Icono del sitio Hablar con Jesús

¡ABBÁ!

nosotros

COMO JESÚS CON SU PADRE DIOS

Jesús es nuestro modelo, Jesús es nuestro Salvador. 

Mirando a Cristo aprendemos a vivir como hijos de Dios, Él es el Hijo. El Hijo por naturaleza, porque es el verbo eterno encarnado, es Dios hecho hombre y toda la relación de Jesús con su Padre, Dios es absolutamente filial. 

Es el Hijo que reza al Padre. Es el Hijo que busca y ama al Padre. 

Es el Hijo que no le interesa otra cosa que la gloria del Padre, cumpliendo fidelísima mente su voluntad. Es el Hijo que confía en el designio, en el plan de su Padre. 

Por eso el Evangelio de hoy nos resulta tan luminoso, ya que se trata de una condición fundamental para alcanzar la salvación. 

Está tomado de San Mateo en el capítulo 19.

“En aquel tiempo le  presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase”.

(Mt 19, 13)

 Aquí vemos a unas madres, qué lógico resulta frente a la figura amabilísima de Jesús sonriente con un porte externo tan maravillosamente atractivo. Con una manera de mirar, de hablar. 

Bueno, las madres incluyen ahí la santidad de Dios y quieren que sus hijos estén cerca del Señor, le acercan sus hijos a Cristo; aquí ya me parece que tenemos un punto interesante, de oración.

COMO SANTA MÓNICA 

Todas las que me escuchan que son madres, no olvidarse nunca de la fuerza, de la eficacia que tiene rezar por los hijos, no desanimarse, no desalentarse, que esa es la tentación  del demonio. 

Rezar

Confiar

Esperar

Sufrir.

Porque tampoco se trata de entregar situaciones penosas de hijos que están lejos de Dios y despreocuparse.

El recuerdo de Santa Mónica, esa mujer que rezó y lloró durante muchos años por la conversión de su hijo Agustín, y ¡Qué manera de lograrlo! ¡Qué manera de conseguir el objetivo!

 Porque rezó y lloró. No lo entregó entre comillas, como diciendo: será cosa de él, y dejó de rezar. 

Perseverar en la oración y en el dolor frente a los hijos que están lejos de Dios es propio de un corazón de padre de madre cristianos.

 “En aquel tiempo le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase. Pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí, ya que de los que son como ellos, es el Reino de los Cielos”.

(Mt 19, 13-15)

HACERNOS COMO NIÑOS

En otro pasaje, Jesús dice:

“Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos”

(Mt 18,3)

Por lo tanto, estamos frente a una cuestión fundamental, algo muy serio, que de alguna manera  comprende toda nuestra vida espiritual: hacerse cada vez más niños ante Dios. 

Y lo que está en juego es nada menos que tu salvación eterna. La salvación eterna de alguna manera de los demás.

Jesús es el Hijo y nosotros, discípulos de Cristo, queremos ser cada vez más semejantes a ese corazón filial de ese hijo que confía siempre y en todo en la bondad, en la sabiduría, en el poder de su Padre, Dios. 

BONDAD, SABIDURÍA Y PODER

Bondad, sabiduría y poder. Siempre es bueno, siempre sabe más y lo puede todo.

Hacerse como niños para entrar en el Reino, para salvarse, sí, pero también para tener en esta vida la experiencia del cielo. 

El  Reino va entrando en nuestra vida presente y se proyecta hacia el futuro y hacia la eternidad. Niños, niños  pequeños, es decir, cuatro, seis años; algunos rasgos de un niño de 4, 5 ó 6 años. 

Lo primero que se me ocurre es que son absolutamente dependientes; dependen prácticamente para todo de sus padres. Si quedaron abandonados a esa edad tienen todas las de perder. 

Esta dependencia del niño respecto del padre tiene que ser una imagen de nuestra propia dependencia.

Siendo ya personas adultas y  más bien teniendo en cuenta el paso de los años y la experiencia de la vida, ser cada vez más dependientes. Y safar de esta tentación tan actual, tan presente en la cultura nuestra, la tentación de la autosuficiencia yo me la puedo, es cuestión que me lo proponga. 

No se trata de proponerse cosas que sí, por supuesto, pero las cuestiones de fondo del alma, del corazón, lo que realmente importa, que es el triunfo del amor sobre el pecado.

La miseria y el egoísmo, la vanidad, la sensualidad y, sobre todo, la soberbia, ese triunfo depende absolutamente de Dios, de la gracia de Dios y de nuestra buena voluntad.

DEPENDEMOS ABSOLUTAMENTE DE DIOS

 Por tanto, lo más importante y en definitiva, salvarse, es un regalo del Señor y tenemos que tener esa actitud de quien espera todo del Señor, “lo espero todo de Tí”. 

Dependo absolutamente de Tí, “porque yo no soy nada, no puedo nada, no valgo nada” repetía San Josemaría y porque era muy santo, veía las cosas así. 

La tentación de la autosuficiencia. Yo me la puedo. O lo más una pequeña y breve oración y lanzo, ¡Reza más! y verás cómo las cosas se resuelven mejor. 

Entonces, primer rasgo del ser como niños, dependencia de sus padres, dependencia de nuestro padre Dios. 

Y eso significa también no pretender controlar el presente más allá de lo razonable y no pretender encontrar el futuro, cuánto se sufre, cuánto mal podemos experimentar, cuánta congoja en nuestro corazón si pretendemos que las cosas sean siempre como queremos. 

Cuando nuestro Padre Dios nos toma y nos lleva por otros caminos y nos mete por laberintos oscuros, Bendito sea Dios, benditos laberintos oscuros, porque voy bien asido, aferrado, a la mano, en definitiva, al amor de mi Padre Dios. 

CON LOS PIES EN LA TIERRA Y EL CORAZÓN EN EL CIELO

No pretendamos controlarlo todo, sepamos vivir el presente intensamente, amorosamente, con los pies bien puestos en la tierra y con el corazón en el cielo y no desgastarnos pensando o pretendiendo controlar el futuro. 

Hoy hay que prever. Pero eso es distinto de la persona que es inquieta frente a posibles situaciones difíciles futuras y deja entrar el miedo. 

El miedo no es propio de un corazón cristiano. 

Los niños dependientes de sus padres viven el presente, no pretenden controlar el futuro, no entienden nada del futuro, juegan en el presente. 

LEVANTARNOS Y SEGUIR

Y si tiene algún tropiezo, otro rasgo típico de un niño es: recuperación rápida. Si es una caída del cuerpo, se levantan y si han llorado a los pocos minutos e incluso segundos quizás, están jugando de nuevo. 

En cambio, el adulto se cae y es un desastre, se cae y en fin, hay que cuidar, ayudarlo para levantarse, etcétera. y quizás se hace un daño que tiene sus consecuencias y tiene que someterse luego a una recuperación, a una terapia, tratamiento de kinesiología. 

¡Que distinta la caída del niño respecto a la caída del viejo!. 

Que nuestras caídas sean como las del niño que se recupera rápido, no quedarse pegados en nuestras miserias, en nuestras equivocaciones sino pedir perdón, acudir al sacramento de la reconciliación si es necesario y mirar para adelante. 

Recuperación rápida. 

ORACIÓN SENCILLA

Sencillez en la oración, los niños no saben disimular, preguntan lo que se les pasa por la cabeza, son muy auténticos y así tenemos que ser nosotros en nuestra oración como un niño delante de Dios, “Padre mío, estoy cansado, Padre mío, ya ves, cuánto me cuesta este tema, no me termino de decidir, ayúdame, porque sé que es eso lo que me pides y no quiero”

Esa oración sencilla, directa, es la que Jesús quiere que hagamos, es la propia de Cristo y es el camino a seguir para cada uno de nosotros. 

AUDACES

Otro rasgo, la audacia. Los niños se lanzan, no calculan demasiado los riesgos, ni los medios con los que cuentan, se lanzan a hacer cosas que les sobrepasan. 

Y la santidad y el apostolado a la que estamos llamados por el bautismo exige audacia y no quedarnos así en la orilla, en el borde del mar, mirando el horizonte en vez de internarnos y enfrentar las olas y el viento y lo que venga. 

Hay que lanzarse. No te quedes mirando el horizonte ahí en la playa de la comodidad, de la zona de confort de lo que siempre has pensado que era el camino de tu vida, sino que lánzate a la aventura de seguir a Cristo por donde quiera que vaya. Audacia. 

Miramos a Jesús, que se dirige a su Padre con  ABBÁ que es la forma aramea de decir Papá. 

Miramos a María y nos damos cuenta que ahí está nuestro verdadero camino cristiano, el sabernos  y sentirnos  siempre los brazos de Nuestro Padre Jesús. 

Salir de la versión móvil