Escuchamos en el evangelio de la Misa de hoy:
“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, pero han abandonado lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que hacer esto sin abandonar lo otro”
(Mt 23, 23).
Lo primero que me llama la atención de este pasaje del evangelio, es la palabra eneldo. Porque como no se cocinar, no tengo idea para qué sirve; la menta y el comino si ya me suenan un poco más.
La Ley, que el Señor está mencionando aquí, fue dada a los judíos a través de Moisés. Lo interesante es que el Señor les está recordando la finalidad con la que Dios les dio esta Ley, guiar este pueblo por los caminos de Dios.
Por eso, ¡qué bien nos viene este recordatorio de Jesús! Para que no queden dudas, nos dice el objetivo de la Ley: que el pueblo sea más justo, más misericordioso y más fiel.
JUSTO, MISERICORDIOSO Y FIEL
Ahora que esta ley no ha sido abolida sino llevada a cumplimiento por parte de Jesús, lo mismo podríamos preguntarnos nosotros: ¿Cómo la cumplimos?¿Cómo es este cumplimiento de lo que Dios me está pidiendo? ¿Me está haciendo más justo, más misericordioso y más fiel? Si no, algo no va tan bien.
¡Qué pena transcurrir una vida aquí en la tierra, y que tengamos que presentarnos ante el tribunal divino y, al encontrarnos cara a cara con Jesús, nuestro juez, le escuchemos decir: ¡hipócrita! Solo de pensarlo me da escalofrío. Es el peor escenario posible, la peor pesadilla para un cristiano. Llegar al fin del camino y haber errado la meta.
Pero cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo. Por eso cuando escuchamos el evangelio de Jesús el día de hoy, que se dirige con firmeza a los escribas y fariseos, estamos a tiempo de cambiar todo lo que nos acerque peligrosamente a esa situación de la hipocresía.
HACER ESTO SIN ABANDONAR LO OTRO
A veces tenemos la tendencia de la terrible hipocresía de pensar que ya hacemos suficiente, que Dios debería felicitarnos por lo que ya hacemos -recordemos ahora la parábola del fariseo y del publicano -, y que Dios nos pida más sería una exageración: “yo ya pago el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, el diezmo de no faltar a una Misa el domingo o de reservar tiempo para mis oraciones acostumbradas”. Pareciera que uno ya hace suficiente.
Seguramente todo esto Dios lo valora, porque estamos intentando cumplir lo que Él nos pide en la nueva ley. Pero, como también acabamos de escuchar en el evangelio, todo eso debería ser un medio para otras cosas que Dios quiere mucho más: que nuestro corazón, poco a poco se vaya pareciendo cada vez más al suyo, que tengamos un corazón más justo con los demás, más misericordioso con los demás y más fiel a Dios en su amabilísima voluntad.
En esto el Señor es tajante: “Hay que hacer esto sin abandonar lo otro”. Hay que hacer las dos cosas. A Dios le interesan las obras que acompañan las buenas intenciones del corazón. Me atrevería a decir que esta hipocresía de la que habla el Señor tiene también otro extremo también frecuente: el de asegurarle a Dios, con palabras, que nuestro corazón es así: justo, misericordioso y fiel, pero nuestras obras no acompañan eso que le decimos.
OBRAS SON AMORES NO BUENAS RAZONES
En Camino, san Josemaría recoge una reflexión que sabemos que es fruto de su experiencia personal, pero por pudor, contada en tercera persona:
“Cuentan de un alma que, al decir al Señor en la oración «Jesús, te amo», oyó esta respuesta del cielo: «Obras son amores y no buenas razones». Piensa si acaso tú no mereces también ese cariñoso reproche”
(Camino 933).
Piensa si también tú mereces ese cariñoso reproche que recibió primero y por eso se exige primero él y luego intenta exigir a los demás. Que nosotros nos exijamos por amor a Dios porque “hay que hacer esto sin abandonar lo otro”.
Aprovechamos este evangelio de hoy para examinarnos en esta materia: ¿cuántas veces al día le decimos a Dios que lo queremos? Ojalá sean muchas e incontables. Para esto, san Josemaría tenía un truco que él solía llamar “industrias humanas”, que no eran otra cosa que simples objetos o acciones comunes y corrientes que podían servir de recordatorio para dirigir a Dios o a la Virgen una jaculatoria, o un acto de desagravio, o rezar una breve comunión espiritual, etc.
Te voy a poner un ejemplo: si te propones que cada vez que enciendes una lámpara en tu casa le dices a Dios que lo quieres, terminarás diciéndoselo muchas veces durante el día. Si te propones que cada vez que uses una llave concreta le pides perdón a Dios por tus pecados, lo terminarás haciendo (actos de desagravio) muchas veces a lo largo del día. Este es el truco de las “industrias humanas”.
INDUSTRIAS HUMANAS
Pero como “hay que hacer esto sin abandonar lo otro”, no basta con decirle a Dios muchas veces que le queremos sino que hay que aprovechar las miles ocasiones que se nos presentan durante el día para demostrárselo “Obras son amores y no buenas razones” No basta con decirlo.
Hay oportunidades de vivir aquello de “obras son amores y no buenas razones”. Sobre todo si pensamos también en aquella otra consideración de Camino:
“¡Cuántos que se dejarían enclavar en una cruz, ante la mirada atónita de millares de espectadores, no saben sufrir cristianamente los alfilerazos de cada día! –Piensa, entonces, qué es lo más heroico”
(Camino 204).
Porque la tentación a veces que el demonio nos pone es: “Ya tendrás ocasión de amar a Dios hasta el extremo cuando venga la cruz, pero la cruz en medio de una plaza en donde todo el mundo te vea…” Pero san Josemaría nos propone los alfilerazos de cada día, que también son muestras de amor.
Alfilerazos como los de la tentación de la pereza, en la que le podremos decir a Dios: “Señor, me da demasiada flojera hacer esto ahora, pero por amor a ti, lo voy a hacer ahora”. O los alfilerazos de la vanidad: “Señor, mira qué bien me salió esto, pero por amor a ti, no voy a buscar el aplauso ni la aprobación de los demás”. O los alfilerazos de la soberbia: “Señor, esta discusión la gano porque sí, pero por amor a ti, te ofrezco la ‘humillación’ de perder el argumento en silencio y con paz”.
AMOR CON OBRAS
Y esto sin contar con las pequeñas y grandes contrariedades del día a día que podremos ofrecer alegremente a Dios para demostrarle que le queremos. Así, poco a poco, haremos en nuestras vidas un “círculo virtuoso”. El corazón se dirige a Dios diciéndole muchas veces que le amamos; luego, ese amor se traducirá en obras que son más elocuentes que las palabras; y luego, nos sentiremos tan bien y tan en paz, que le daremos gracias a Dios por manifestarnos su amor en tantas oportunidades durante el día.
Terminamos encomendándonos a Santa Mónica, hoy es día de su memoria litúrgica. Ella supo demostrar su amor a Dios con obras. Porque vivió gran parte de su existencia con sacrificios, con oraciones tantos años por agradar a Dios, buscando la salvación del alma de su Hijo, san Agustín. Santa Mónica sufría pero amaba, y su amor dio grandes frutos. Ahora tenemos a san Agustín, uno de los grandes santos de la Iglesia.
Vamos que nuestra vida sea una vida como la suya, entregada totalmente a Dios. Que es lo que le pedimos a Dios por intercesión de Santa Mónica.