Este es uno de los relatos más conocidos de los evangelios:
«En aquel tiempo se encontraba enfermo Lázaro en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta».
Tú Jesús los conoces muy bien. Has comido muchas veces con ellos, has pasado tardes, noches, días enteros hablando con él y con sus hermanas. Por eso ellas no encuentran mejor forma para pedirte que llegues. Y lo que te mandan a decir es:
«tu amigo está enfermo»
(Jn 11, 1-3).
No sé si tú lo habías pensado alguna vez, pero ese es nuestro mejor argumento con Jesús: la amistad. Entonces los amigos buscan a Jesús y le piden ayuda. Como dicen: “para eso están los amigos”. Y la respuesta viene en el momento adecuado, ni antes ni después.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. ¡Dos días más! Bueno Señor, que yo no me desinfle cuando tenga que esperar ante lo que te pido y que no quiera todo inmediatamente y a mi gusto.
San Josemaría hasta lo ponía de una forma poética. Decía:
“Sufre si quieres gozar; baja si quieres subir; pierde si quieres ganar; muere si quieres vivir”.
Resulta que cuando llegaste, Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro, ¡cuatro días! Aunque eso no detiene a Marta, quien apenas oyó que Jesús llegaba, salió a su encuentro. Pero María se quedó en casa. Marta era la que antes no sabía buscar a Jesús. En ese otro pasaje del evangelio Tú mismo, Señor, le dices:
«Marta, Marta, María ha elegido la mejor parte y no le va a ser quitada» (Lc 10, 41-42).
Pero ahora nos damos cuenta que ha aprendido a rezar, ha aprendido a buscarte a Ti. Su fe ha aumentado a base de insistencia, a base de aprender a hacer oración.
«Le dijo Marta: “Jesús, Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano (…)”.
Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”.
Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”.
Y Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo aquel que está vivo y cree en Mí no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?”
Ella le contestó: “Sí Señor, creo firmemente que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”»
(Jn 11, 21-27).
Esta mujer tiene en su boca las mismas palabras que Pedro cuando Jesús lo nombra Papa, el primer Papa. Antes esta mujer no sabía rezar y ahora resulta que reza mejor que ninguno. Nosotros tenemos esperanza de aprender a rezar algún día. Tal vez le podríamos pedir consejos a Marta de Betania.
¿CÓMO BUSCAMOS A JESÚS?
Seguimos con la escena, porque después de decir estas palabras
«Fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja: “Ya vino el Maestro y te llama”.
Al oír esto María se levantó en el acto y salió hacia donde estaba Jesús»
(Jn 11, 28-29).
¿Dónde está Jesús? Yo te lo pregunto a ti, ¿dónde está Jesús? ¿Cómo le buscas? También me lo pregunto a mí mismo: ¿dónde está Jesús? ¿Cómo lo estoy buscando? Porque Él quiere que le busques, quiere que le pidas, quiere que, como María, te levantes en el acto y te dirijas a donde Él está.
«Cuando llegó María donde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”»
(Jn 11, 32).
Es las mismas palabras que Marta. Pero con qué cariño, con qué confianza te tratan tus amigos Jesús; o sea, casi que te reclaman. Nosotros te pedimos con palabras de san Josemaría:
“Ven Señor Jesús y enséñame a tratarte con aquel amor de amistad con que te trataron Marta, María y Lázaro, porque a mí me gustaría formar parte de ese grupo íntimo de tus amigos, de los que trataban con tanta confianza”.
Porque se nota que los llevas en el corazón. Es más, sigue contando el Evangelio que
«Jesús, al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: “¿Dónde la han puesto?” Le contestaron: “Ven Señor y lo verás”. Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras, cuánto lo amaba”»
(Jn 11, 33-36).
SOMOS AMIGOS DE CRISTO
Señor yo quiero formar parte de ese grupo íntimo de amigos tuyos. ¿Será que estoy convencido de que a Ti te interesan mis cosas, que mi oración te entretiene, que te preocupa lo que me preocupa, que si ves mis ojos llorosos, los tuyos se empapan también?
¿Has pensado alguna vez cómo se queda Jesús cuando, por tu culpa o por la mía, nos alejamos de Él? ¿Cuando morimos a la vida de la gracia? Cuál debe ser su dolor al ver que traicionamos tantas gracias, tanto esfuerzo, tanto amor como ha derrochado con nosotros.
No pases por alto que tú también eres amigo de Cristo. Él te quiere como quería a Lázaro y por eso también llora por ti cuando la muerte hace presa en tu alma por medio del pecado.
Jesús llora por ti cuando te abandona la vida verdadera y uno se mete en sus malas acciones, de sus pensamientos torcidos. Llora por ti y llora porque sabe que sólo entrando Él en el sepulcro y buscando en su propia carne la muerte puede sacarte de ahí.
Pero ojo, Jesús ha entrado en el sepulcro porque tú y yo estábamos ahí, muertos por nuestros pecados.
«Jesús, profundamente conmovido, todavía se detuvo ante el sepulcro que era una cueva sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “Quiten la losa”, pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días”»
(Jn 11, 38-39).
Hagamos examen de conciencia; pensemos en nuestro interior ¿cómo estoy yo? ¿Hay algo que huela mal? ¿Hay algo que hieda en mi alma? ¿Busco soluciones? ¿Pido ayuda? ¿Tengo fe en los medios sobrenaturales? Jesús, si alguna vez te dejo, que no me desespere; que escuche tu voz que me dice: “Sal fuera, sal cuanto antes de este estado de muerte,” me ponga de pie y salga.
El Papa Francisco nos lo recordaba hace algunos años ya:
“Cristo no se resigna a los sepulcros que nos hemos construido con nuestras opciones de mal y de muerte, con nuestros errores, con nuestros pecados. ¡Él no se resigna a esto! Él nos invita, casi nos ordena, salir de la tumba en la que nuestros pecados nos han sepultado”.
Nos llama insistentemente a salir de la oscuridad de la prisión en la que estamos encerrados, contentándonos con una vida falsa, egoísta, mediocre. ‘¡Sal fuera!’ nos dice. ‘¡Sal fuera!’”
(Rezo del Ángelus, 6 de abril de 2014).
Ahorita tal vez todo mundo tiene ganas de salir ya de la casa. Lo que necesitamos es salir del estado de pecado en el que a veces nos hemos encerrado. Que escuchemos la voz de nuestro Señor que nos está diciendo: “sal fuera”.
ROBERT INGERSOLL
Para terminar te comparto lo que se cuenta de Robert Ingersoll. Este hombre murió en 1899, un famoso agnóstico que recorrió Estados Unidos de lado a lado, atacando a todas las religiones y en una de sus charlas trató de demostrar que la resurrección de Lázaro era toda una mentira preparada de antemano para ganar popularidad por parte de Jesús y los tres hermanos.
Él decía que Lázaro se hizo el enfermo y se hizo el muerto, que sus hermanas lo metieron en el sepulcro y él estaba esperando en la tumba hasta que se oyera la llamada que habían acordado: “Lázaro sal fuera”.
Entonces para robustecer su historia preguntó al auditorio: ”¿Alguien de ustedes me puede decir por qué dijo: Lázaro sal fuera? ¿Por qué no dijo sencillamente: sal fuera?”
Cuentan que un hombre pequeño se levantó y dijo: “Sí señor, yo se lo puedo decir. Si nuestro Señor no hubiera dicho Lázaro, todos los muertos en aquel cementerio habrían salido para encontrarse con su Salvador”.
Ingersoll reconoció más tarde que la respuesta que el viejo lo dejó sin palabras porque provenía de una profunda fe.
Pues Madre mía, santa María, pídele a tu Hijo, de parte de ese amigo suyo, que me aumente la fe.
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