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DIOS QUE SE MUESTRA A LOS PEQUEÑOS

niño

Como siempre empezamos pidiéndole esta especial asistencia a Jesucristo para que nos ayude a hacer oración.

“Jesús que vea con tus ojos. Jesús mío, Jesús de mi alma, que entienda con tu mirada, con tu corazón. Que sepa encontrar el cauce para hablar con vos, que sepa escucharte.

Afina mi oído porque vos hablas un lenguaje que yo no hablo y tengo que aprenderlo y me cuesta; es mucho más complicado que aprender holandés, estonio o ruso. El lenguaje de la oración, Señor, a veces me cuesta mucho porque no escucho nada, no entiendo.

Me cuesta conversar con alguien que no me contesta. Yo sé que vos me contestas, el problema soy yo Señor, entonces ayúdame a que sepa percibirte”.

En el Evangelio de hoy hay un pasaje muy bonito porque Jesús habla con el Padre y le dice:

“En aquel tiempo, toma la palabra Jesús y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra” Siempre la oración.

Qué importante reconocer a Dios como Señor del cielo y de la tierra, como nuestro Señor, como nuestro dominus,  dueño. El que realmente está destinado a ser el objeto de nuestro corazón. Por eso, allí donde está tu corazón está todo.

AGRADECER SU PRESENCIA

“Te doy gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. 

Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre; y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”

(Mt 11,25-26).

Te doy gracias Padre, así empieza el Evangelio. Nos sitúa ante una actitud muy concreta que es la gratitud que tenemos que tener por percibir la acción de Dios en lo cotidiano de la vida.
Jesús está agradeciéndole a Dios que percibamos su presencia en las cosas cotidianas. A esto se refiere este Evangelio. Esos pequeños de los que habla Jesucristo somos nosotros en la medida en que percibimos la acción de Dios, la presencia de Dios, en lo cotidiano.

En ese trajín diario, en esas cosas pequeñitas que nos van pasando. Vemos la mano de Dios en el frío, en un colectivo que se nos pasó, algo que no nos salió bien, en una prueba para nuestro temperamento.

Ayer hablaba con un amigo muy querido y me decía que se le estaba haciendo muy cuesta arriba tratar con su padre; porque se ha puesto ya anciano y le cuesta reconocer la realidad, le cuesta aceptarla. Se niega a aceptar que ha perdido la memoria, que ya no es dueño de sus acciones en gran parte.

EN LO COTIDIANO

Sigue  siendo consciente y tiene memoria para muchas cosas, pero le da algo y lo olvida a la media hora, por lo tanto pierde el dinero, pierde montón de cosas y niega reconocer todo eso; entonces establece una dura batalla porque quiere mantener su vida como hasta antes de que perdiese esas facultades.

Eso es doloroso para todos porque se producen fricciones. No hay nada mas feo que una tensión entre un padre amoroso y un hijo que lo quiere mucho. Pero bueno, ahí está Dios diciéndonos:

suplícame que te dé un corazón clemente  y misericordioso para amar a tu padre y pasar por encima de todo esto sin salir herido, sin que tu corazón se distancie del amor que le tenés que tener a tu padre”. 

Y así sí en tantas cosas. Dios está en eso, en lo cotidiano, en las cosas pequeñas, en lo que nos pasa todos los días; ahí se manifiesta. Por eso Jesucristo dirá:

“Dichosos. Te doy gracias Dios Padre, Dios, Señor porque has hecho ver a los pequeños las cosas importantes”.

Si vemos los capítulos, los versículos, anteriores vemos rápidamente que está contextualizado en una búsqueda por saber si Jesús es o no el Mesías, aquel al que tenían que esperar. En ese contexto, Jesús dice esto de:

“Te doy gracias Padre porque has escondido las cosas importantes a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños”.

CON UN CORAZÓN SENCILLO

La respuesta de Jesús es rápida y bien concreta, no se pierde en la construcción de discursos elaborados. Así como hace con frecuencia, no da una respuesta directa. Sino que presenta una serie de situaciones que revelan si Dios está presente o no.

Por eso les dice: “¿Qué fueron a ver, qué están buscando?” Ante todos los cuestionamientos y dudas que puedan surgir en el corazón nuestro, Jesús agradece al Padre porque solo los pequeños y los sencillos son capaces de percibir las señales de Dios cotidianas inmersas en su realidad del día a día.

Agradece, porque no es a través de la sabiduría humana, del estudio, de un doctorado y tampoco es a través del estatus o del poder y mucho menos de la riqueza, el camino para llegar hasta Dios. Hasta Dios se llega con un corazón sencillo y en lo cotidiano.

Por eso no es en las grandes especulaciones. Jesús, lo que les acaba de decir es: no van a encontrar a Dios haciendo especulaciones, haciendo gran teología. A Dios se lo encuentra en las cosas cotidianas, en las cosas pequeñas. Por eso Jesús agradece al Padre, que para llegar hasta ellos sea necesario percibir las pequeñas señales que se encuentran a nuestro alrededor.

VER LAS PEQUEÑAS SEÑALES

Dios va dejando pistas, señales; pequeñas pero que rompen la lógica establecida, pequeñas pero que nos revelan y nos llevan mucho más allá. Porque nos permiten acercarnos al ministerio de Dios. Nos dan la oportunidad de escucharlo siempre y cuando nos descalcemos, como en la primera lectura. En la presencia de Dios se descalzaba el patriarca. Moisés y todo lo que se han puesto en la presencia de Dios han tenido esa delicadeza. Descalzarse es como ponerse en otra situación; yo ya no estoy parado en donde pensaba que estaba parado.

Por eso: los que son pequeños, porque a ellos les será concedido entender a Dios, el ver a Dios en el cotidiano. No a los sabios, no a los que no se descalzan, no a los que pretenden entender las cosas con su sabiduría, con su ciencia, con sus capacidades, con su poder, con su elocuencia, su éxito.

Por eso tenemos que pedirle a Dios esta lógica de poder aceptar, entender, que solo en la medida en que nos descalcemos, en quedarnos humildes y nos bajemos un poquito y nos consideremos poca cosa, en ese momento, nos hacemos capaces de percibir a Dios en lo cotidiano.

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