En el Evangelio de la misa de hoy que utilizaremos para hacer este rato de oración contigo Señor, leemos que hay una pequeña discusión, tal vez un momento tenso.
Nos cuenta san Marcos que los discípulos de Juan el Bautista y los fariseos estaban ayunando y vinieron unos y le preguntaron a Jesús:
“Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, ¿por qué los tuyos no?”
(Mc 2, 18).
Podemos ver que hay como una especie de competencia o de comparación. Hay unos grupos, los grupos de los fariseos, la secta más observante del judaísmo con unas reglas muy estrictas que quieren cumplir.
Y luego, los discípulos de Juan el Bautista que empieza a proclamar la llegada del Mesías y que, para eso, hay unos que le siguen, que quieren vivir como él, muy austero.
¿POR QUÉ LOS TUYOS NO?
Por tanto, no nos sorprende que tanto los fariseos y los discípulos de Juan y el mismo Juan ayunen y es lógico que al ver a Jesús de Nazaret -que tiene también unos seguidores que crecen en número- se pregunten: ¿por qué nosotros ayunamos y ellos no? O sea, qué cómodos, qué felices… ¡así cualquiera!
¿Por qué los tuyos no? Le preguntan al Señor. Y viene una respuesta del Señor que nos puede dejar un poquito desconcertados. Les dice:
“¿Es que pueden ayunar los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Mientras el esposo está con ellos, no pueden ayunar.
Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán en aquel día”
(Mc 2, 19-20).
Podemos sacar muchas conjeturas de qué significa esto. Yo, inmediatamente, pienso que es una alusión a aquel momento en el cual el Señor ya no esté con los apóstoles. Por tanto, tengan que prepararse para esa segunda venida.
LA VIRTUD DE LA TEMPLANZA
Y de allí el Señor les hace ver la importancia de vivir esa virtud tan bonita, que es la virtud de la templanza, que es lo que está detrás de esos ayunos.
Aquí nos vamos a encontrar con un contraste y, tal vez, como una pequeña crítica que les hace el Señor:
“¿Ustedes por qué ayunan?”
Es tal vez a donde quiere llegar Jesús. Qué bonito que ayunen, está muy bien, pero la pregunta es ¿por qué? Si no estarían locos.
AYUNO
Hoy en día vemos a muchas personas que hacen dieta porque quieren bajar de peso o porque el médico les ha dicho que tienen que bajar ciertos niveles -por ejemplo, de colesterol entonces, se abstienen de ciertos alimentos-, otros para verse bien.
Aquí en el hemisferio sur ya se acerca el verano, con lo cual muchos se preocuparán de verse bien y hacen todos esos sacrificios. Incluso ir al gimnasio o hacer calistenia (que está hoy muy de moda) con una finalidad, que ahora no vamos a juzgar si está bien o si está mal -depende de cada uno y por qué se hace.
El Señor les dice a los fariseos y a los discípulos de Juan:
“Ustedes, ¿por qué ayunan? ¿Ayunan simplemente porque es una regla que tienen ustedes o porque miran a lo que es más importante?”
En este caso, el esposo.
ESTAR DESPRENDIDOS
Jesús se presenta como el esposo, ese esposo -por ejemplo- del libro del Cantar de los Cantares; ese esposo y su amada.
Es allí a donde quiere llegar el Señor: saber que hay una virtud que es la virtud de la templanza que nos ayuda a estar desasidos. Es decir, estar desprendidos de las cosas de este mundo: de nuestros apetitos, de lo primero que se nos viene a gusto, a la mente… Y saber utilizar cada cosa en su justa medida; no abusar de ellas. Ser libres, a fin de cuentas.
Tal vez esos fariseos no eran libres porque estaban muy sujetos a esas normas estrictas.
Y hoy, curiosamente coincide con que la Iglesia celebra a san Antonio Abad. Él es considerado el padre del monaquismo (de la vida monástica).
LA VIDA DE SAN ANTONIO, ABAD
Y nos cuenta san Atanasio que, cuando murieron los padres de san Antonio, él tendría unos 18-20 años. Entonces se quedó a cargo de su única hermana -pequeña aún. Por tanto, él pasó a ser el “pater familias”.
Habían transcurrido unos pocos meses de la muerte de sus padres, cuando san Antonio se dirigía -como era su costumbre- a la iglesia.
Entonces, meditaba cómo en la Biblia se dice que los apóstoles lo habían dejado todo para seguir a Cristo y, en concreto, como dicen los Hechos de los apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres.
EL LLAMADO DE SAN ANTONIO
Y entonces, san Antonio pensaba también en lo que les esperaría en el Cielo a esos hombres y a esos primeros cristianos.
San Antonio iba meditando estas cosas y entra a la iglesia y da la casualidad de que en ese momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio:
“Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en el Cielo. Luego, ven y sígueme”
(Mt 19, 21).
(Es lo que le dice el Señor a aquel joven rico).
Entonces san Antonio, como si Dios lo hubiera dicho al oído y recordando lo que había leído en las Escrituras y aquellas palabras. Salió enseguida de la iglesia y empezó a donar todas sus posesiones, a vender toda la heredad de sus padres (que eran muchas), justamente con la idea de que no había nada que pueda quedarse para sí mismo o para su hermana.
DEJÓ TODO
Sí reservó una cantidad de dinero para que su hermana pudiera vivir una vida tranquila (porque ya no tenía por qué seguir a su hermano).
Pero lo dejó todo e incluso, cuando parecía que ya había vendido todo, quedaba un poquito, lo vendió, lo repartió entre los pobres y solo se quedó con eso para su hermana, a quien dejó al cuidado de unas vírgenes (todavía existe el orden de las Vírgenes) que eran de confianza para que la cuidaran, para que la educaran.
Él se apartó del mundo y vivió en una casa. Frente a su casa empezó a vivir una vida bastante austera y tanto que él trabajaba para poder comer, poniendo en práctica lo que dice la Sagrada Escritura:
“El que no trabaja, que no coma”
(2Tes 3, 10).
UNA VIDA MUY AUSTERA
Así hacía san Antonio, se ganaba el pan de cada día con el sudor de su frente, pero luego una vida muy austera. Así se dedicaba a rezar y se dedicaba a trabajar dando inicio a esa vida monástica, una vida de templanza.
Nosotros no vamos a ser necesariamente como san Antonio -es un carisma, es algo especial- pero somos gente que estamos en el mundo. Más aún, tú que estás escuchando esto, seguramente en tu casa, en la calle: “¿yo qué puedo hacer?”
Piensa en las cosas que tienes actualmente. A lo mejor puedes estar muy apegado a tu celular, a tus redes sociales o si tienes algún medio de transporte: tu carro, tu bicicleta, tu moto…
A veces uno se puede apegar a cosas grandes, como también cosas pequeñas. A lo mejor nos hemos apegado a un modo de ser, a un modo de pensar, de comportarnos, a un vicio, a una persona…
Pensemos si nuestro corazón es libre para amar y si hay cosas que aún nos atan, que no nos dejan ser libres. Y, por supuesto, el pecado. El pecado es lo que nos quita la libertad; esa libertad de los hijos de Dios, que Jesucristo nos ha ganado con Su sangre, muriendo en la Cruz.
Vamos a acudir a María santísima para que nos enseñe a vivir como ella, una vida totalmente entregada, que solo sabe mirar a Cristo.
Excelente meditación.
Nos hace mucha falta leer eso.
Nos ayuda en muchas cosas pesar lo duro de la situación que tenemos.
Excelente meditación.
Nos hace mucha falta leer eso.
Nos ayuda en muchas cosas pesar lo duro de la situación que tenemos.