El Señor ha nacido, lo hemos celebrado recientemente y en estos días vivimos algunos de los misterios de la vida del Señor posteriores a ese nacimiento.
¡Qué bonito es contemplar a Dios hecho hombre! aunque también es bueno recordar que Jesucristo vive, que murió, resucitó y vive en ese sacramento tan precioso, que es el sacramento de la Eucaristía.
El día de ayer de hecho, hemos celebrado una memoria o una fiesta del Santísimo nombre de Jesús.
¡Qué hermoso nombre! El que le pusieron María y José al Niño Dios:
«Jesús»
por encargo del Ángel, no es que se les ocurrió a ellos, sino que era un hombre que estaba previsto de ese modo, por lo que significa: El Salvador.
Dios es nuestro Salvador y en el evangelio de la misa de hoy también podemos encontrar una idea que va en esa misma línea.
En el Evangelio de hoy queremos meditar Señor, para hacer nuestro rato de oración, nos cuenta que Juan el Bautista se encuentra con dos discípulos, que son Juan y Andrés.
CORDERO DE DIOS
Posteriormente ellos se convertirán en apóstoles y entonces fijándose en Jesús que pasaba dice:
“Este es el cordero de Dios”
(Jn 1, 29).
Inmediatamente se nos vienen a la cabeza esas palabras de la misa, cuando el sacerdote nos muestra la hostia, que es el Cuerpo de Cristo y nos dice:
“Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”
(Jn 1, 29).
Continúa el relato y nos dice que esos dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.
Prácticamente podemos decir que es como un santo y seña, como un mensaje encriptado que los dos discípulos entienden, “Este es el Cordero de Dios” tal vez porque en otras oportunidades habían hablado del Mesías.
Juan les había contado cómo sería ese Mesías y lo identificaría con el Cordero de Dios.
Ese cordero que hace alusión a esos animales que se utilizaban para el sacrificio, para llevarlos al templo, para ofrecerlos como expiación por los pecados.
Es decir, se ofrecía la sangre de ese animal para de un modo diríamos, todavía no perfecto, Dios perdona los pecados de su pueblo o de esa persona que ofrecía ese sacrificio.
Por eso cuando Juan el Bautista les dice: Ese es el cordero de Dios, ese es el verdadero Cordero, el único que puede quitar los pecados del mundo, Juan y Andrés empiezan a caminar detrás del Señor y van detrás de Él y entonces Jesús que se da cuenta que lo siguen les dice:
“¿Qué buscan? ellos le contestaron: Rabí, que significa maestro, ¿Dónde vives?”
(Jn 1, 38).
QUEREMOS ESTAR CONTIGO SEÑOR
Qué bonito es escuchar esas palabras, esta respuesta que tal vez le sale del momento, pero es consecuencia de un deseo, es que queremos estar contigo Señor, o así debe ser nuestra vida, querer estar Contigo.
Yo quiero estar con Dios, ese Dios que quiere meterse en nuestras vidas, se ha hecho hombre para salvarnos. Pero al mismo tiempo quiere hacerse muy cercano, muy presente a ti y a mí.
¡Qué bonito! que tú y yo podamos ir a la parroquia que está cerca de nuestra casa y encontrarnos con Jesús, con nuestro Dios.
Y si no podemos ir a la parroquia, pues seguimos el consejo que el Señor nos ha dado y es ponernos en su presencia.
Tal vez en nuestro mismo cuarto, en la sala, en un lugar más o menos recogido, como también lo estás haciendo tú ahora en estos momentos.
Tal vez estás en el bus, en la calle y nos ponemos a presencia de Dios y ahí está ese Dios que nos escucha.
RECORDAR EL MOMENTO
Y así Juan y Andrés pasaron varias horas con el Señor.
Y Juan nos dice que era la hora décima, es decir aproximadamente las 4:00 de la tarde, Juan, el evangelista, este jovencito, guarda ese recuerdo vivo de ese momento.
Donde no había fotos o no había un smartphone para sacar la foto y tomarse un selfie con Jesús, qué es lo que pasaría tal vez hoy.
Que ante un evento o una escena o una salida con unos amigos, conoces a una persona y uno quiere inmortalizar el momento y se toma una foto y luego la publica en su Instagram y ahí queda inmortalizado diríamos.
Pues en ese momento no había eso, sin embargo, Juan recuerda vivamente ese episodio de su encuentro con el Señor.
Pero ahí no acaba la escena, viene un siguiente paso, primero se han encontrado con Jesús, claramente Juan y Andrés te buscaban Señor.
Por eso estaban con el Bautista porque veían que este hombre los podía acercar a Dios, los podía ayudar a convertir su corazón.
PEDRO
Ahora han encontrado a Jesús y pasan todo ese rato con Él, pero Juan y Andrés no se quedan simplemente con ese episodio bonito y ya está, sino que nos dice el Evangelio:
“Andrés hermano de Simón Pedro, era uno de los que oyeron a Juan y le siguieron, entonces Andrés se encuentra con su hermano Simón y le dice hemos encontrado al Mesías qué significa Cristo y lo llevó a Jesús.
Jesús se le quedó mirando y le dijo: tú eres Simón, el hijo de Juan, tú te llamarás Cefas”
(Jn 1, 40-42).
que se traduce Pedro, por tanto viene este episodio de el nombre que Jesús le pone a Pedro, a Simón le cambia de nombre
>Ya no es Simón, hijo de Juan, si no será Cefas, que se traduce como Pedro.
Esto me recuerda a algo, aunque es bastante distinto. Una película que veíamos recientemente con unas personas, que se llama: “El Rito”.
La película que cuenta del rito del exorcismo y en un momento determinado, este exorcista que es interpretado por Anthony Hopkins, el padre Lucas, está exorcizando a una joven y le pide al demonio que está allí, que ya se ha manifestado que le diga su nombre.
Y no le da el nombre del demonio y este padre Lucas le enseña o le explica a un diácono, que es importante que le diga el nombre, pero que no se lo va a querer decir. Y una vez cuando le diga el nombre, va a poder tener dominio sobre él.
Bueno, eso digamos que es parte de la ficción, yo no soy un experto en exorcismos, sin embargo, el nombre es importante.
El nombre dice quiénes somos y en este caso Jesús, Nuestro Señor le cambia el nombre a Cefas, por Pedro, la piedra, la roca, ya le ha dado una misión.
SOMOS HIJOS DE DIOS
Tú y yo cuando hemos sido bautizados, hemos recibido un nombre y el sacerdote pregunta también a los padres: ¿Qué nombre quieren para este niño? aquí les ponen un nombre.
Antiguamente se utilizaba el nombre según el santo del día, según el santoral. Hoy se ha perdido esa costumbre cristiana muy bonita, y se recomienda dar un nombre cristiano.
Por eso pensemos en nuestro nombre, cualquiera que sea, pero sobre todo además de ser hombres, ¿Quienes somos? Somos hijos de Dios y somos apóstoles de Cristo.
Ahí donde estemos, ahí donde vayamos, debemos llevar a Cristo con nuestra vida, con nuestra vida interior, tratándole al Señor en los sacramentos, en la palabra, en la oración y con nuestro ejemplo llevaremos a Cristo.
Enseñaremos que ser cristiano, que es ser hijo de Dios.
SEÑOR, TOMA LAS RIENDAS DE MI VIDA
Para eso Señor, te pedimos mucha ayuda, porque nos vemos también como pecadores, nos vemos como el hijo pródigo, que tiene que pedirle perdón a su padre por su poquedad, porque ya se cree grande y cree que puede tomar las riendas de su vida.
Señor queremos que Tú tomes las riendas de mi vida, de nuestras vidas, queremos ser en ese sentido como niños pequeños.
Ayúdanos a tener esa humildad, como la tuya, de hacerse pequeño, hacerse hombre y servir con una vida totalmente entregada a los demás.
Vamos también a recurrir a Nuestra Madre María Santísima, la esclava del Señor, que le dijo que sí a Dios, ante esa propuesta de ser la Madre de Dios.
Que su vida se convirtió en un constante servir a Dios y mirar a Dios, mirar a Cristo.