«En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: —Sígueme. Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: —Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret. Natanael le replicó: —¿De Nazaret puede salir algo bueno?»
Qué bien nos viene darnos cuenta que los apóstoles son de carne y hueso…, como nosotros… Natanael es bueno, pero un poco juzgón, como nosotros muchas veces… Y hoy su juicio se basa en las puras apariencias…
Nazaret es un pueblito pequeño, refundido en las montañas, con 200 habitantes como mucho… No es Betsaida…, ciudad marítima (a orillas del Mar de Galilea), transitada, comercial, “cosmopolita” hasta cierto punto… Y entonces Natanael empieza a comparar Betsaida con Nazaret
«¿De Nazaret puede salir algo bueno?»
Pero Felipe sabe que Natanael es bueno… entonces cuando le replica:
«¿De Nazaret puede salir algo bueno? Felipe le contestó: —Ven y verás»
(Jn 1, 43-51).
“Jesús, que aprenda a no juzgar y a no dejarme llevar por las apariencias… Y ojalá, que como Natanael, cuente con gente al lado mío que me ayude a no dejarme llevar por esas cosas que se me puedan meter en la cabeza”.
Porque somos un poco así… Vamos a veces por allí con prejuicios, viendo un poco de reojo y saltando a conclusiones, con rapidez o mirando por encima del hombro… A veces se nos mete tanto que nosotros mismos empezamos a vivir de apariencias… Y actuamos más por la imagen que damos, que por lo que realmente queremos o lo que realmente creemos… Lo increíble es que hasta se nos puede meter en lo espiritual… vivir de apariencias… y entonces, antes que ser buenos, queremos parecer buenos… Entonces rezamos o hacemos un buen comentario para “quedar bien”… Hasta lo hacemos con nosotros mismos…: “rezo porque así me siento bien…”
Es curioso cómo podemos llegar a ser, pero hasta nos podemos dar una apariencia a nosotros mismos. Y es cierto, no vivimos para “rezar”, sino que el rezo nos une con Dios y nos lleva a ese encuentro personal con Jesús (estos 10 minutos)… Que son para Él, no tanto para mí; para Él. Ni tampoco los hago para sentirme bien, sino para agradarle a Él. Un encuentro personal con Jesús, como el que va a tener Natanael gracias a Felipe…
Lógico, si yo noto que me dejo llevar por las apariencias hasta en lo espiritual, la solución no es dejar de rezar, sino aprender a rezar bien… Porque, como dicen, “no hay peor Avemaría que la que no se reza…” o sea, a rezar pero a rezar bien.
EL MUNDO AL REVÉS
Estamos todavía en el tiempo de Navidad y creo que si hemos observado bien el Nacimiento, el Belén, nos hemos dado cuenta que es “el mundo al revés”… Hay que mirarlo. ¡Es el mundo al revés: el Autor de todo, sin el que nosotros no existiríamos, hecho Niño pequeño, para caber en nuestras manos pecadoras! El Rey de reyes: pobre. El Señor de lo creado: sin un rincón de su creación dónde poder dormir cómodamente. El Maestro: sin poder pronunciar una sola palabra… Nada de apariencias; Jesús no las necesita… Nosotros tampoco… “Jesús que yo aprenda esa lección de Ti en esto último de la Navidad. Que yo aprenda a no dejarme llevar por las apariencias y a tratar bien a todos y a querer bien a todos…”
“San Junípero Serra (gran misionero franciscano de las tierras estadounidenses), junto con otro hermano franciscano, había salido con suficiente agua y pan para un día. Llevaban ya dos días de camino por un desierto de cactus y espinos y habían empezado a desanimarse cuando, a punto de ponerse el sol, vieron en la distancia tres grandes álamos, muy altos. Fueron hacia allá. Encontraron a un amable mexicano vestido con pieles de oveja, que les saludó cortésmente.
Entraron en su casa, limpia, sencilla, agradable. La esposa era una joven muy bonita que preparaba unas gachas al fuego. El hijo, apenas un bebé, jugaba en el suelo con un pequeño corderillo. La cena fue una delicia: por la comida, por la compañía, por la conversación. Después de la cena hicieron sus rezos y se fueron a dormir… A la mañana siguiente no encontraron a nadie en el lugar y, suponiendo que habían salido a trabajar, los misioneros dejaron, en silencio y agradecidos, aquel hogar…
Cuando llegaron al convento, a pie y sin provisiones, los frailes los recibieron asombrados: les parecía imposible que hubieran podido cruzar una extensión tan grande de desierto… Les hablaron de la familia de los tres álamos. Sitio conocido, pero nadie conocía a aquella familia… Fueron a ver el lugar todos. Y estaban los 3 álamos, pero ni rastros de casa, ni de familia… Entonces, el padre Junípero cayó en la cuenta de lo que había sucedido: se echó al suelo besando la tierra y confesó estar seguro de haberse hospedado, la noche anterior, con la Sagrada Familia. La dulzura de la Madre, la ternura de aquel Niño y la hospitalidad del Padre le habían llamado poderosamente la atención…”
Estamos terminando el tiempo de Navidad: tratar a todos como los trataría la Sagrada Familia, tratar a todos como los habría tratado la Sagrada Familia… Dios nos pide esto: no dejarnos llevar por las apariencias. Cómo lo habríamos tratado a Él o cómo nos gustaría, cómo desearíamos haberle tratado a Él si hubiéramos estado en Belén en aquella época. Como dice la Carta a los Hebreos:
“Mantengan la caridad fraterna. No olviden la hospitalidad, gracias a la cual algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles”
(Heb 13, 1-2).
Imagínate lo que tú y yo podríamos llegar a hacer.
Jesús no se deja llevar por las apariencias, porque conoce los corazones… El Evangelio, la escena de Natanael sigue:
“Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: —Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño. Natanael le contesta: —¿De qué me conoces? Jesús le responde: —Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Natanael respondió: —Rabí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel”
(Jn 1, 47-49).
Es curioso, empezó con un juicio basado en apariencias y acaba llamándole ¡Hijo de Dios!
Se lo podemos pedir a nuestra Madre que siempre nos puede conseguir todos estos pasos espirituales. Nos los puede facilitar, nos los puede conseguir ella. Madre nuestra, te pedimos que nos ayudes a no dejarnos llevar por las apariencias y a ir a ver a tu Hijo para que nos quite a nosotros todos los prejuicios y todas esas cosas que se nos pueden meter en el corazón y en la cabeza y que tanto nos pueden llegar a separar de los demás. Madre nuestra, en tus manos dejamos este cambio, esta última lección de la Navidad.