RESPLANDECIÓ LA LUZ
El día de hoy vamos a hacer nuestra oración como otras veces, acudiendo al Evangelio.
Y en esta ocasión nos cuenta san Mateo que:
“Jesús se enteró de que Juan el Bautista había sido arrestado. Y se estableció en Cafarnaún, ciudad marítima en la región de Zabulón y de Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, Camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.
El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; a los que vivían en región de sombra de muerte, les resplandeció la luz. Desde entonces Jesús comenzó a predicar, y decía: – Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”
(Mt 4, 12-25).
Este relato del profeta Isaías contiene un, diríamos, unos visos de esperanza, justamente de esa luz, tal vez porque allí, en esos territorios, como dice, tierra de gentiles, una tierra de mucho intercambio comercial, pues tal vez no eran muy religiosos las personas que vivían allí, o el ambiente el más adecuado.
Por eso nos dice:
“el pueblo que habitaba en tinieblas”
y nos hace tener una idea de que las personas de allí no se portaban bien, que digamos…
LA LUZ LES BRILLÓ
Y entonces es para ellos una alegría, un privilegio el que Jesús se haya querido instalar allí, que haya querido establecer su centro de operaciones en Cafarnaún, y allí lo veremos constantemente al Señor, y que a ellos una luz les brilló.
Ahora que seguimos en el tiempo de Navidad, que culmina este domingo en el Bautismo del Señor, debemos pensar todavía en esa luz que brilla, que es Jesucristo, que Cristo nos ha nacido.
No en vano, cuando hay un bautizo y allí en el baptisterio se suele poner el cirio pascual. El cirio que se bendijo, que se encendió en la Vigilia Pascual, que representa a Cristo,
Y que ahora va a tomar posesión de esa alma, de esa persona que va a ser bautizada en Cristo nuestro Salvador. Esto no lo podemos olvidar, ¡Señor no te podemos olvidar!
Y por eso estamos aquí, haciendo ese rato de oración, pensando en Ti.
JESÚS, EL ÚNICO SALVADOR
Por eso también, el Papa Francisco, hace un tiempo escribió un tuit con motivo de la memoria del Santísimo Nombre de Jesús. Y escribía:
“La salvación está en el nombre de Jesús. Debemos dar testimonio de esto. Él es el único Salvador”.
Y qué palabras tan precisas, diríamos nosotros, que la salvación está en Cristo. Que la salvación está en el nombre de Jesús. ¡Él es el único Salvador!
Esto es verdad, porque Tú, Señor, has muerto por mí en la Cruz. Por toda la humanidad, por supuesto. Pero ahora pensemos que ha muerto por ti, que tú eres la única persona por la que el Señor ha muerto…
DIOS NOS SALVA
Estaríamos muy agradecidos, es verdad, ha muerto por toda la humanidad y por cada uno de nosotros. Y eso nos hace ver que la salvación es gratuita, es decir, que no depende de lo que tú y yo hagamos, aunque por supuesto ayuda muchísimo.
Ayudan muchísimo esas obras. Esas buenas obras que podamos realizar, que nos ayudan a estar más dispuestos a recibir la Gracia de Dios. Pero sobre todo, es Dios quien perdona, es Dios quien salva.
Hoy en día, y están muy de moda algunos métodos con mucha influencia del Oriente, métodos para la meditación, métodos para si quieres obtener la paz interior o para que haya buenas energías, buenas vibras en nuestras casas, en nuestro ambiente…
Incluso, lo hacen depender de algunos objetos, de algunos elementos de la naturaleza… Y eso, ha tenido mucho éxito recientemente.
Pero es bueno preguntarse: ¿Por qué? ¿Qué es lo que realmente nos da paz interior? ¿Qué es lo que realmente nos da alegría y felicidad?
DIOS NOS DÁ LA VERDADERA ALEGRÍA
Son unas piedras, unos objetos, unos ejercicios de meditación… ¿O lo que realmente nos da la paz, la tranquilidad, la alegría del alma es Dios?
Pues no sé tú, pero yo pienso que es Dios. Pienso que eres Tú, Señor. Él es el único salvador y no las cosas que nosotros podemos hacer a través de los ejercicios o de unos métodos…
A lo mejor nos pueden servir de manera secundaria o lejana, pero lo más importante, es lo que tú y yo estamos haciendo aquí: Hablando con Dios.
ACUDIR A LA CONFESIÓN
Esto también nos dispondrá a hacer un poco de examen, por ejemplo, y ver cómo podemos mejorar, ver dónde tal vez nos hayamos equivocado para ir corriendo a pedirle perdón al Señor en el Sacramento de la Penitencia, Sacramento de la alegría.
Al beato Álvaro del Portillo, le preguntaban en una ocasión, cuál había sido el momento más feliz de su vida.
Y bueno, uno puede pensar, pues seguramente fue cuando conoció al fundador del Opus Dei, a san Josemaría. O cuando pidió la admisión al Opus Dei. O cuando fue ordenado sacerdote, porque tendría tantos motivos para estar alegre…
Pero entonces el beato Álvaro respondió: “Cada semana cuando me confieso”.
Y señor, me gustaría a mí también decir lo mismo, que el momento más feliz de mi vida sea cada semana o cada vez que tengo la oportunidad de confesarme, porque experimentamos el amor de Dios, la misericordia de Dios.
Que a pesar de que tengamos muchos o pocos pecados, ¡Dios nos perdona!
SIN PRECIO ALGUNO
La misericordia de Dios no es como cuando uno va a un restaurante de comida rápida, donde si uno quiere más, tiene que pagar más. ¿Quieres más gaseosa? ¿Quieres un vaso regular, grande, extra grande o jumbo?
Pues tienes que pagar más. O te dicen si quieres agrandar tu pedido por más papas fritas por 5 soles…
Eso no pasa en la Iglesia, eso no pasa en la confesión. Uno puede venir con la carretilla llena, cargada de pecados, o si no, solo son unos pecados veniales… Pues igual el Señor nos perdona, no por el mismo precio, sino sin precio alguno.
Aunque tendremos que decir que, el precio ha sido Tu sangre hasta la última gota Señor.
Y nosotros también queremos ser conscientes de que esa luz que nos ha brillado, que eres Tú, Señor. Y para ello también tenemos que anunciar esa luz y ese mensaje del Evangelio.
AMAR CON OBRAS
Por eso san Juan, en su Primera Carta nos dice que:
“Nosotros cuando pidamos lo recibimos de Él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada”.
Y este es un mandamiento, que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo. Y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.
Y es que éste es el centro del mensaje de Jesucristo: el amor. Pero no un amor etéreo, un amor pasajero, no un amor abstracto… Un amor concreto, con obras.
Pensemos ahora en esos minutos que nos quedan: ¿Cuánto amamos al Señor? ¿Cómo le manifestamos nuestro amor con obras?
Cumpliendo, por supuesto, esos preceptos que nos ha dejado, que son preceptos para la alegría, para la felicidad. No son como cargas pesadas.
Aprovechamos también esas oportunidades para negarnos a nosotros mismos esas cosas que nos gustaría tener o hacer, por amor a Dios.
LO PRIMERO DE MI DÍA
Pues a lo mejor me gustaría quedarme toda la mañana del domingo durmiendo. Pero digo: No Señor, voy a ir a la misa de las ocho o nueve porque Tú eres lo primero en mi vida.
Pensemos también cómo vamos con los que tenemos alrededor: nuestros padres, hijos, hermanos, amigos y vecinos. Así, tú y yo, estaremos anunciando a Cristo con nuestra fe y con nuestras obras.
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