Me parece que voy a contar algo que para muchas mamás será como “descubrir el agua tibia”, pero a mí me causó mucha gracia encontrar en internet algo que se utiliza muchísimo en las escuelas para que los más pequeños puedan desarrollar su inteligencia.
Para que puedan aprender a expresarse con propiedad y, sobre todo, para que razonen con lógica.
Lo que conseguí son unos dibujos llamados “absurdos visuales” (los encuentras fácilmente en internet) y representan situaciones de la vida cotidiana, pero siempre hay algún detalle que se sale totalmente de la lógica.
IMÁGENES ILÓGICAS
Por ejemplo, vi un dibujo de una niña que se está peinando, pero en lugar de peinarse con un peine, utiliza una escoba; o conseguí también una imagen de una bicicleta, pero las ruedas son cuadradas; también me conseguí (este me hizo bastante gracia), un dibujo de una niña que está metiendo un pollo a hornear, pero no dentro de un horno sino en una secadora de ropa.
En fin, conseguí otros dibujos que ni Salvador Dalí en sus mayores delirios.
ABSURDOS VISUALES
Estos “absurdos visuales” sirven para que los niños, que ya empiezan a ser capaces de distinguir lo lógico de lo disparatado, tengan que explicar qué es lo que no ven bien en esas imágenes y, poco a poco, así va creciendo su proceso cognitivo, porque tienen que utilizar sus palabras para describir lo que ven de ilógico en estos dibujos.
Como te decía, capaz alguna mamá me dirá: padre usted descubrió el agua tibia, esos es viejísimo. Eso lo utilizan en todos los colegios.
No lo sé o no lo sabía al menos, pues yo también me atrevería a decir que quien sea que haya inventado este método pedagógico de los “absurdos visuales” también esa persona descubrió el agua tibia, porque esto de la pedagogía, a través de situaciones absurdas, es más viejo que las chanclas de Moisés.
De hecho, hoy en el Evangelio, te vemos Señor, mencionar varias parábolas para que comprendamos realidades muy profundas a partir de situaciones absurdas.
¿PUEDE UN CIEGO GUIAR A OTRO CIEGO?
La primera, coincidimos con una parábola que es tragicómica:
“¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”
(Lc 6, 39)
Pues si un ciego se cae porque lo estaba guiando otro ciego, es tragicómico hasta que nos damos cuenta de que esa indirecta va con nosotros.
De que nosotros podemos pretender ser guías ciegos de nuestros hermanos, también ciegos.
LLEGAR AL CIELO ACOMPAÑADOS
Todos tenemos una llamada a llegar al Cielo pero hay que llegar acompañados de muchas almas, las que Dios ha puesto a nuestro alcance que, de hecho, no son pocas.
Seguramente, conoces la frase de san Juan de la Cruz:
“En el ocaso de nuestra vida seremos juzgados en el amor”.
Y es así, en el amor a Dios y en el amor al prójimo, que no es solamente en el amor al prójimo de si di o di limosna o si dirigí o no palabras hirientes a los demás, si guardé rencor… En general podemos decir también que el amor al prójimo se manifiesta tanto en ese saber cuanto me preocupé porque mi prójimo también llegara al Cielo.
RESPONSABILIDAD DE LAS ALMAS
Tú Señor, has puesto a nuestro alcance muchas personas, muchas almas; nuestra familia, nuestros amigos, muchas personas que nos encontramos diariamente.
En el ocaso de nuestra vida también tendremos que rendirte cuenta de lo que hicimos para que ellos llegaran al Cielo, para que se acercaran a Ti.
CRECER EN VIDA INTERIOR PARA AYUDAR A LOS DEMÁS
El modo en que está formulada esta primera parábola, también puede llevarnos a decir: reconozco que soy un ciego. Entonces, ¿quién soy yo para guiar a los demás?
Pero mucho cuidado, porque en el fondo, tras este “¿quién soy yo?” puede haber una cierta comodidad, ese no querer sentir la responsabilidad de llevar las almas a Dios, cuando la invitación de hoy es, sobre todo, a la coherencia.
BUSCA A CRISTO
Preocúpate por tener raíces firmes para que los demás se puedan apoyar en ti para llegar al Cielo, procura crecer en vida interior. No hagas nada sin haber pasado antes por el diálogo de la oración con Dios y solo así podrás llevar tú también muchas almas a Dios.
BUSQUEMOS A CRISTO PARA QUE OTROS TAMBIÉN LO BUSQUEN
Como ves, hoy el Señor emplea el absurdo visual del ciego que guía a otro ciego para enseñarnos gráficamente algo que es muy importante, que también podemos formular de modo positivo:
“Que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo”
(San Josemaría. Camino, 382).
Para que así también otros puedan buscarlo, encontrarlo y amarlo a través de ti. No pretendas ser más guía que el guía, procura más bien parecerte al guía porque
“no está el discípulo por encima del maestro”
(Lc 6, 40).
AMEMOS A CRISTO PARA QUE OTROS TAMBIÉN LO AMEN
Más adelante, en el Evangelio de hoy, Tú Señor vuelves a utilizar otro “absurdo visual” y, esta vez, el de la mota en el ojo que vemos tan fácilmente en el otro y no la viga que hay en el nuestro.
Aquí no queda duda. No nos podemos quedar en el ¿quién soy yo para ayudar a mi prójimo? Tú, Señor, nos lo dices con claridad:
“Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás con claridad cómo sacar la mota del ojo de tu hermano”
(Lc 6, 41).
Aquí, evidentemente, la enseñanza es valiosísima: Dios se preocupa de nuestra santidad. A través de estos dos absurdos visuales, Tú Señor quieres prevenirnos contra un absurdo que ya no es un absurdo visual, sino que es un absurdo -vamos a decir- vital: el de preocuparnos más de que los demás sean perfectos, que sean santos, que de nuestra propia santidad.
Lo que puede haber de fondo, es la soberbia de pensar que los demás tienen grandes defectos. Yo no soy tan soberbio, yo tengo los míos, pero los míos no son tan graves.
HACERNOS SANTOS Y AYUDAR A LOS DEMÁS A SER SANTOS
Tampoco es que tengamos una patología psicológica que nos hace inventarnos los defectos de los demás, por supuesto que no, los defectos de los demás seguramente están allí, son reales, los vemos con claridad y nos afectan, pero Dios también los ve -incluso mucho mejor que nosotros- y Él quiere que también, con los defectos de los demás, nos hagamos santos, para después también ayudarlos a ellos ser santos.
SANTA TERESITA DE LISIEUX
Santa Teresita de Lisieux sentía gran antipatía hacia una hermana suya, una hermana del convento que era, como decimos acá, un “caramelito de ajo”, que no era precisamente Miss Simpatía. Lo natural hubiera sido una corrección enérgica, tal vez con mucha justicia, pero con poca caridad.
En cambio, lo que se propone Santa Teresita es interesante porque es: me voy a hacer más santa con las impertinencias de esta hermana y vamos a ver si resulta.
«Procuraba -dice Teresita- hacer por esta hermana lo que haría por la persona más querida. Cada vez que la encontraba pedía a Dios por ella».
No solamente esto, sino que procuraba prestar cuantos servicios pudiera y, cuando sentía la tentación de contestarle bruscamente, le dirigía la más amable sonrisa.
Y luego confiesa alegremente
“que este medio, poco honroso quizá, me dio un gran resultado”.
ASÍ LUCHAN LOS SANTOS
Así luchan los santos: ven a un hermano desorientado por su ceguera, ven la mota en el ojo del prójimo y el primer paso es el de la oración, el de buscar ellos mismos estar más cerca de Dios para acercar a ese hermano a Dios.
Solo después vendrá la acción, que será la consecuencia de haber encontrado un tesoro y querer compartirlo.
Procura ser más santo para poder ayudar a los demás a ser más santos también. Y esto, por supuesto que cuesta, es más fácil ir por la vida en actitud de martillo de herejes: yo te voy a enseñar a ti en lo que estas equivocado y te lo voy a hacer como un favor, me lo vas a agradecer después.
También, es muy fácil caer en ese absurdo vital de querer corregir, incluso de querer que la otra persona sea santa, pero hacerlo sin caridad y, sobre todo, hacerlo sin preocuparme yo primero de hacerme más santo, más perfecto con menos defectos.
Esto por supuesto que cuesta. Es más fácil ser “martillo de herejes”, pero también es muy fácil caer en el absurdo vital de querer corregir, incluso de querer hacer santos a los demás, pero sin caridad.
QUE SEAMOS DE UNA SOLA PIEZA
Le pedimos a nuestra Madre que interceda por nosotros para que seamos coherentes, de una sola pieza, con una profunda vida interior, que nos permita llegar al Cielo, pero acompañados de muchos hermanos nuestros.