Lo escuché por primera vez de la boca de un sacerdote, y no puedo estar más de acuerdo. Después de esa primera vez que oí hablar de los defectos de Jesús, me descubrí a mi misma meditando y analizando estos dichosos errores de nuestro Señor, que lo hacen tan humano y a la vez tan divino. ¿Cómo? –Me pueden preguntar algunos, Dios, increado, eterno y todopoderoso ¿tiene defectos? ¡Pues sí! Y son verdaderamente adorables.
Jesús no sabe sumar y tiende al favoritismo
Definitivamente el niño Jesús tuvo que haber reprobado en la escuela las clases de matemáticas, algebra y contabilidad. Estoy convencida de que estudió todo el material, lo aprendió a la perfección y luego dijo: “esto a mí no me sirve en lo absoluto”, pues Jesús no sabe contar sino hasta UNO.
Así como a algunas madres se las puede acusar de tener “un hijo favorito”, para Jesús no existe más que UNO. Es la cabeza de toda la Iglesia compuesta por millones de miembros muy diversos entre sí. Pero a Él solo le interesa UNO, en particular, con nombre propio. Cada UNO de nosotros puede decir, sin lugar a equivocarse, que “Jesús sufrió y murió por mÍ, dando hasta la última gota de su sangre”. “Por mÍ, exclusivamente por mÍ”.
Podemos asegurar que la contabilidad no es lo suyo, pues su balance siempre termina en negativo. De las 100 ovejas que tiene, sin chistar, es capaz de dejar que 99 se las arreglen como puedan y va por esa única oveja perdida. No descansa hasta que la encuentra, y cuando por fin descubre a la bandida, la carga sobre sus hombros para que ni siquiera tenga que hacer el esfuerzo de caminar hasta el redil. ¿Quién trata así a los que se alejan, se despistan o simplemente nos dan las espalda?
Jesús no sabe multiplicar y tiende al desperdicio
Yo lo he podido constatar varias veces en mi vida personal. Si uno al Señor le pide algo en concreto, Él te sorprende siempre con cosas aún más grandes e importantes de las que pides, y sus regalos llegan en números desproporcionados.
Sus despistes e inhabilidad para hacer bien los cálculos son extraordinarios. El par de peces y los tres panes que con esfuerzo lograron conseguir los apóstoles en esa tarde de calor, sentados en la montaña. Después de varias horas de escuchar las parábolas del maestro, resultaron suficientes para alimentar a cinco mil hombres (sin contar mujeres y niños). Pero Jesús no se limita a que cada quien tenga un pedazo de pan, no se detiene a calcular y sacar números exactos. Y al final del festín que dio a esa multitud ¡sobran doce canastas llenas de comida!
No existe en el mundo un anfitrión como más extraordinario, a quien todo lo parece poco para honrar y velar por sus amigos.
Jesús no tiene mesura
Es un hecho que todos hemos podido verificar al leer su vida. Jesús no sabe lo que es medirse y actuar con precaución. La primera vez que nuestro querido Amigo intervine en el curso natural de los acontecimientos, accediendo a las súplicas de su Madre, fue en una boda. Al final de la tarde, cuando ya todos los invitados habían comido, bebido y bailado, el maestro de ceremonias se da cuenta que el vino se ha terminado pero los invitados no se marcharían hasta el final de la noche. Un guiño de María basta para que Jesús obre el milagro y convierta las tinajas de agua en vino. Pero no cualquier vino. No. ¡El mejor de los vinos! El más perfecto y suave al paladar.
“Todos sirven el mejor vino al principio, para impresionar a sus invitados, pero Tú lo has guardado hasta el final”, le reclaman al novio sus ayudantes.
A esa hora de la tarde, ya pocos son los que van a notar la diferencia. Pero a Jesús eso no le importa en absoluto… Todo lo que le pedimos (especialmente si lo hacemos a través de su Madre) nos lo da, más y mejor de lo que podríamos imaginar.
Jesús no es justo
Jamás paga con la misma moneda. Si le dan un golpe –en vez de llamar a sus ángeles para que aniquilen al condenado- pone la otra mejilla y lo hace con un gesto de compasión hacia quien lo maltrata. Su perdón no tiene límites (hasta setenta veces siete) y en su corazón siempre habrá misericordia por el amigo que regrese arrepentido a pedir disculpas, sin importar cuán grave haya sido su traición o qué tan bajo haya caído.
Y por si esto fuera poco, si alguno se decide a hacerle un favor, a darle una alegría o brindarle un rato de compañía, Él devuelve al amigo cien veces más de lo recibido y le asegura la gloria eterna.
Definitivamente, de todas las virtudes que puedan llegar a tener mis amigos, ¡me quedo con los defectos de Jesús!
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