“Nosotros hemos de gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo: en Él está nuestra salvación, vida y resurrección, por Él somos salvados y liberados”. Comienza así la Antífona de Entrada de la misa de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz que vivimos el día de hoy.
LA CRUZ…
Instrumento de tortura, de maldición, necedad para los gentiles, escándalo a los judíos, era el suplicio más infame, que no se aplicaba nunca a los romanos. De hecho, Cicerón dice que hasta el nombre de la cruz debería mantenerse alejado de un ciudadano romano. Y sin embargo, la de hoy es una fiesta de alegría: hay acentos en toda la liturgia que son de gozo.
San Pablo habla de la Cruz como de la sabiduría y de la gloria, más bien, el símbolo de la victoria definitiva de Cristo, que nos salva, que nos libera del pecado y del poder del demonio, y que destruye la condena que nos que era contraria.
Pero todos nosotros sabemos que, sobre todo, la Cruz es el símbolo de Amor, del amor gigantesco, sin límites, del Señor por cada uno de nosotros. “Gracias Jesús, porque has llegado hasta el extremo de la Cruz para manifestarnos tu amor”.
REFLEXIONES SOBRE LA CRUZ
Hay una oración que San Josemaría escribió, que a mí me parece preciosa y que vamos a darle vueltas. Dice San Josemaría:
“Que sepamos extender los brazos en la Cruz amorosamente; que sepamos amar a Cristo en la cruz serenamente; y que sepamos llevarlo al mundo para que haya muchos amigos de la Cruz”.
Vamos a empezar: “Que sepamos amar a Cristo en la cruz serenamente”. Y es que tenemos que ser devotos, muy devotos, de la Cruz del Señor.
Hoy encontramos, en la Primera Lectura, una escena misteriosa: es el pueblo de Israel que se cansa del camino, del trabajo, del dolor. Están saliendo de Egipto, están dando vueltas por el desierto, y empiezan a hablar contra Moisés y contra Dios. Y viene esa plaga mortal de las serpientes.
Cuando el pueblo se arrepiente, Moisés le pregunta qué es lo que tiene que hacer a Dios. Y Dios le manda a hacer una serpiente de bronce. El que miraba la serpiente de bronce después de que le mordía una serpiente, quedaba sanado.
Y, ya lo sabemos, lo dice el Señor en el Evangelio de hoy también, es un tipo, es una figura de la Cruz. Dice el Señor en el Evangelio:
“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así ha de ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él, tenga vida eterna” (Jn 3, 14-15).
Y, ¿dónde está levantado el Señor sino en la Cruz? San Juan vuelve a narrar la escena de la crucifixión y recuerda la profecía:
“Mirarán al que traspasaron” (Jn 19, 37).
Es una invitación a mirar al Señor, a mirar a Cristo crucificado que, muriendo en el Calvario, nos ha revelado plenamente el amor de Dios. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Y el Señor da la vida por nosotros, por cada uno de nosotros, sin ahorrarnos nada. “No hay dolor comparable a Su dolor” (cf Lam I, 12).
Por eso, mira al crucifijo: de ahí sacarás las más bellas lecciones de amor.
¿CÓMO TOMAMOS LA CRUZ?
La cruz siempre nos acompaña, pero uno puede tomarla con serenidad o renegar de ella. Esa cruz viene en formas distintas: un dolor de la familia, un drama de las personas que amamos, enfermedades, limitaciones…
Pero la cruz, nos habla del sentido cristiano del dolor que nos acompañará siempre; nos recuerda que el dolor puede transformarse en amor: entonces adquiere sentido.
Probablemente hay gente que no entiende el mal en el mundo -las catástrofes naturales, estas pandemias que estamos viviendo ahora, el dolor de los niños… Pero la cruz nos recuerda que no tenemos, aquí en este mundo, morada definitiva; que, efectivamente, no tendría sentido si todo terminase aquí. Pero el Cielo es para siempre -para siempre. Y eso da una dimensión nueva, una nueva lógica, un nuevo modo de vivir.
ES NUESTRA DECISIÓN CÓMO LLEVARLA
La segunda parte de esa oración de San Josemaría dice: “Que sepamos extender los brazos de la cruz amorosamente”.
Es un amor total, es un amor entregado. En ese libro que se llama Vía Crucis -que te recomiendo tanto- puedes leer: “Amo tanto a Cristo en la Cruz, que cada crucifijo es como un reproche cariñoso de mi Dios: [que me dice] Yo sufriendo, y tú… cobarde.
Yo amándote, y tú olvidándome. Yo pidiéndote, y tú… negándome. Yo aquí, con gesto de Sacerdote Eterno, padeciendo todo lo que cabe por amor tuyo… y tú te quejas ante la menor incomprensión, ante la humillación más pequeña…” (San Josemaría, Via Crucis, XI Estación).
MIRAR LA CRUZ
Mirar a la Cruz nos lleva a ser generosos con el Señor. No podemos regatear en nuestra entrega de cristianos a quien nos ha dado tanto. “Gracias Jesús, porque con tu muerte nos has enseñado tanto. Haz que seamos también generosos, que sepamos aceptar también el dolor, que no le tengamos miedo a tu Cruz”.
¿Quieres saber cómo agradecer al Señor lo que ha hecho por nosotros? Pues, amor con amor se paga. Pero la certeza del cariño, la da el sacrificio. De modo que ¡ánimo! Niégate y toma tu cruz, y entonces estarás seguro de devolverle amor por amor.
El Señor dice: “Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24).
El que quiera venir en pos de mí. “Jesús, quiero ir en pos de Ti, quiero coger mi cruz, ¡no quiero dejarla! Quiero hacerla mía y mostrarla también a los demás para que nadie huya de Ti”.
Sin embargo, vivimos en una época en que la gente tiene miedo de la cruz.
ALÉRGICO AL DOLOR
Recuerdo, en una residencia universitaria en la que viví, había un chico pequeñito, bien molesto, que siempre se estaba metiendo con la gente. Había también un residente que era grandote, de otra provincia, buenote y no hacía muchas cosas. Y este chiquito le molestaba y le molestaba…
Recuerdo que una vez, entré al comedor y vi la siguiente escena: El residente chiquito corriendo a través de las mesas, y detrás el grandote que iba tumbando las cosas para intentar agarrar al pequeño, mientras este gritaba: “¡No me pegues, no me pegues! Soy alérgico al dolor”.
A veces somos así, alérgicos al dolor. Pero nosotros mismos lo hemos provocado, nosotros mismos lo buscamos.
El cristiano necesariamente pasa por la cruz. Tenemos que aprender que la Cruz de Cristo es una bendición, es asociarnos a su Pasión Redentora. Ofrecernos la posibilidad de “completar en nuestra carne, lo que le falta a la Pasión de Cristo” (cf Col 1, 24), dirá San Pablo en Colosenses.
El dolor es parte de nuestra vida y que finalmente sepamos llevarlo al mundo para que haya muchos amigos de la Cruz. Que muchos se comportan como enemigos de la Cruz y tenemos que aprender a hablar positivamente del dolor. Que sepamos decir cómo San Josemaría: “Solo desde la cruz se puede amar a la humanidad entera”. Esta frase tiene mucha profundidad.
AMOR Y DOLOR
¿Cuáles son los sentimientos de Cristo en la Cruz? Esa escena de La Pasión de Mel Gibson, que está recogida también en otros libros. Habla de cómo Cristo, al ver la Cruz, se abalanza y abraza con cariño al instrumento que ha de darle muerte. ¡Esos eran los sentimientos de Cristo en la Cruz! Ahí está toda la humanidad, la que estaba redimiendo.
Lo pedimos a través de Santa Maria, Madre nuestra, mujer fuerte que estuvo también al pie de la Cruz: que seamos hombres y mujeres completamente entregados a Dios, que pasemos por encima de nuestro yo y que no tengamos miedo a la Cruz.
Que tengamos únicamente la preocupación, cada vez más ardiente, de seguir a Cristo y de llevarlo a todas partes. “Que sepamos extender los brazos de la cruz amorosamente, que sepamos amar a Cristo en la cruz serenamente, y que sepamos llevarlo al mundo para que haya muchos amigos de la Cruz”.
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