Nos cuenta el evangelio según san Marcos en la liturgia del día de hoy:
“Los fariseos con algunos escribas llegaron de Jerusalén y se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir sin lavarse”.
El Señor está en la zona de Galilea y llegan de Jerusalén, Judea; vienen a examinar a este nuevo Rabí para ver de qué pueden acusarle; y en este caso se fijan en sus discípulos, ni siquiera en que hace él, sino que cómo sus discípulos comen sin lavarse cuidadosamente las manos.
Porque nos dice el evangelista:
“Los fariseos y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo las tradiciones de sus antepasados; al volver del mercado, no comen sin hacer las abluciones (que son como unos lavados un poco más más profundos).
Y nos dice el evangelista:
“Además, hay muchas otras prácticas, de las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de las vajillas de bronce”.
Por eso no nos sorprende cuando:
“Los fariseos se plantan delante de Jesús y le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?»”.
NO PERDER LA PERSPECTIVA
A mi me gusta hacer una distinción aquí porque no es que los fariseos venían como en mal plan, sino que ellos son como unos guardianes de la tradición, quieren ver que las cosas se estén haciendo de forma legal, que se sigan las fórmulas de los mayores. Lo que pasa es que están a veces perdiendo la perspectiva.
¿Y qué perspectiva? Que intentan hacer que la ley esté por encima de todos. Jesús está por encima de la ley, por supuesto, aunque quiere hacer que se cumpla, pero nos lleva a un cumplimiento todavía más perfecto de la ley, que no se queda simplemente en tradiciones, en cuestiones externas; sino lo que quiere es la limpieza del corazón. Fíjate cómo responde Jesús entonces.
“Él le respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Y en vano me rinden culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos”.
Y ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres»”.
Dice un ejemplo concreto:
“Por mantener la tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Porque Moisés dijo: «Honra a tu padre y a tu madre, y además El que maldice a su padre y a su madre está condenado a muerte».
Y en cambio, afirman: «Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán, es decir, ofrenda sagrada, todo lo que con lo que podría ayudarte».
En este caso, le permiten no hacer nada por su padre y por su madre, y así anulan las palabras de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como esas, hacen muchas cosas!”.
REFORMAR LA RAÍZ
“Señor, Jesús, yo te pido perdón por todas las veces que me he fijado más en la norma que en lo que el corazón me tiene que llevar. Porque el corazón tiene que estar muy pegado a ti, Señor. A veces el corazón se va porque se siente más cómodo, más seguro, cuando cumple unas normas preestablecidas. Pero el Señor nos lleva muchísimo más allá”.
Dice el Catecismo de la Iglesia:
El Señor no añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón (cf Mt 15, 18-19), donde se forma la fe, la esperanza y la caridad, y con ella otras virtudes. El Evangelio nos conduce así a su plenitud, mediante la imitación perfecta del Padre celestial (cf Mt 5, 48).
¿Y qué es esa imitación? Nos pone el catecismo dos ejemplos:
Es el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5, 44).
Y es que , en la vida tendremos muchas reglas que hay que cumplir pero sobre todo tenemos que tener el corazón donde no permitimos que entren odios, rencores, maledicencias. Eso es lo que tenemos que cubrir. El Señor nos manda desde el principio a que seamos mansos y humildes de corazón. Eso quiere decir que no dejamos que un resentimiento nos gobierne; o actuar con una ira porque no se ha hecho mi voluntad.
FIJARNOS EN EL INTERIOR
Sí, por supuesto que hay que preocuparse porque las cosas funcionen bien, pero cuando no funcionan tampoco podemos pensar que estamos autorizados entonces a despotricar contra los demás. Tantas familias, por ejemplo, que a veces me vienen a consultar, que sus hijos dejan de ir a misa. No hay que despotricar contra los hijos o tratarles como infieles ¡No, al contrario! Volverán a misa, volverán a recuperar la fe si les tratamos con delicadeza y con cariño. Eso sí, con exigencia también. Porque no puede ser que les regalemos absolutamente todo.
Hoy escuchaba eso de un señor que les ha dado absolutamente todo a sus hijos y, claro, sus hijos no corresponden. No corresponden porque efectivamente están acostumbrados a recibirlo todo. Los típicos “spoiled kid”. El tipo que les ha dañado a sus hijos en base a quitarles todos los problemas que tenían de enfrente.
A veces pensamos que les vamos a mantener la fe quitándole todas las posibilidades de que les cueste la fe. Y que ir el domingo a misa sea algo fácil, que vivir todos los Mandamientos sean fáciles; cuando en realidad no. Hay que enseñarles a que busquen la confesión, a que quieran al Señor de corazón, de que le estén agradecidos realmente.
Y Señor, perdón. Porque muchas veces queremos la figura externa; que hagan bien la primera comunión en el sentido de que la fiesta sea bonita pero tal vez no nos preocupamos de que efectivamente quieran con el corazón recibir a Cristo en la eucaristía, por ejemplo.
BUSCARLO DE CORAZÓN
O que preparen de corazón esa primera confesión, pidiéndole disculpas del Señor por todo el mal que han hecho, que vean como una cosa grave, por ejemplo, tratar mal a las otras personas. Que vean como una cosa que es desagradable a Dios tratar mal a sus padres, tratarles mal a sus profesores.
Esas cosas, cuando se aprenden de pequeños, entonces el corazón es el que realmente busca al Señor y eso es lo que nos enseña.
San Clemente de Alejandría decía:
“Tenemos el decálogo, dado por Moisés… y todo lo que nos recomienda la lectura de los libros santos. “Lavaos, purificaos, apartad de mí vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscar el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda. Luego venid y discutamos, dice el Señor” (Is 1, 16-18). (…)
También tenemos las leyes de Jesús, del Verbo, las palabras de exhortación escritas no sobre tablas de piedra por el dedo del Señor (Ex 24,12), sino escritas en el corazón del hombre (2Cor 3,3). Ahora bien, las tablas de los corazones duros serán quebradas (Ex 32,19); la fe de los pequeñuelos imprime sus huellas en los corazones dóciles… Estas dos leyes le han servido al Verbo en la pedagogía de la humanidad, primero por boca de Moisés, luego por boca de los apóstoles. (…)”.
NO ES SEGUIR UNAS REGLAS
San Clemente explicaba que teníamos que tener ese corazón dispuesto a acoger lo que el Verbo quiere que hagamos, que es tener misericordia de los demás. No necesitamos comportarnos, siguiendo unas reglas durísimas sino convirtiendo el corazón.
Amar a Dios sobre todas las cosas no implica simplemente vivir unos mandamientos fríos, sino al contrario, lo que implica es tener el corazón dispuesto para lo que quiere el Señor. Que nos volquemos en saber cuál es la voluntad de Dios para hacerla.
En un velorio contaron esta historia del papá, que me pareció súper bonita y que me gustaría terminar con esto. Una familia bastante grande que tenía una hacienda en las afueras de Quito. Salieron un viernes por la noche hasta la hacienda hace muchísimos años y se quedó el carro atrapado en la mitad del viaje; no podían volver, no podían continuar.
Entonces se bajaron toda la familia, que eran como seis, a caminar hasta la hacienda desde donde estaban; y la noche era completamente oscura. Entonces, el papá y el hijo mayor dejaron al resto de la familia dentro de una caseta y se fueron caminando hasta la hacienda. Se demoraron horas de horas. Y después de muchísimas horas, empezaron a escuchar un sonido en el fondo: Ah, ah, ah… Era el papá que en esa noche tan, tan, tan oscura, volvía en un tractor para llevar a toda la familia. En esa noche que era oscura y que no sabía nada, de repente la luz del tractor iluminó completamente el camino. Todos subieron al tractor y llegaron a la hacienda.
FORMAR EL CORAZÓN
La historia tiene muchísimos matices, es mucho más bonita pero yo quería tocar esto porque así nos hace el Señor; cuando tenemos realmente confianza en Él, la luz llegará aunque tengamos que esperar mucho tiempo. Y esos chicos, a los que hemos recibido y formado en el corazón, tal vez se aparten y no vivan las leyes, la tradición; pero cuando están bien formados, llegará al Señor con esa luz fuertísima después de mucho tiempo y les hará que recuperen esa fe.
Que no nos preocupemos por los actos, que vayamos a formar el corazón. Formar el corazón implica que queramos realmente hacer la voluntad de Dios. Que no es simplemente actos de fuera, lavarse las manos. Los fariseos estaban ahí, eso sí, veían, lavarse las manos pero no veían que realmente se ame de corazón. Y eso es lo que tenemos que buscar nosotros en nuestras propias vidas y en las vidas de los demás, que queramos realmente al Señor con el corazón.
Por eso, qué importante es, por ejemplo, el ir a visitar al Santísimo en el Sagrario, hacer la vela de los jueves, estar cuidando mejor después de comulgar ese tiempo de acción de gracias. Porque eso es, en definitiva, formas concretas de amar a Dios con el corazón.
Le ponemos estas intenciones en manos de nuestra Madre, la Virgen. Que no busquemos la tradición, que no busquemos la regla fría, que busquemos amar la voluntad de Dios de corazón ¡Ayúdanos, Madre!