Todas las noches se dirigían a una pequeña colina detrás de su choza. Allí su padre ponía un petate y ambos se recostaban a ver las estrellas y hablaban de cómo había sido el día de trabajo.
Cuando Esteban tenía diecisiete años, su padre murió. A partir de ese momento quedó solo cuidando el rebaño de ovejas y continuó viendo las estrellas todas las noches.
Cuando no salía la luna era cuando más disfrutaba ya que las estrellas brillaban más que nunca en el firmamento. Conocía la ubicación de cada una, las más chicas, las más grandes. Muchas veces de pequeño se imaginó estar jugando entre las estrellas con su madre. Desde que su padre murió le parecía ver a ambos cuidándolo desde el cielo estrellado.
La estrella los guía
Pero un día ocurrió algo diferente. Una estrella muy brillante se dejó ver en el firmamento. Era la más grande de todas. Esteban se levantó pensando en si sería un sueño, pero no, allí seguía esa estrella. Empezó a brillar con más intensidad. Era algo sorprendente lo que Esteban estaba viendo y deseó poder compartir ese momento con su padre.
Pero él no era el único que presenciaba este espectáculo. Dos pastores amigos llegaron a donde él estaba.
—Esteban, esto es increíble. No podíamos aguantar la emoción y hemos venido a ver si tú también estabas presenciando este regalo del cielo.
—Sí, estoy maravillado. Pero, miren, la estrella ha empezado a moverse.
Y así era, la estrella brillaba aún más mientras se desplazaba, dejando atrás una estela luminosa. Para sorpresa de los tres, la estrella iba directo hacia ellos. Se veía cada vez más grande, pero al acercarse se percataron de que no era una estrella sino un ser muy blanco con alas.
El ángel
Las ovejas que se habían despertado dejaron de hacer ruido. Quedaron extasiadas al igual que los tres pastores viendo ese espectáculo.
—No tengan miedo, soy un ángel y estoy aquí para traerles una buena noticia a todas las personas. Hoy en Belén ha nacido un bebé. Él es quien salvará a todos los hombres. Él los está esperando. Yo los voy a guiar.
Los tres pastores no dudaron en hacer lo que el ángel les decía y se pusieron en marcha, no sin antes pedirle a unos vecinos que les cuidaran sus ovejas.
Esa noche no se detuvieron. Su guía era la estela que el ángel iba dejando. Al amanecer, se posó sobre un pesebre.
—Es aquí.
Los tres pastores entraron y vieron a un recién nacido cubierto solo con pañales de tela. A un lado, su madre y su padre.
—Este es el Niño Jesús, quien al crecer será el pastor de todos los hombres. Su padre se llama José y su madre María.
Esteban, sorprendido por las palabras del ángel, dijo:
—Nunca había escuchado sobre un pastor de hombres.
—No lo había. Hasta hoy. Él será el primero. El único. Él cuidará a todas sus ovejas, a todos los hombres del mundo que quieran seguirlo.
El Niño Jesús lucía tan indefenso en ese sencillo pesebre, pensó Esteban. ¿Cómo podrá ser el pastor de todos los hombres?
El niño abrió los ojos y los miró. Los tres pastores quedaron embelesados con su mirada y creyeron. Creyeron que era Él quien salvaría a todo el mundo y cayeron postrados a sus pies.
—Hasta que crezcas te voy a cuidar y acompañaré a tus padres si estos me lo permiten —dijo Esteban mientras miraba a sus dos amigos.
—Yo también lo haré —dijo uno de ellos.
—Y yo —dijo el otro.
Así el Niño Jesús tuvo siempre a su lado mientras crecía a los tres pastores, quienes dejaron todo por seguirlo a Él.