< Regresar a Meditaciones

P. Luis Andrés

4 min

ESCUCHA LA MEDITACIÓN

¡BIENAVENTURADOS!

Dice el Evangelio: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”. Queremos entenderte, Señor: ¿qué significan las bienaventuranzas?

Hoy leemos el Evangelio de las bienaventuranzas y tenemos la posibilidad de intentar comprenderlo un poquito mejor, a partir de esta lectura de hoy. El Señor promete la felicidad en esta vida y en la vida eterna a quienes vivan como hijos de Dios.

Esto, Señor, a nosotros nos mueve a tener mucha esperanza, porque queremos, efectivamente, vivir contigo para siempre.

En las bienaventuranzas entendemos que Tú, Jesús, señalas unos rasgos que deben tener tus hijos.

De manera que podemos decir que en las bienaventuranzas están reflejados los rasgos de Ti como persona humana, los modos de ser de Jesús que se espera que se repitan en cada uno de los que somos cristianos.

Podemos decir también que esos mismos rasgos se pueden encontrar en la vida de nuestra Madre, la Virgen santísima y en la de todos los santos.

Todas las personas que han querido vivir cerca de Ti Señor han tenido estas características que es bueno recordar.

PARA LLEGAR AL CIELO

Ahora no podemos leer todo el texto, es un poquito largo, pero sí la idea nos queda: el Cielo es el lugar donde los hijos de Dios se encuentran con nuestro Padre en el Cielo y todos hemos sido hechos para llegar al Cielo.

Este mundo, cuando termine el tiempo (porque Tú Señor vas a venir a separar a los justos de los pecadores), vas a hacer que las personas que se parezcan a Ti puedan entrar al Cielo para siempre.

al Cielo

Este estar en el Cielo -que entendemos como un momento feliz, que no va a terminar nunca-, sabemos que tiene como contenido el poderte ver, poder ver a Dios. Aunque la imaginación no nos lo facilite del todo, resulta siendo la causa de nuestra felicidad.

El Reino que Tú Señor has venido a traer a la tierra, es un adelanto de ese Cielo que ya se puede empezar a disfrutar aquí en la tierra.

Que nosotros podamos, porque somos tus hijos, ser conscientes de tener tu aprobación, el gusto de estar contigo y, al mismo tiempo, el sentir cómo nos llena el saber, Señor, que Tú estás, efectivamente, cercano.

POBRES DE ESPÍRITU

Entender un poquito las bienaventuranzas: ser pobres de espíritu, por ejemplo, significa vivir de una manera que las cosas de la tierra no nos dominan; que nuestro corazón no depende de las cosas de la tierra y nuestra vida no se consume buscando cosas.

Usamos las cosas con sobriedad, de manera que nuestro horizonte, nuestra meta, nuestro objetivo, no son tener cosas. Obviamente, que si las tenemos las vamos a agradecer y usar bien, pero no son la razón de nuestra vida.

Entonces, esto sí es algo novedoso, porque va en contra de la tendencia que todos naturalmente sentimos, que es la tendencia de acaparar.

Estamos inclinados a pensar que, cuanto más tengamos, va a ser mejor para nosotros y por eso, desde chiquitos, se nos nota esa inclinación: a no contentarnos con lo que es suficiente, sino a mirar lo que nos falta.

Si a un niñito le sirven un postre, ve el resto del postre o de la torta que ha quedado sin servir; y también puede ver que, si a otro le servimos un poco más grande, se va a sentir de alguna manera dañado y triste porque tiene menos.

La idea es que las cosas dependan de nosotros y nosotros no dependamos tanto de ellas. Sí tendemos a eso, pero lo podemos ir rectificando; que nosotros valoremos siempre más nuestra libertad, de manera que no la perdamos detrás de un montón de cosas.

No queremos ser esclavos de las cosas.

SER HUMILDES

Para tener el corazón libre y poder amar, amarte a Ti Señor y poder amar a los demás, hay que ser como Tú dices:

“Pobres de espíritu”

(Lc 6, 20).

En otras palabras, lo dices Tú también en el Evangelio:

“No podéis servir a Dios y a las riquezas”

(Lc 16, 13).

Ser personas sencillas y ser también personas que defienden su libertad con este poner a las cosas en su lugar, no su lugar, sobre todo, en nuestro corazón, que no es el lugar principal.

Por lo tanto, las cosas no tienen el lugar principal, el lugar principal está para Ti Señor, está para el prójimo.

Ser pobres de espíritu significa también ser humildes; es decir, que no me siento ni me sé superior a los demás o por encima de ellos, sino que estoy en igualdad de condiciones; no quiero despreciar a nadie, no quiero atropellar a nadie, no quiero presumir, no quiero ser vengativo.

al Cielo

Tú mismo Señor nos has dado este ejemplo y nos pones también como referente a los niños. En este sentido, cuando Tú has dicho:

“Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón”

(Mt 11, 29),

nos estás dando un contenido de este ser pobres de espíritu, la dulzura propia de los hijos de Dios.

San Buenaventura la veía reflejada en el carácter amable, acogedor, cariñoso, de san Francisco de Asís, que ha movido también al Papa a tomar su nombre para el pontificado que a él le ha tocado vivir.

Es un rasgo -diríamos- de los cristianos y es un rasgo de todos los santos: la mansedumbre.

Esto también se ve en tu conducta Jesús, que es accesible para todos: Amar a los demás, acoger a los demás, perdonar a los demás.

Pues vamos por ahí, parece que es la primera no más de las bienaventuranzas, pero hoy está, sugerente.

Vamos a pedirle a nuestra Madre, la Virgen santísima, que nos ayude a entender tus palabras Señor y a vivirlas.


Citas Utilizadas

1Cor 7, 25-31

Sal 44

Lc 6, 20-26. 16 13

Mt 11, 29

Reflexiones

Jesús, ayúdame a entender tus palabras y vivirlas.

Predicado por:

P. Luis Andrés

¿TE GUSTARÍA RECIBIR NUESTRAS MEDITACIONES?

¡Suscríbete a nuestros canales!

¿QUÉ OPINAS SOBRE LA MEDITACIÓN?

Déjanos un comentario!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.


COMENTARIOS

Regresar al Blog
Únete
¿Quiéres Ayudar?¿Quiéres Ayudar?