DE UN PUEBLO A OTRO
El Evangelio de hoy nos presenta la siguiente escena. En el centro Jesús, probablemente rodeado de mucha gente, al menos de sus apóstoles que estarían con Él. En eso un leproso que se acerca -cosa que no debería ser ni frecuente ni bien recibida, porque al tratarse de una enfermedad incurable y contagiosa como es la lepra, los leprosos estaban obligados a permanecer a distancia de la población común. Podemos imaginar que te encontrabas Señor de camino, yendo de un pueblo a otro, lo cual facilitó a este leproso que se acercara.
A quienes te rodeaban y lo vieron dirigirse hacia Vos les produciría miedo y rechazo, pero se ve que no tuvieron tiempo de actuar espantándolo o interfiriendo para que no llegara hasta Vos, Jesús. Así es que llegó y se puso de rodillas y suplicaba:
“Si quieres puedes limpiarme”. (Mc 1, 40).
¡Qué humildad y qué audacia la de este leproso! Supera el miedo al rechazo, incluso al maltrato que podría haber recibido. Se pone de rodillas y junto con esa humildad, una gran fe: “Si quieres puedes curarme” te dice. Qué buen ejemplo para nosotros que quizá consideramos que algunas de nuestras enfermedades espirituales son incurables. Esa conducta ilegal que habría generado reprobación, incomodidad, desconcierto y hasta odio en algunos, en Vos Jesús, tiene un efecto distinto.
“Sintió lastima” (Mc 1, 41) nos dice el Evangelio. No lo rechazaste, no le recordaste que debía mantenerse apartado, no te alejaste tampoco de él ni lo ignoraste. Compadecido, lo tocaste diciendo: “Quiero, queda limpio” (Mc 1, 42).
Ojalá este evangelio nos ayude, Señor, a conocerte más, a que me acerque a Vos, a tu corazón misericordioso con más confianza, con más fe.
MILAGROS EN CADA PUEBLO
“La lepra se le quitó inmediatamente. Quedó limpio.” (Mc 1, 42)
Debió ser algo tremendo para el que había sido leproso: ¡una nueva vida! Su alegría era incontenible. Por eso, aunque le dijiste Jesús severamente que no lo comunicara a nadie más que al sacerdote para que constara su curación y que pudiera reinsertarse en la sociedad, él empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones.
¿Quién es ahora el que no puede entrar a los pueblos? Jesús porque se le venía la gente encima. Te quedabas, Señor, afuera, en un descampado y aún así acudían a vos de todas partes.
Este último comentario del Evangelio de la Misa de hoy me hace pensar en una situación en la que podemos también nosotros encontrarnos más de una vez: el agobio por todas las personas o cuestiones que hay que atender. Parece que el día no alcanza, que uno no puede estar concentrado en algo porque le asaltan en la cabeza todas las cosas que tendrá que hacer después, o que quedaron pendientes, o que no sabe cómo va a resolver
AGOBIADOS POR LOS QUEHACERES
Da la impresión, Señor, que Vos tenías tus planes, qué lugares querías ir visitando, cuánto te querías quedar en cada población. Me imagino un plan ordenado de aldeas, de tiempos, de objetivos… Pero no. Se extiende tu fama y vienen de todas partes, y no puedes entrar a un pueblo. ¡Y eran todas cosas buenas! Gente que se acercaba con una necesidad o que quería escucharte. ¡Para ellos viniste!
Pero claramente todo eso implica un cambio de planes, y en ocasiones escuchamos en el Evangelio que te ibas para predicar en otra parte o para estar solo con tus discípulos, o que te avisan que está tu amigo enfermo y todavía no puedes ir… Ya se ve Señor como que competían todas las cosas que tenías que hacer, que había que elegir, que no se podía todo al mismo tiempo.
Qué consuelo para nosotros cuando nos encontramos así, un poco agobiados por tantas cosas buenas, pero que parece que perdemos el control, que estamos como atajando penales, que uno no puede parar la pelota, mirar un poco, pensar, porque hasta nos falta la paz. No es raro que en la actualidad uno pueda caer como en un ritmo acelerado de activismo, de hacer hacer hacer sin pararse a ver para qué hago las cosas o por qué, qué quiero conseguir a fin de cuentas, o quién me impone tantas actividades.
EL ORDEN Y RECTITUD DE INTENCIÓN
Me viene a la cabeza la pregunta, que pude ser testigo directo o en otras ocasiones más lo vi grabado, que le planteaban al sucesor de san Josemaría, don Fernando Ocáriz, este tema de un ritmo de vida que a veces impide frenarse, impide incluso tener tiempos para rezar que son tan importantes. Y don Fernando les hablaba del orden. Muchas veces las horas del día son las que son y para tener paz y no descuidar lo que uno considera importante, hace falta tener orden: orden en las ideas, orden en el corazón, en los afectos, orden en las actividades.
Un ejemplo, quizá te sucedió, que a veces uno tiene una catarata de cosas para hacer y no se puede permitir un tiempo de descanso porque hay tanto que hacer. Y después quizá uno termina perdiendo el tiempo, más del que podría haber dedicado a un descanso un poco más pensado y útil o beneficioso, porque se engancha a ver una serie y le dedica a eso mucho más tiempo del previsto y encima se da cuenta que no le aportó nada.
Y si me hubiera parado a pensar, quizá no es la manera en que hubiera decidido descansar -podía hacer un poco de deporte, podía encontrarme con alguien, me venía mejor hacer un paseo. Pero bueno, como piensa que no hay tiempo, no hay tiempo, no hay tiempo, después se da cuenta que así se va a fundir y entonces termina desahogándose de una manera cualquiera, en un momento que quizá tampoco era el mejor.
MUCHAS ENSEÑANZAS, EN CADA POBLADO
Ayúdanos, Señor, a tener ese orden, esa rectitud de intención. También requiere espíritu de sacrificio para que tomemos las decisiones con Vos, para que podamos enterar al Padre de todo lo que hacemos, hacer las cosas con Vos, movidos por el Espíritu Santo y así tener paz en el alma y eficacia en nuestra vida. Y ayúdanos también a veces, cuando haga falta, a decir que no, porque hay veces que no se puede hacer todo. Si a Vos mismo te sucedía, Señor, que no se podía todo… había veces que había que cortar, que había que priorizar.
Eso seguramente te costaría Jesús, pero lo harías con un gran abandono, con una confianza en el Padre, también con conciencia de la limitación de esta naturaleza humana que verdaderamente asumiste, que está sometida al tiempo y al espacio. Es también parte de nuestra vida a veces reconocer la limitación, saber decir que no.
Nuestra Madre, con tantos talentos y tanta generosidad que tenía, no le faltarían jornadas cargadas de tantas cosas de qué ocuparse y sabría decidir, poner prioridades en la presencia de Dios. Que Ella nos ayude también a que nuestro tiempo sea para Dios, porque tomamos nuestras decisiones en su presencia, para su gloria, y porque también sabemos cuidar los tiempos para para descansar.
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