UN CORAZÓN INMENSO
El Evangelio que hoy nos presenta la Liturgia, es uno de esos que nos hacen pensar que el cristianismo es una cosa de locos, porque Dios nos pide un estilo de vida, un corazón que tiene que superar la lógica humana.
No es que sea irracional nuestra fe, porque justamente, el origen de nuestra fe está, en quién es también el origen de toda razón: la verdadera razón, la racionalidad de las cosas.
Pero si viéramos las cosas desde un punto de vista sólo humano, la realidad sin la luz de la fe, nos quedamos con una visión incompleta de fondo y falsa de lo que es el hombre, de lo que es lo importante, de cómo hemos de comportarnos, de qué es lo bueno y qué es lo malo.
AMAR AL ENEMIGO
Y el Evangelio es este:
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: – Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: – Amen a sus enemigos, recen por los que los persiguen.
Así serán hijos de su Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos”
(Mt 5, 43-48).
Y ante estas palabras nos podemos preguntar, te podemos preguntar Jesús: “Señor, ¿esto es para que lo vivamos o nos lo decís porque suena bien?
¿Es para nosotros, tus seguidores de este tiempo actual, los del siglo veintiuno, o sólo para los apóstoles, los primeros cristianos que fueron perseguidos por su fe?”
PALABRAS ACTUALES
Gracias a Dios, al menos en América Latina, pienso que no nos persiguen abiertamente. Podemos ir a misa cuando hay misa. Ahora, estamos en una circunstancia un poco especial y no corremos el riesgo inmediato de ser mártires.
Y, sin embargo, estas palabras nos las dirige Jesús a nosotros. Su palabra tiene eficacia en todo tiempo y es para todas las personas, para todos los cristianos.
Y por eso, nos podemos preguntar: “Jesús, ¿cómo se me aplica a mí eso de amen a sus enemigos, si ni siquiera tengo enemigos? …”
Pero pensaba en algunos puntos que pueden ser parte de nuestro día a día, en los cuales nos puede dar luz esta enseñanza del Señor y dirigir nuestro comportamiento, es decir cambiarnos la vida. En el fondo, ese perdón es amar a los enemigos.
PERDONAR
Primero pensaba en el perdón. Perdón para quien me ha ofendido y no guardar rencor contra nadie. Procurar no juzgar la intención. No cargar con ese peso de llevar una cuenta de todos los que pienso yo, me han ofendido o me han hecho mal.
Y me he acordado de un par de anécdotas de la vida de san Josemaría, en las que pienso, se refleja esta enseñanza del Señor vivida.
ANÉCDOTAS DE SAN JOSEMARÍA
Una fue antes de que fuera a la Guerra Civil en España, que había un ambiente ya bastante anticlerical difundido en algunos ambientes, sobre todo de donde iban tomando cuerpo las ideas marxistas, que también le llevaban odio a la Iglesia.
Sucedió un día, en el que estaba san Josemaría en la calle, en concreto, en la plataforma del tranvía esperándolo, se le empezó a acercar un albañil. San Josemaría se dio cuenta que tenía una mala intención.
Este hombre que tenía su ropa de trabajador, toda manchada con cal blanca y san Josemaría estaba con su sotana negra, se le fue acercando con la intención de mancharle la sotana.
Y san Josemaría, cuando se dio cuenta, a propósito, se adelantó, lo abrazó y le dijo: – Ven aquí, hijo mío, rebózate conmigo, ¿te has quedado a gusto?
DAR UN ABRAZO
Me llama la atención, de dónde habrá sacado esa reacción, que en vez de pensar mal o apartarse, lo que hace es darle un abrazo.
Y otra que fue después de la guerra. En esa ocasión san Josemaría tomó un taxi, se puso a conversar con el taxista, interesándose por él, tratando de mostrarle cariño, seguramente también hablándole de Dios.
Y cuando llegó a donde san Josemaría iba, el taxista le preguntó: – Oiga, ¿dónde estaba usted durante el tiempo de la guerra? – En Madrid, le contestó el sacerdote.
Madrid era la zona que había quedado en manos de los comunistas en esa Guerra Civil, por los años finales de los años treinta. A lo que el taxista le dijo: – Lástima que no lo hayan matado.
UNA RESPUESTA LLENA DE PAZ
San Josemaría no le respondió nada. No hizo ningún gesto de indignación, sino que le preguntó con mucha paz: ¿Tiene usted hijos? Y como el otro le dijo que sí, junto con el precio del viaje, le dio una buena propina y le dijo: – Tome, compra unos dulces para su mujer y sus hijos.
La verdad es que a mí también me sorprende mucho esta anécdota. La capacidad de no odiar, de no responder al odio con el odio. Te acaban de desear la muerte, que no existieras, seguro por ser sacerdote, por estar hablándole de Dios y le da ese gesto.
EL LÍMITE DEL MAL ES EL AMOR
San Juan Pablo II decía, que la misericordia es lo que pone el límite al mal. Bueno, y eso está. El Señor nos concede ocasiones de vivir también eso en alguna medida, de ponerle límite al mal perdonando, no guardando rencor.
Si de alguien sentimos que es nuestro enemigo, hay que procurar perdonarle y, ¡más todavía!
Si los demás, aunque no sean nuestros enemigos, incluso sean personas que nos quieren y con quienes convivimos; si me molesta algo de ellas, si tienen defectos y vemos ahí como un enemigo, tratar de ver que son ocasiones también de santificarnos, de comprender, no etiquetarlas personas.
Tratar de no ver en ellas sólo ese defecto que a mí me molesta. Porque eso que puedo considerar como un enemigo me hace la vida imposible. Me molesta porque es así.
UNA OCASIÓN DE AMAR
Puede ser también la ocasión de amar, de comprender, de convivir, de no esperar que todo sea perfecto. Pues eso no. No odiar a nadie.
Querer a los demás no porque me caen bien, o porque no tienen nada que me moleste, sino quererlos pues son hijos de Dios.
Pues el Señor nos quiere a todos.
“¿Si amáis a los que os aman, qué premio tenéis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?”
QUERERLOS COMO SON
Querer a los demás, quererlos como son. Y si a alguien lo tenemos un poco catalogado, es así, o es asá, procurar quererlo con sus defectos.
Así como les decía san Josemaría también a los maridos respecto a su esposa, y a la mujer con respecto al marido:
“Quererlo, así como es y procurar ayudar”.
Y quizás podamos hacer lo que decía san Agustín:
“Si vemos un defecto al otro, fijarnos si no lo tengo yo también”.
Y eso sí que lo podemos odiar, lo que hay en nosotros, lo que nos aparte del Señor, tratar de combatirlo en serio.
Vamos a pedirle a la Virgen que nos ayude a no sólo comprender, sino a tratar de vivir esta lógica -un poco de locos-, que el Señor nos propone: desde el amor hasta los enemigos.
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