Nos dice el Señor en el Evangelio que nos presenta la Iglesia el día de hoy:
El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí.
(Mt 10, 38)
“Señor, hoy quisiera conversar contigo de este punto, porque es algo que a veces olvidamos; que tenemos que tomar tu cruz.
¡Tu cruz, no cualquier cruz! Y luego seguirte, porque eso es ser dignos de Ti:
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
(Mt 10, 39-40)
Es muy bonito que pensemos que nuestra vida tiene este matiz de sacrificio y que a veces ese matiz de sacrificio, está en acompañar a las personas que lo necesitan.
Por ejemplo: los que sufren alguna enfermedad o los que acaban de nacer, los bebés necesitan mucha atención.
Ahora estamos en un momento de la humanidad, en que la cultura tiende a decir que es un esfuerzo que no vale la pena.
SE MULTIPLICAN LOS PERROS Y LOS GATOS
Nos dice que los hijos te quitan tu privacidad o las cosas bonitas de la vida que puedes disfrutar y que hay que retrasar los hijos lo más posible.
Y lo que nos estamos encontrando es un montón de personas que después no pueden concebir y que tienen muchos problemas para tener bebés.
Y se multiplican los gatos y los perros y se disminuyen los hijos.
Pero también tenemos el problema contrario; que la gente mayor se va haciendo cada vez más dependiente y les cuesta a sus hijos atenderles. Y le cuesta también a la sociedad estar más pendientes.
Por eso recuerdo una entrevista que le hacían al entonces cardenal Ratzinger, le decían:
– ¿Qué le diría usted a un filósofo que se declara partidario de aplicarle la eutanasia a las personas sufrientes o desahuciadas?
Le respondía Ratzinger:
-Le diría que una visión del mundo, que no pueda dar un sentido del dolor y transformarlo en algo valioso, no sirve para nada, pues estaría fracasando precisamente en una cuestión decisiva para la existencia.
Porque aquellos, que sobre el dolor el único consejo que tienen para dar, es que hay que combatirlo, paliarlo, aliviarlo, suprimirlo; nos engañan.
Sin duda hay que hacer todo lo posible para aliviar el dolor, yo creo que todos estamos completamente conscientes, especialmente el dolor de los inocentes.
Y por supuesto, limitar todo lo que se pueda del sufrimiento. Pero una vida humana sin dolor, no existe.
ACEPTAR EL DOLOR
Y el que no es capaz de aceptar el dolor, elude esas purificaciones, -decía Ratzinger– que son las únicas que nos hacen madurar.
De lo dicho por el cardenal Ratzinger, surge una idea: -que si un pensador, lo único que tiene para decir sobre el dolor, es que hay que evitarlo; ese pensador tiene como poca imaginación para dar consejos.
Pues el dolor forma parte mismo de la condición humana; es inevitable. Y la filosofía debe ayudar a profundizar en su significado.
Hemos dicho muchas veces aquí, que san Josemaría nos prevenía contra la alegría fisiológica del animal sano, de ese animal que se siente fuerte y por eso está contento.
En cuanto criatura, es una criatura bien hecha por Dios, pero es una “caricatura” de la alegría cristiana.
Porque la alegría cristiana tiene que estar mucho más allá, no solo en el hombre comido bebido y dormido y sin ningún problema económico, familiar o problemas nacionales o de salud.
¡Pero cuidado! Si esa misma persona, una noche no ha podido dormir, se siente morir, porque no está acostumbrado a esas cosas.
Esa alegría fisiológica no es tan auténtica, ya que no tiene sus raíces en forma de cruz, ni se fundamenta en la ciencia de la cruz, ni tiene respuestas para la cruz, que forma parte inexorable de nuestra realidad humana.
Al ser hombres y mujeres que pasamos por la tierra, siempre habrá cosas que vayan en contra de nuestro placer, en contra de las cosas que nos gustan.
SER SANTOS
Por eso la alegría verdadera, en cambio, es una manifestación del espíritu virtuoso y se consolida en las exigencias.
De hecho, dice san Pablo: virtus in infirmitate perficitur: las virtudes se perfeccionan en el dolor, en la enfermedad.
Y por eso, cuando ante la cruz nos entristecemos, nuestra alegría no es verdadera, porque nuestra vocación cristiana, no consiste en ser santos “a pesar” de las dificultades, sino “por medio” de ellas.
Ya que tenemos fe plena en que nada de lo que nos pasa en nuestras vidas carece de sentido ante Dios.
De aquí, que te sugiera, que en aquellos momentos difíciles donde no le encuentres el significado a las cruces de tu vida, le digas con san Josemaría:
Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno.
Estas son unas palabras que escribió en Vía Crucis.
Es que tenemos que estar claros, no estamos llamados a ser santos “a pesar” del trabajo, los problemas de la casa, los hijos, las enfermedades.
Al contrario, la invitación que Dios nos hace: es que nos inclinemos a la santidad utilizando estas vicisitudes, estas problemáticas.
Que son tal vez -a veces- aparentemente negativas, y que esos sean como los peldaños en nuestro caminar al Cielo, nuestras gradas, una tras otra.
Y esa es la diferencia sustancial, entre la alegría cristiana y la alegría pagana.
La alegría cristiana es como intrínseca y la pagana -más bien- por fuera extrínseca.
La alegría cristiana no le tiene miedo al dolor, mientras que la pagana huye de todo sufrimiento.
EL HOMBRE ANIMAL
Al mismo tiempo, en que la cristiana proviene de una vida ordenada y recta, que aporta serenidad y paz incluso en los sitios más terribles, como podría ser un campo de concentración.
En cambio, la pagana es fisiológica, propia del hombre animal, que está bien comido, bien dormido y con eso basta.
Toda cultura será juzgada, en relación a la dignidad del trato dispensado a los débiles, a los ancianos, a los niños, a los enfermos.
En nuestro tiempo, esto lastimosamente es una realidad, una cultura que es del descarte, si no es útil ya hay que tirarlo a la basura.
Una persona que está enferma, hay que darle la eutanasia, a un viejito hay que llevarlo a un asilo.
A un niño, tenerlo la mayor cantidad de horas posible haciendo extracurriculares que le distraigan, que no esté molestando en la casa.
Qué diferencia hay con la cultura del encuentro, con la cultura de la vida que, al contrario; busca las maneras de hacer más agradable la vida a los demás.
Busca la manera de ayudar, para que los demás la pasen bien, que no se está quejando, que busca la manera de que los demás estén bien.
Y, uno se alegra con esa posibilidad de contribuir a la alegría de los demás, eso es llevar la cruz de Jesús, eso es amar a los demás, como Él nos ha amado, eso es cumplir su mandamiento.
Eso es lo que nos pide el Señor en este Evangelio, este mismo Evangelio más adelante dirá Jesucristo:
«Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sea sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.»
(Mt 10, 42)
Eso es lo que el Señor quiere que hagamos, que tratemos a los demás como sus discípulos.
Y los demás también, cuando nos traten bien a nosotros, estarán siguiendo ese consejo de Jesús y todos podremos beneficiarnos de él, llevando nuestras propias cruces, para abrirnos así el Reino de los Cielos.
La Virgen María es experta en ayudar a cargar cruces, a ella acudimos hoy para pedirle que nos ayude a hacerlo siempre con alegría, llevar nuestra cruz con alegría para seguir al Señor siempre.
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