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AMOR DEL BUENO: SACRIFICADO

Amor

Como lo hacemos habitualmente, queremos establecer un diálogo personal con Cristo a partir del Evangelio, porque allí encontramos la palabra de Dios, la palabra de Dios encarnado. Jesús, que nos habla desde la sabiduría infinita del Dios eterno, y porque también en los Evangelios encontramos nuestra propia vida, la vida de Cristo y la nuestra. 

Él es el modelo a seguir. No queremos conformarnos, no quieres conformarte tú con saber de Jesús, admirar a Jesús, creer en Jesús, recurrir a Jesús. Sino también queremos imitar a Cristo, identificarnos con Él. No se puede imitar  lo que se desconoce. 

De allí la importancia fundamental que todos vivimos y nos esforzamos por mejorar, con la ayuda de la gracia siempre con la acción del Espíritu Santo, por conocer en profundidad lo que el Señor dijo. Lo que el Señor nos enseña como Maestro divino. 

Y también nos interesa mirar a Cristo para aprender de su divino corazón y así dejarnos transformar por Él. Esa es nuestra meta, que bien lo expresa san Pablo cuando dice: 

Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. 

SER OTRO CRISTO

Y eso para Pablo, que antes fue Saulo y completamente, digamos, en la vereda del frente del amor a Jesucristo. Y sin embargo, con la gracia de Dios, llegó a ser quien fue. Eso es para él, pero también para ti y para mí. Que lo tengamos muy claro. El fin de nuestra existencia no es simplemente cumplir, practicar, sino identificarnos con el Señor, ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí. 

Que sea Cristo quien vive en ti, porque haces oración, porque tienes intimidad con Él, porque estás sostenido o sostenida por Su gracia, porque confías plenamente en la acción del Espíritu Santo que es capaz de resucitar muertos, de curar leprosos, de hacer andar con agilidad a paralíticos. Dios puede, nosotros solos, nada.  Con Él todo. 

Esa identificación con Cristo, ese vivir Cristo en nosotros, es una realidad objetiva, subjetiva, en cuanto que el sujeto es el que la experimenta cada uno, y también es afectiva. Objetiva porque es de gracia; estamos vinculados a Cristo desde los sacramentos, vivimos en la gracia de Dios, y si la hemos perdido por nuestra propia fragilidad, la recuperamos en el sacramento del perdón. Vivimos en la gracia de Dios, es la dimensión objetiva. 

SOMOS ÚNICOS E IRREPETIBLES

Luego esa dimensión subjetiva, en el sentido que cada uno tiene su propia manera de identificarse con el Señor. En ese sentido es una vida única, irrepetible, absolutamente irrepetible. Tú eres una única vida para Dios y no ha habido nadie como tú, ni habrá nadie como tú, hasta el final de los tiempos. Y Cristo quiere vivificarnos. 

Está también esa dimensión afectiva. De cariño, de ternura, de dulzura, que son rasgos propios del amor. Pero el amor también, como lo sabíamos, tiene  está dimensión de sacrificio. Y el Evangelio de hoy nos sugiere esta verdad tan profunda. El amor se manifiesta en la entrega, en la generosidad de quien se da alegremente al que ama. 

“En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir»”

Bonita manera de acercarse a Cristo, en un tono imperativo que manifiesta confianza y una cierta ingenuidad, por así decir. Ingenuidad de olvidarse de que están ante Dios. Y quienes somos ante Dios, pobres criaturas y a la vez lo somos todo para Él.  

¿QUÉ QUIERES QUE HAGA POR TI?

Pero nos quedamos con este rasgo de confianza en la manera con que se dirigen al Señor con un tono imperativo “queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir”.  

También a veces nuestra oración será algo parecido: “Señor hazme esto, dame esto. Tú lo puedes, Tú lo quieres, dámelo” Pedir así al Señor, está en los Evangelios, es una manera de continuar esta oración original. 

“Queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir.

Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?»”

¿Qué quieres que haga por ti? Mira, ahí tienes ya una beta de adoración preciosa. Piensa que Jesús te dirige a ti esa pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres que te dé? Y de ahí uno puede pensar ¿Qué le pido yo a Dios? ¿Qué es lo que me interesa recibir de Él? 

Y ¡ojalá, ojalá! todos pudiéramos decir: “Señor dame tu amor y yo crezca en el amor a Ti y que ese amor me transforme y sea capaz de amar a los demás como Tú nos quieres, como Tú nos amas”. Pedimos en definitiva la caridad, que es el único bien eterno. 

TIEMPO PRECIOSO: A SOLAS CONTIGO

La fe y la esperanza son bienes fundamentales, bienes sobrenaturales, pero para esta vida. Ya luego después de la muerte, por la misericordia de Dios si llegamos al cielo, no hace falta la fe ni tampoco la esperanza porque se ve y se posee. En cambio la caridad es eterna. Es el mayor bien que Dios quiere concedernos. Amor a Él, amor a Dios, amor a Jesucristo. 

Y eso tiene tanto que ver con la piedad eucarística, con amar a Jesús aquí, ahora entre nosotros, el Emmanuel, el Dios con nosotros. Por eso que podríamos también decir: “Señor te pido que me aumentes el amor a Ti en la eucaristía” 

Y eso tiene un montón de consecuencias prácticas, desde acudir a misa los domingos, llegar con tranquilidad, vivir la misa lo mejor que podamos con todos los sentidos puestos ahí, quedarnos diez minutos después de comulgar en silencio. 

Ojalá pudiéramos cuidar ese tiempo precioso en que estamos solos con Dios, cada uno, cada una, a solas totalmente disponible Dios para ti. “Señor, auméntanos el amor, auméntanos la piedad eucarística, que es lo mismo que decir aumenta me el amor a Ti vivo, tan cerca de mí. 

ORIENTAR TODO HACIA TI

Bueno, volvamos al texto,

“Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir.

Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?»

Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda»”. 

Le piden el cielo, y está muy bien, quizás con un punto de vanidad, “sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha, en fin…” Pero en el fondo, todo corazón humano pide esto a Dios, la salvación eterna. Que es mucho más que la no condenación del infierno, sino que es la posesión del bien mismo, infinito, eterno, inconmensurable, toda la dulzura, todo el color, toda la belleza, toda la bondad, toda la ternura, para siempre. 

No en un eterno como sucesión cronológica indeterminada, sino una eternidad que es la de Dios, fuera del tiempo. Poseer a Dios y ser poseídos por Dios en el amor y ya para pasar a gozar así, sin límites, con la compañía además de María Santísima, de san José, de los santos. 

UN CAMINO DE AMOR

Bueno, con razón piden esto, y también es nuestra propia petición que hacemos ahora: “Señor, pase lo que pase en mi vida, que todos mis pasos se orienten hacia Ti. Que todo me sirva para encaminarme más radicalmente hacia Ti. 

Que el trabajo, las alegrías, las penas, las dificultades, todo tenga una cierta dimensión de eternidad, que todo esté orientado hacia eso que es nuestra meta a donde queremos llegar. Ayúdanos a vivir así, orientados hacia Ti”. 

Y entonces llegará el momento cuando Dios nos llame a su presencia y pasaremos a gozar eternamente de Él. La alegría de la vida cristiana, radica en esta orientación radical hacia el cielo. Es lo que le pedimos a la Virgen, le pedimos a María cada vez que rezamos: “Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”

Y le pedimos a nuestra Madre, que sepamos, en estas palabras que a continuación voy a leer de su hijo Jesucristo, que sepamos recorrer un camino de amor sacrificado: 

“Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís ¿Podéis beber el cáliz que yo he de, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»”.

CAPACIDAD DE ENTREGA

O sea ¿Pueden de verdad dar la vida por mí, como yo lo voy a hacer por ustedes, como yo lo hago por ti? Dar la vida por Cristo, no es un amor de palabra, no es un amor de buen deseo, es un amor que se manifiesta en la capacidad de entrega en el sacrificio. 

Que cada vez que nos enfrentemos con algo que nos cuesta, nos acordemos que ese es el momento perfecto para subir en el amor a Dios, para demostrarle al Señor que lo queremos de verdad, que lo queremos querer de verdad. 

Y con su gracia, en vez de quejarnos, en vez de lamentarnos o autocompadecernos, lo que haremos es dar gracias. Señor, gracias porque me das la oportunidad de unirme más a Ti, de dirigirme más derechamente hacia ese amor eterno que me espera tras la muerte. 

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