamente, esa admisión sobrenatural del dolor supone, al mismo tiempo, la mayor conquista. Jesús, muriendo en la cruz, ha vencido la muerte; Dios saca, de la muerte, vida».
Cuesta asimilar el mensaje que Jesús nos quiere transmitir de la forma cómo Él abraza su Cruz. Es mucho más probable que podamos entender el misterio de la Cruz de Cristo en nuestra oración, o más aún de rodillas ante el Santísimo. Claro, porque toma un sentido sobrenatural cuando ofrecemos por lo que estamos pasando a Dios.
El sufrimiento en lo más profundo debe servirnos para la conversión, para reconstruirnos y alinearnos más a la imagen de Dios. «El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual» nos dice el Catecismo. Nuestro dolor es necesario para nuestra propia santidad, para la salvación de muchos y unido al de Jesús toma un valor inmensurable.
La Cruz de Cristo es tu cruz
Cuando descubrimos que nuestro sufrimiento unido al de Cristo tiene un significado salvífico, cambia en nosotros la percepción de este sentimiento e impotencia tan desalentadora. Creer en compartir los sufrimientos de Cristo nos asegura internamente que, en el campo espiritual de la Redención, contribuimos a la salvación de los demás. El dolor allana el camino para la gracia que transforma nuestras almas.
Podemos entenderlo mejor con esta reflexión que leí recientemente en una meditación: La Cruz nos muestra que en ocasiones lo aparentemente débil es fuerte; que tal vez los fracasos encierran semillas de victoria; que quizá lo que aparece muerto e inerte contiene en cambio un principio de vida; que el dolor puede tener un significado y engendrar vida. En definitiva, que cada uno de nuestros esfuerzos por dar más espacio a la gracia en nuestra vida harán brotar en nosotros la vida eterna.
¿No te emocionan estas palabras? A mí me atraparon completamente. Es así como entiendo que la Alegría de la Cruz deriva del verdadero descubrimiento del sentido del sufrimiento. He aquí el ‘toque’ que estábamos buscando saborear y es así como me veo abrazando también la Cruz de Cristo.
El ‘toque’ dulce
Tener presente que Jesús se sacrificó por nosotros es reconocer un acto de Amor inmenso, es reconocer junto con san Pablo: Me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20). Brota una gran alegría de esta que puede ser desde hoy una jaculatoria a repetir para agarrar fuerzas en aquellos momentos de desánimo, reconociendo que la alegría es compatible con la mortificación, con el dolor.
Por eso la mortificación que nos permitimos vivir en estos días no debe oscurecer nuestra alegría interior; más bien debe contribuir a hacerla crecer por la aproximación del derroche de Amor de Jesús hacia nosotros durante esta su Pasión y la felicidad de la Pascua.
Ese ‘toque’ dulce… en definitiva ese ‘toque’ de alegría surge también de un corazón que se sabe y siente amado por Dios, por lo que busca agradar y mostrarle su amor a través de las pequeñas y ‘amargas’ batallas cotidianas.
El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Cristo mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. In lætitia, nulla dies sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz.
Hoy martes santo es cuando Jesús anticipa la traición de Judas, pero te invito a darle vuelta a esas palabras y a cambiar el rumbo de tu historia con Jesús para que lo amargo tenga su ‘toque’ dulce o ‘toque’ de alegría: lo que tienes que hacer, hazlo enseguida; pues no conozco nada que no merezca la pena y no cueste… en esa conquista diaria ante aquellas cosas que te cuestan, ahí está la Cruz.