“Tokio es una de las ciudades del mundo con mayor riesgo de terremotos. Sin embargo, allí la actividad sísmica es menos dañina, porque sus edificios están asentados sobre roca maciza. A veces, en la televisión aparecen impresionantes imágenes de rascacielos tambaleándose, pero sin derrumbarse porque fueron construidos conscientemente a prueba de terremotos. El coste y el esfuerzo [de hacerlos así] es mucho mayor, pero es lo prudente en una ciudad amenazada por grandes corrimientos de tierra.
Jesús nos exige prepararnos para las dificultades del futuro. Quizá para mi vida de ahora siento que me basta con ir tirando, pero ¿y si mañana se me muere un familiar querido? ¿O si me quedo sin trabajo, o [sucede] cualquier otra desgracia que tambalee la seguridad y tranquilidad que tengo ahora? En cualquier momento, puede venir un tsunami que arrample tu fe en Dios, y pases a pensar cómo es posible que Dios permita esto, renegando de Él y del sentido de la vida.
Cristo nos exhorta a fortalecer los cimientos de nuestra fe para que nuestra casa no se la lleve la corriente cuando venga la inundación” (Septiembre 2021, con Él, José Luis Retegui García) o para que no la derrumben los terremotos de la vida…
“Todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca.
»Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: se precipitaron contra aquella casa, y se derrumbó y fue tremenda su ruina.”
(Mt 7, 24-27).
EDIFICAR A PRUEBA DE TERREMOTOS
Nadie quiere que su vida se le venga abajo. No nos gustan los desastres naturales, ni los acontecimientos que ponen la vida boca abajo. A todos nos gusta sentirnos seguros, firmes. ¡Ayúdame, Jesús! ¡Qué no me derrumbe! Que edifique bien, a prueba de terremotos.
“Tú sabes, Jesús, cuánto me gustaba de pequeño hacer castillos junto al mar. Quería desafiar al océano. Me afanaba en construir muros de arena poderosos, altos…, rápidamente amontonaba más y más arena… Por fin, una ola tiraba con desprecio todo aquello y empapaba mi cuerpo, que enfrentaba desafiante al horizonte. Eran juegos de niños… A veces las personas queremos levantar castillos sin tu ayuda. «Edificó su casa…», esa casa que es mi vida.
Ahora (…) estoy poniendo los cimientos. Hundiendo el pico y la pala en el suelo, buscando roca firme, para luego levantar muy alto el edificio. La oración, la Eucaristía y los pequeños sacrificios son las columnas. El trabajo y el amor a los demás son los ladrillos y el cemento que dan solidez a mi vida.
El fundamento de todo es éste: «Ustedes, pues, oren (edifiquen) así: Padre nuestro…» (Mt 6, 9). Saber que soy HIJO DE DIOS; que todo lo de Dios es mío y que Él no se olvidará nunca de un hijo suyo. (…)
Sentir más y más esa filiación divina. Dios, que es mi Padre, me ayudará a proyectar los planos de mi vida. Contigo edificaré una vida digna de una hija de Dios, de un hijo de Dios.
Confío plenamente en mi Padre Dios… ésa es la piedra que da firmeza a mi vida” (Acercarse a Jesús 3, Josep Maria Torras).
Puedes seguir el consejo de san Josemaría, que nos animaba diciendo:
“Padre mío —¡trátale así, con confianza!—, que estás en los Cielos, mírame con compasivo Amor y haz que te corresponda.
—Derrite y enciende mi corazón de bronce, quema y purifica mi carne inmortificada, llena mi entendimiento de luces sobrenaturales, haz que mi lengua sea pregonera del Amor y de la Gloria de Cristo”
(Forja, 3).
YELLOW CIRCLE
Ahora, junto a esto, se me venía a la mente un recuerdo que se quedó impreso en mi memoria. No podía ser de otra manera. Ya entenderás porqué. No sé si ya te lo he contado antes. Pero aquí te va.
Tenía 6 años. Estaba en primero de primaria en el colegio. En el aula éramos un grupo inquieto. Bueno, lo normal a esa edad es ser inquieto. Tal vez era por eso que las maestras tenían una técnica o metodología que era el “yellow circle” (el círculo amarillo). Había una línea amarilla pintada en el suelo, que formaba un círculo enorme en el centro del aula.
Al principio simplemente lo veías ahí y ni pensabas en él. Pero, de repente, la profesora nos decía que moviéramos los pupitres y nos pusiéramos de pie en el círculo amarillo. Y ahí, de pie, hacíamos distintas actividades. Nos la pasábamos bien.
Resulta que yo, un poco perezoso, buscaba ponerme de pie en un sitio muy cerca del escritorio de la maestra. Así, si la actividad se alargaba, venía y me apoyaba en la mesa. Claro, cuando se daba cuenta la profesora me decía: “¡Federico, párese bien, no se apoye en la mesa!”. Y yo obedecía muy a mi pesar…
La escena se repetía casi todos los días: “¡Federico, párese bien, no se apoye en la mesa!”.
Un buen día estábamos todos de pie, en círculo, en una de estas actividades. Para variar, había decidido apoyarme en la mesa. Todavía no me habían llamado la atención, así que ahí estaba tranquilamente. Cuando se fue la luz; hubo un apagón.
Los apagones eran algo, digamos, un tanto frecuentes. Y cuando pasaba todos decíamos: “Ah…”. Porque no nos gustaba.
Esta vez todos volvimos a quejarnos con esa luz que se había ido en pleno juego.
TERREMOTO
Pero nunca nos esperamos lo que pasó inmediatamente después: escuché un ruido que venía de lejos y a gran velocidad. No me dio tiempo de reaccionar, ni siquiera me dio tiempo de pararme bien. Porque, en un abrir y cerrar de ojos el ruido nos alcanzó y todo saltó por los aires. Cuando digo todo es todo: pupitres, niños, niñas, maestra.
Bueno, casi todo. Porque lo que no saltó fue la mesa en la que me apoyaba. Así que yo, firmemente apoyado en esa mesa vi como todos rebotaban de un lado a otro para terminar apilados en una esquina del salón, con la profesora debajo de todos.
¡Era un terremoto! ¡Y vaya terremoto!
Cuando paró. Yo estaba de pie. Era el único. Así que, ni corto ni perezoso, salí disparado del salón siguiendo la ruta que ensayábamos todos los años en caso de terremoto (ni modo, en estos países los terremotos son frecuentes). Pues, iba ya a medio pasillo cuando me frenaron los gritos de la maestra: “¡Federico!”. Y tuve que volver para unirme a mis compañeros, que por fin estaban de pie; y ya nos fuimos todos juntos al punto de reunión asignado para estos casos de emergencia.
Te cuento esto, porque con el tiempo, ya siendo sacerdote, meditaba en esta escena de mi vida. Y pensé: mi punto de apoyo es santa María, mi Madre. Si el mundo se tambalea, si todo salta por los aires: tengo un punto de apoyo. Si me agarro a María estaré firme. Ella me sostendrá.
No sé si fue a raíz de leer una consideración de san Josemaría que dice:
“Si se tambalea tu edificio espiritual, si todo te parece estar en el aire…, apóyate en la confianza filial en Jesús y en María, piedra firme y segura sobre la que debiste edificar desde el principio”
(Camino, 721).
No sé, como te digo, si fue por esto que relacioné una cosa con la otra. Pero, de lo que si estoy seguro es que no me equivoco al pensarlo y al intentar vivirlo. Te sugiero lo mismo a ti, especialmente en estos días de la Novena a la Inmaculada Concepción.
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