Recuerdo lo que me comentaba aquel personaje, un poco arisco pero todo un personaje, que comentaba que él no respondía cuando la gente les saludaba preguntándole: ¿Cómo estás? ¿Qué tal has amanecido? O algo por el estilo.
Aseguraba que esa pregunta era de relleno, que los demás no esperaban respuesta, por eso guardaba silencio. Y él mismo no saludaba de esa manera; decía que sólo si aquello fuera verdadero interés respondería: “Pues mira, sentémonos y te cuento cómo van las cosas”.
No sé si esa es la mejor actitud, ya te decía que este hombre era un personaje. Lo que sí pensaba yo es que tenía razón en el hecho de que, si hacemos una pregunta, es porque esperamos respuesta.
Hoy, tú y yo, llegamos con Jesús al templo. Es normal acudir allí con el Señor, es normal también que aquellos que lo reconocen se acerquen a Él. “Jesús, da mucho gusto ver cómo la gente te quiere, cómo se acercan a hablarte de sus vidas, a abrir sus almas, a compartir sus penas y alegrías y también a preguntarte, pidiendo consejo o luz para sus problemáticas, para sus inquietudes más profundas. Y así estamos”.
“Pero mientras estaba enseñando, se le acercaron los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo y le preguntaron:
¿Con qué potestad haces estas cosas y quién te ha dado tal potestad?”
(Mt 21, 23)
Parece una pregunta más, pero esta es de las preguntas que mencionaba mi amigo. Aquí no hay auténtico interés, aquí no se espera respuesta, aquí sólo hay ganas de enredar. Ellos ya vienen con su propia respuesta trabajada y retorcida. No quieren escuchar para aprender, quieren, en todo caso, prender a Jesús, acusarle.
Casi como la típica escena de película, cuando capturan al malhechor y le avisan: “cualquier cosa que diga, puede ser usada en su contra”. Pues así llegan estos hombres.
Tú y yo no queremos ser como los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo, sino mejor como esa gente sencilla que se acerca al Maestro con naturalidad, con humildad, con sinceridad.
En este Adviento acércate a Jesús y pregúntale con sinceridad, no tengas miedo a preguntar. Hace poco hablaba con un buen grupo de niños acerca del Adviento y de la Navidad y me ha dado gusto encontrarme con muchos, porque me doy cuenta que lo tienen claro: La Navidad es el cumpleaños de Jesús.
Se ve que en sus casas han sabido transmitirles el sentido verdadero de estos días. Con eso les ayudan a que las fiestas giren en torno a Jesús, “en torno a Ti Señor y no en torno a ellos”. Y así muchos se atreven a preguntarle al Señor: ¿Qué quieres de regalo para esta Navidad?
Tú y yo ¿nos atrevemos a hacerle esa pregunta o tenemos miedo a la respuesta? ¿Estamos dispuestos a cambiar en lo que Él nos diga o hay cosas que no queremos soltar? Se lo puedes preguntar directamente a Jesús en tus ratos de oración, ahora mismo.
También le puedes preguntar a tu director espiritual o a tu confesor. Es cierto que, él o ella (si es ella la que lleva una dirección espiritual) no es Jesús, pero si conoce tu alma sabrá intuir lo que Dios espera de ti. El punto de partida es siempre la sinceridad, abrir el alma, ser transparente, darme a conocer o dejarme conocer.
Si no es así, la respuesta no será acertada, porque quien pueda guiar nuestra alma no tiene una bola de cristal que le haga ver las cosas sin ninguna colaboración de nuestra parte, como por arte de magia, eso no pasa. Así que lo primero es la sinceridad.
Luego viene, el saber preguntar. Ahora, si preguntamos no es para lanzar la pregunta al aire sin esperar respuesta, sino para actuar en consecuencia.
Una comparación que nos puede servir:
“Fue mi padre, mi psicólogo, mi maestro, mi amigo y mi mentor”.
Quien habla es Billy Soose, campeón de boxeo de peso medio a principios de los años 40 y se refiere a su entrenador, el mítico Ray Ars, padre de 22 campeones mundiales, un catedrático en la ciencia del boxeo.
“Era un motivador nato, que ganaba enseguida el respeto de sus púgiles. Serio y disciplinado, entrenaba con tesón. Estudiaba detenidamente al rival y descubría cosas que para los demás pasaban desapercibidas. Luego, conforme a los detalles observados, elaboraba una estrategia.
El joven atleta, si era dócil a las indicaciones de Ars y las seguía con fina obediencia, obtenía casi siempre la victoria.
Hay mil anécdotas… En una ocasión, descubrió que el rival, aún cuando golpeaba menos que su chico (o sea que su boxeador), era absolutamente insuperable en defensa.
Empezar una batalla desde el minuto 1 a puñetazo limpio no iba a llevar a ninguna parte, porque era capaz de esquivarlos todos, iba a hacer perder fuerzas. Consiguió que su pupilo se convenciera de aguantar 10 asaltos, simplemente cansando al enemigo. En el onceavo, con la guardia bajada, Ars sólo dijo una imperativa palabra: ¡cómetelo! Lo dejó nocaut en pocos segundos”.
Pues algo así necesitamos tú y yo, pero para nuestras luchas interiores, para corregir, para saber por dónde atacar o cómo hacerlo o cuándo hacerlo; y eso, tengámoslo claro, no lo resolvemos solos. Hay que preguntar, pero teniendo en cuenta lo que se dice de los pupilos de Ars: “si era dócil a las indicaciones y las seguía con fina obediencia, obtenía casi siempre la victoria”. ¡Así tiene que ser!
LA SUBASTA DEL VIOLÍN
Una imagen más que nos puede servir. Tanner Tot, un autor. Refiere la historia ocurrida en un salón de subastas, donde se ofrecía un viejo violín estropeado.
“¿Algún postor? La respuesta eran sonrisas de complicidad, dando a entender que nadie ofrecería algo por ese violín en estado deplorable.
Pero de repente, un hombre se decide: un chelín. Una carcajada general atrona en el recinto y luego voces burlescas: ¡Que se lo den y que le paguen a él un chelín! ¡Déselo usted, que se lo quede sin pagar!
El subastador hizo una pausa y luego añadió: ¿Tal vez haya entre ustedes algún violinista que desearía probarlo? Hubo otra pausa de expectación; un anciano se adelantó a la plataforma, tomó el viejo instrumento, lo apoyó debajo de su barbilla y pasando el arco, afinó las cuerdas.
Una vez afinado el violín, el artista consiguió con el arco tales y tan exquisitas melodías, que los oyentes silenciosos se conmovieron casi hasta derramar lágrimas de emoción. Y al terminar tan bellos y deliciosos acordes, el público de la sala estalló en frenéticos aplausos de admiración.
Entonces, con tales alientos, el subastador levantó de nuevo el violín y dijo: ¿Hay algún postor? ¡cinco libras! dijo uno; ¡diez libras! contestó otro; y así, sin interrupción, subieron las ofertas hasta venderlo en cien libras”.
¿Qué había ocurrido? El violín era el mismo de antes, pero una mano maestra lo había tocado revelando sus valores escondidos y comunicándole perfecciones que sólo se manifiestan bajo el influjo poderoso de un buen artista.
Por tanto, si nos sentimos inútiles y desesperados por nuestra poca valía, no debemos olvidar que, puestos en las manos de Dios, el más omnipotente de los violinistas, podremos recuperar el valor con el cual Él nos ha dignificado y permitirle que haga, en nosotros y con nosotros, grandes cosas. A mí me gusta esta imagen.
En esta Navidad que se acerca, tengamos la ilusión de que nuestra alma despida las notas adecuadas para sumarse al coro de los ángeles y los santos en el Cielo. Pero no te olvides, mucho depende de saber preguntar, de dejarse ayudar.
Si no lo hacemos así, Jesús tiene derecho a guardar silencio. Porque «cualquier cosa que diga, puede ser usada en su contra» como tristemente sucedió con los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo a los que por no preguntar con sinceridad Jesús les dijo:
“Pues tampoco Yo les digo con qué potestad hago estas cosas”
(Mt 21, 27).
Madre nuestra, ayúdanos a ser sinceros, ayúdanos a ser dóciles.