Jesús dijo a la multitud: “Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover y así sucede. Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor y así sucede. ¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo, ¿Cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?”
(Lc 12, 54-57).
“Jesús, me quería detener en tu primera consideración”: “Ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover…”, “me quería detener en esto, ¿te acuerdas?”
Era la primera vez que el grupo de primos nos íbamos a pasar el verano a la casa de los tíos allá en el centro norte de Estados Unidos.
Ahora que lo pienso, ¡qué paciencia nos tenían y qué bien nos la pasábamos!, pero aquella era la primera.
Dentro de las advertencias, al llegar a la casa, nos comentaron que aquella era una zona de tornados. El verano hacía que el choque de corrientes de aire a distintas temperaturas en un espacio tan plano, fuera ideal para la formación de tornados… y nos advirtieron que no era cosa de broma, que el aspecto del cielo cambiaba, las nubes se ponían densas y verdes, el viento arreciaba y, si el peligro era inminente, empezaban a sonar las alarmas de la zona con la alerta que quería decir:
¡Todos a un refugio!
Nosotros lo escuchamos tan tranquilos y luego nos fuimos acompañados del único hijo de mis tíos, Ricky, caminando todos hacia un parque cercano para pasar el rato y para conocer el lugar. Íbamos caminando, cuando el viento empezó a aumentar. Nosotros tranquilos, aunque Ricky nos advertía del peligro. Pero todos pensábamos que era un exagerado, que “qué ridículo”.
Ahora, en cuestión de pocos minutos, aquello ya no tenía buena pinta, menos aún cuando empezaron a sonar las sirenas de alarma.
¡¿Qué hacemos?!
¡¿Cuál es el refugio más cercano?!
Pues resulta, que estábamos a mitad de camino entre la casa y el refugio del parque… decisión: mejor volver por ruta conocida.
Empezamos a desandar lo andado, primero caminando con cierta calma, pero las nubes se iban haciendo densas y el color verde empezaba a notarse, el viento aumentaba su fuerza; aunque hay que decirlo, que en ese momento nos pegaba en la espalda, por lo que iba a nuestro favor.
Empezamos caminando, pero ya después corríamos. ¡Corríamos como el que quiere salvar la vida! Y resulta que, la parte final del trayecto nos obligaba a girar para enfilar los últimos 25 metros ya en dirección a la casa en contra del viento.
Pues son los metros que he corrido con más fuerza y en los que he avanzado más despacio en mi vida… ¡uff, pero llegamos!
Saber Discernir
Bueno, esto te pasa una vez en la vida, créeme; después, lección aprendida, ¡lección aprendida! “Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo»,
¿Cómo entonces no saben discernir el tiempo presente?
¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?
Jesús tiene razón, el que sabe, sabe y si no sabe, qué se agarre. Pues no tenemos derecho a ser ingenuos acerca del tiempo para nuestra alma, acerca de lo que me aleja o me acerca a Dios: aficiones, amistades, hábitos, ambientes, “relajaciones” en algún tema… en todo caso, eso te pasa una vez
¡pero no nos puede seguir pasando! Al menos no sin intentar poner los medios para que no vuelva a suceder. “Jesús, ayúdame a saber discernir, a saber aprender”.
Como esa viñeta de Mafalda que recibí hace poco, en la que se ve que la maestra la ha hecho pasar al frente de la clase y le pregunta:
– A ver Mafalda, en la conjugación yo peco, tú pecas, él peca, nosotros pecamos, ¿Qué tiempo es?
– A lo que Mafalda responde: tiempo de arrepentirse maestra.
¡Por supuesto, por supuesto, hay que aprender!
Es cierto, tenemos defectos, debilidades, puede que algunas caídas sean hasta cierto punto inevitables, pero no podemos ser indiferentes, tenemos que aprender.
Hay que huir del pecado mortal por supuesto, pero incluso hay que aborrecer el pecado venial deliberado; o sea, el que uno comete sabiéndolo, conociendo cuando las nubes se levantan y el viento sopla y uno no hace nada, eso no. De expertos hay expertos. Dicen que Van Gogh, el artista famoso, sabía reconocer once tipos de color blanco distintos que él utilizaba en sus cuadros. Dicen que el idioma finés tiene cuarenta palabras para referirse a la nieve, ¡ni modo! O sea, en Finlandia nieve no falta, son expertos ¿no?
Jesús, Ayúdame a aprender
Pues de las cosas se aprende, tenemos defectos y debilidades; somos pecadores, pero se aprende. De las cosas del alma:
- ¿Soy experto?
- ¿Estoy bien formado?
- ¿Leo acerca de temas de espiritualidad?
- ¿Cuento con el apoyo de buenos libros para mis ratos de oración?
- ¿Sé reconocer mis defectos y debilidades llamándolos por su nombre?
- ¿Sé qué me viene bien en mi lucha?
- ¿Qué oración me ayuda o necesito en un momento específico?
No sé, se me ocurre, por poner algunos ejemplos: si yo sé que habiendo tenido una mala noche me levanto con un humor tremendo, pues “calladito más bonito” ya después empiezo a preguntar acerca de las cosas o a soltar comentarios, pero no en ese momento.
O si yo sé que al empezar a pinchar las sugerencias de videos en internet o al hacer zapping en la televisión, tarde o temprano termina apareciendo algo indebido, pues verla venir y no navegar sin rumbo o basta de pajarear con el control remoto.
“¡Ayúdame Jesús a aprender! Porque Tú lo sabes, los hombres somos esas criaturas extrañas capaces de tropezarnos cien veces con la misma piedra.
¿Cuánto sé reconocer el pecado, la ocasión de pecado?
¿Cuánto sé reconocer lo que Dios me está pidiendo?
Yo creo que mucho, muchísimo, somos capaces de reconocerlo, lo que pasa es que volteamos a ver a otro lado… lo vemos venir y no nos movemos. Mejor que digan: «aquí huyó, que aquí murió», por supuesto.
Mira, después de aquellos 25 metros, los más largos de mi vida, ya siempre teníamos en cuenta el aspecto del cielo, de las nubes…
Es más, recuerdo que se me quedó grabado como en el subconsciente, porque ya de vuelta en mi país, un día cualquiera escuché que el viento movía los árboles con especial fuerza y entonces, instintivamente, volteé a ver al cielo buscando las nubes… o sea, en mi tierra no existen los tornados, pero aquello ya me había quedado adentro ¿no?, grabado.
El punto de partida para llegar a la santidad y para que en nuestra vida haya frutos de apostolado, es rechazar decididamente hasta la menor manifestación de vanidad, de sensualidad, de egoísmo, de pereza, de estrechez de corazón, de lo que sabemos nos hace daño; de pecado, en una palabra.
Que recemos sinceramente aquello que le gustaba decir a San Josemaría: «¡Aparta Señor de mí lo que me aparte de Ti!»
Madre mía, refugio de los pecadores, ayúdanos a aprender, enséñanos a apartar todo aquello que nos aparta de tu Hijo.