Hoy vemos llegar a Jesús con sus apóstoles a Cafarnaúm y ya lo están esperando los cobradores de impuestos.
Dando un poco como por supuesto de que Jesús, como está haciendo milagros en su vida pública y se está manifestando como el Mesías -es decir, está haciendo cosas extraordinarias- estos cobradores de impuestos piensan que Jesús se va a sentir excusado de cumplir con su deber ordinario de pagar impuestos.
Van con Pedro y le preguntan si Jesús paga impuestos.
“¿Su Maestro no va a pagar impuestos?”
(Mt 17, 24).
Pero Tú Señor, que, no solamente estuviste treinta años en tu casita de Nazaret con José y con María viviendo una vida muy normal, sin nada raro, sin nada extraordinario, incluso ahora en tu vida pública les has enseñado a tus apóstoles que siendo Tú el Mesías, el Hijo de Dios, no estando, por tanto, obligado a nada, te sometes a la ley como uno más.
Les has enseñado muy bien que no has venido a cambiar la ley, sino a darle plenitud. Por eso, Pedro inmediatamente y sin dudar, les responde a los cobradores de impuestos que sí, que Tú Jesús sí pagas impuestos como todos.
Justo ayer en el Evangelio del domingo, leíamos que los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho:
“Yo soy el pan bajado del Cielo”
(Jn 6, 51).
Y aquí está lo increíble, que los judíos dicen:
“¿No es este Jesús el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del Cielo?”
(Jn 6, 42).
AHÍ ESTÁ EL DETALLE
Como decía Cantinflas: “Ahí está el detalle”, que Jesús es del Cielo y vivió treinta años de vida ordinaria, común y corriente, siendo uno más entre los demás.
Que Jesús es del Cielo y hoy te vemos, Señor, ya no sólo en tu vida oculta de Nazaret, sino ya en tu vida pública, siendo también uno más; tanto que Pedro responde sin dudar un instante que sí, que Jesús respeta la ley.
Y el mismo Pedro que había dicho, hace poco, (lo leímos la semana pasada) ante la pregunta de Jesús:
“¿Y ustedes quién dicen que soy Yo?”
Y que había respondido:
“Tú eres el Mesías”
(Mt 16, 15-16).
Ese mismo Pedro dice hoy a los cobradores de impuestos:
“Sí, mi Maestro paga impuestos como todos”.
Jesús, ¡qué gran ejemplo de coherencia cristiana me das y qué buen ejemplo! Porque en sentido estricto, Tú no tienes obligación de pagar impuestos.
Esto es la segunda parte del Evangelio, en que llegas a casa y le dices a Pedro:
“¿Qué te parece Simón, a quiénes les cobran impuestos los reyes de la tierra: a los hijos o a los extraños?”
Y Pedro te responde, Señor, que, evidentemente, a los extraños. Dices a Pedro:
“Por lo tanto, los hijos están exentos. Pero para no darles motivo de escándalo, ve al lago, echa el anzuelo, saca el primer pez que pique y ábrele la boca y encontrarás una moneda. Tómala y paga por ti y por Mí”
(Mt 17, 25-27).
Está hasta divertido, muy divertido, la manera como Tú Señor dejas claro las cosas, que no tienes ninguna obligación de pagar impuestos, pero para no escandalizar, lo haces como uno más.
No tienes ninguna obligación de pagar impuestos porque eres el Hijo de Dios.
Sería justo y verdadero que el Señor no pagara impuestos; sin embargo, el Señor se da cuenta de que quiere no solamente transmitir un mensaje, sino hacerlo con su ejemplo. Quieres, Jesús, darnos ejemplo en todo.
Tú eres el buen Pastor y nosotros somos tus ovejas. No vas así por detrás echándonos piedritas para que caminemos, sino vas por delante, dándonos ejemplo en todo.
Me ayuda mucho verte así, tan normal, para entender que yo estoy llamado a ser como Tú: normal en todo.
IDENTIDAD CRISTIANA
Que no por saberme muy libre, porque me sé muy hijo (porque lo soy, hijo de Dios, del gran Rey de Reyes, que es Dios y que es mi Padre), no me da pretexto para saltarme la ley.
Al contrario, Tú Señor nos has traído una revolución gigantesca, la más grande que alguien haya hecho en la historia de los hombres, que es la revolución del amor; del cuidado de lo pequeño por amor, de un ambiente de amistad, de buen gusto, de orden y limpieza, de cariño…
Tú Jesús nos has enseñado una cultura, una manera de ver la realidad, una manera de relacionarnos con los demás. Esa, podríamos decir, es la identidad cristiana.
Que yo no soy más tuyo Señor, más cristiano, más parecido a Ti, porque realizo actos de piedad (que son muy buenos), voy a misa, rezo el rosario todos los días, hago oración, sino que todo eso no es un fin, es un medio para tenerte presente en mi vida diaria.
Que todas las obras de piedad que quiero ir esparciendo a lo largo del día son como la sal que sazona los alimentos: que no se ve, pero que le da sabor.
Y, precisamente, esa vida de piedad que me ayuda a tenerte presente en mi vida, Jesús, a través del diálogo que estoy teniendo ahora mismo contigo y de los sacramentos, sobre todo de la misa y de la Eucaristía, de la comunión, si pudiera ser todos los días, porque la necesito, pero todo eso me ayuda a ser coherente en mi vida.
EL REY MIDAS
Todo eso me recuerda que esa cultura y esa identidad que Tú nos has traído es un poder más grande que el que tenía el rey Midas.
¿Te acuerdas de la historia del rey Midas? Que todo lo que tocaba lo convertía en oro y que acabó en tragedia, porque quiso abrazar, me parece que era, a su hija y la convirtió en oro.
Tú y yo aprendemos de Jesús que todo lo que tocamos lo podemos convertir en un acto de amor a Dios. Todo, todo, hasta lo más sencillo de cada día.
Es lo que hizo Jesús en su casita de Nazaret hace dos mil años y es lo que queremos también hacer, tú y yo, con nuestra vida: ser uno más entre los demás.
Vamos terminando nuestra oración acudiendo a la Virgen: Madre nuestra, ayúdanos a seguir el ejemplo de Jesús de ser muy normales.
Decía san Josemaría:
“El cristiano tiene lo raro de no ser raro, porque sabe ser uno más entre los demás”.
Porque, precisamente, su identidad cristiana se manifiesta en eso: en su lucha diaria por ser buen amigo, buen profesional, buen estudiante; por no sólo no criticar a los demás, sino hablar bien de ellos cuando no están.
Madre, consíguenos del Espíritu Santo, esa gracia para poder seguir el ejemplo de Jesús y así vivir un pedacito de Cielo para nosotros y convertir en un pedacito de Cielo esta vida, por la delicadeza de trato que queremos tener con los demás.