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ANUNCIAR AL MESÍAS

ANUNCIAR AL MESIAS, sinceros con nosotros mismos
PREPARANDO LA NAVIDAD

Prácticamente no falta nada para Navidad. Estamos hoy 23 de diciembre, mañana 24… Nos preparamos para vivir esa noche buena, en la que esperamos que lleguen las 12, para celebrar el 25 el nacimiento de Jesucristo, el gran evento de la historia de la humanidad y de nuestras vidas. ¡Qué alegría!

Nos llena de alegría ver, seguramente, nuestras casas decoradas. Yo ahora estoy haciendo este rato de oración al lado de el árbol de navidad y frente al nacimiento.

Uno, en su nacimiento, puede poner allí las imágenes, que no pueden faltar: María, José, los Reyes Magos, los pastores, las ovejas, el buey y la mula… Y luego ya uno lo va decorando, ampliando como quiere, los ángeles… Es un ambiente, diríamos, de espera.

Depende de las costumbres que tengan en cada casa. Al menos en mi casa, cuando era niño, siempre escondíamos a la figurita del niño Dios y el último de los hijos era el que lo ponía cuando llegaban las doce. Y, es que así es, ese nacimiento nos recuerda que esperamos la venida de Jesucristo.

UN PERSONAJE PROTAGONISTA

En toda esta escena que contemplamos, en nuestros nacimientos, falta un personaje; curiosamente ese personaje es san Juan Bautista. Un personaje que ha sido, digamos, protagonista o constantemente mencionado en los Evangelios que hemos leído en estos días previos al 25 de noviembre, en ese tiempo de Adviento.

Es normal que nos preguntemos ¿por qué nos hablan tanto de Juan el Bautista y al final no aparece en el nacimiento? Bueno, la respuesta fácil es porque en las escrituras no se menciona nada de eso; también porque en ese momento era un bebé (seguramente tendría unos pocos meses de nacido, ni un año) y es lógico que esté allí. Pero sobre todo porque Juan el Bautista siempre supo cuál era su papel.

Es como en esta temporada que se viene, diciembre, enero, febrero, es la temporada de las premiaciones: de los Oscar, los Globos de Oro, del cine, series de televisión, cine.

Hay algo muy característico en esos premios y es los premios -obviamente- a la mejor película, mejor director suelen ser los últimos de la noche; pero también los de mejor actor principal, actriz principal y luego actor y actriz de reparto.

Y podríamos hacer una analogía y pensar que Juan el Bautista se gana el premio a mejor actor de reparto. O salía en una pequeña discusión, en mi casa, en una conversación del primer segundo violín.

SEGUNDO VIOLIN

Es decir, en una Orquesta Sinfónica existen los primeros violines, que diríamos son los protagonistas de esa sinfonía o esa obra musical, pero también están los segundos violines.

Y en esa voz -por así decirlo- en esas cuerdas, hay alguien que lidera esos segundos violines. Y la canción o la sinfonía o esa obra no sería lo mismo, si faltasen esos segundos violines; o aquel que también toca la percusión.

Porque cada uno cumple un papel importante y aquí en esta historia de nuestra salvación, en este caso la llegada del Mesías, el nacimiento del Mesías, Juan Bautista tiene un papel importantísimo. No es el protagonista, él ya lo dice: “lo que conviene que Él crezca -Cristo, el Mesías- y que yo disminuya”. Es Juan el Bautista, por tanto, muy importante.

En el Evangelio de la misa de hoy leemos lo que nos dice San Lucas sobre el nacimiento de Juan el Bautista, nos dice que:

“A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio luz a un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes…”

((Lc 1, 57-58).

ALEGRARNOS DE LAS COSAS BUENAS

Finalmente se enteran, porque Isabel había estado -por lo visto- en casa, no quería que nadie lo supiera. Entonces al nacer, ya lo hacen público y la gente se da cuenta de esto y se dan cuenta que Dios ha obrado con ellos de manera grande y se alegraban con ella.

Esto muy bonito, que nos alegremos con las cosas buenas que le pasa a nuestra familia, nuestros amigos o a la gente que no conocemos, a los vecinos, ¿no? Que nos alegremos y no dejemos que nos entre la envidia, que es una cosa terrible.

Entonces, cómo eran las costumbres, a los ocho días vinieron a circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías, como su papá.

“La mamá interviene y dice: -No, se va a llamar Juan.”

(Lc 1, 60).

Hay que tomar en cuenta que Zacarías se ha quedado mudo, por su incredulidad, porque el ángel Gabriel le dijo:

«-Por no creer te quedarás mudo.»

(Lc 1, 20).

UN NACIMIENTO MILAGROSO

Se arma una pequeña disputa, dicen: -oye no, pero cómo le vas a llamar así, nadie se llama Juan en tu familia.

Entonces,

«le preguntan al papa, y el papá que no puede hablar escribe una tablilla y dice: Juan es su nombre.”

(Cfr. Lc 1, 63).

Porque a Zacarías le quedó claro que tiene que hacerle caso al ángel y sobre todo a Dios. Todos se quedaron maravillados y en ese momento Zacarías empezó a hablar, se soltó la boca y la lengua; y empezó a hablar bendiciendo a Dios. (Cfr. Lc 1, 57-66).

Los vecinos que ya estaban sobrecogidos por esta concepción y este nacimiento milagroso. Además, porque sabían que Zacarías se había quedado mudo cuando fue a Jerusalén -que aparentemente había tenido una visión de ángeles- pues al ver esto, dicen:

“- ¿Que será de este niño?”

(Lc1, 66).

Porque veían que la mano de Dios estaba con él.

Y así será, sucederá que Juan el Bautista cumplirá esa misión de anunciar al Mesías y lo hace a través de una predicación fuerte, de un bautismo de penitencia, de conversión. Cómo ayudó, muchísimo, Juan Bautista para que pudiera el Señor empezar su obra; ese instrumento que significó Juan el Bautista.

NACER A LA VIDA NUEVA

Tú y yo no somos como Juan el Bautista, no hemos tenido -o a lo mejor alguien si- algo tan milagroso en nuestro nacimiento o sobre todo una misión tan importante.

Pero tú y yo hemos sido bautizados, con ese bautismo, esa agua, que nos ha hecho nacer a la vida nueva, a la vida -con mayúscula- a la que Tú Señor nos has llamado.

“Nos has llamado a ser discípulos tuyos, pero también a hacer mensajeros de esa buena nueva, del Evangelio, con nuestras vidas: siendo coherentes”. Pensemos si en nuestro actuar, hay esa unidad de vida, que aquello que creemos es lo que vivimos.

En primer lugar, esa caridad, qué es el mandamiento central de nuestra fe. Con la verdad, por supuesto, pero en primer lugar la caridad.

¿Cómo tratamos a las personas? ¿Cómo he tratado hoy, desde que me he levantado, a las personas con las que me he encontrado? ¿He dejado a una persona herida, con una mirada, con un gesto, palabras, obras…? Para justamente poder rectificar, para poder pedir perdón. Ese es el testimonio que Dios nos pide.

NECESITAMOS FORMACIÓN

Y por supuesto, sabiendo dar cuenta de nuestra fe. Porque la gente nos pregunta (tengo la oportunidad de dar clases a gente joven, gente universitarios, chicos que uno se da cuenta que, tal vez, no han tenido mucha formación cristiana, en la fe de la Iglesia) y entonces me preguntan muchas cosas que a uno le sonarían que son herejías.

La verdad que no, es que simplemente nadie les ha enseñado. Nadie les ha enseñado que es la Santísima Trinidad, cómo es posible que Jesucristo sea perfecto Dios y perfecto hombre, que la Virgen sea Virgen y madre y así sucesivamente…

Entonces uno les explica -dentro de lo que uno puede explicar esos misterios- y eso les ayuda sobre todo a acercarse más a Dios. Por tanto: unidad de vida, conocer nuestra fe, vivirla, ser almas de oración (como tanto insistía San Josemaría), estar muy unidos a Cristo.

Esta Navidad, es una gran ocasión, siguiendo las huellas, siguiendo el ejemplo de Juan el Bautista y por supuesto de nuestra Madre Santa María.

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