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P. Santiago

7 min

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ARMAS DE DIOS

San Pablo nos exhorta a la guerra, tomando las armas de Dios para resistir al enemigo, ceñidos con la cintura de la verdad, con la coraza de la justicia, el escudo de la fe, el casco de la salvación y la espada del Espíritu.

LA GUERRA INTERIOR

Estamos en guerra.

Hace ocho días hablábamos contigo, Jesús, de esa carta que San Pablo escribe -escribió o escribe, porque a nosotros también nos la escribe- a los de Éfeso en el capítulo seis, diciéndoles que se pongan las armas de Dios para poder afrontar las asechanzas del diablo.

Advierte que la lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, las potestades y los espíritus malignos del aire, que sobre todo actúan dentro de nuestro corazón con artificios y trampas.

Por eso el verdadero combate es contra nosotros mismos. Mejor dicho, en nosotros mismos, contra las mentiras que tengo en el corazón -que precisamente me llevan a ver en el otro un enemigo, y a encerrarme en mi propio corazón, en mi propio caparazón, en mi propio egoísmo…

Pero tenemos las armas para combatir. San Pablo nos dice cuáles son:

«Tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes, ceñid la cintura con la verdad y revestid la coraza de la justicia, calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz.

Embrazad el escudo de la fe donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios»

(Ef 6, 13-17).

Aquí se nos habla de cosas específicas y vamos a ir mirando una por una.

LAS ARMAS DE LA VERDAD Y LA JUSTICIA

Lo primero:

«Estad firmes»

-dice San Pablo-;

«manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes».

Sabemos que tenemos enemigos, pero eso sí, que nos encuentren preparados con una hábil defensa.

Sin embargo, contra los males espirituales se debe luchar con medios espirituales y se deben usar las armas de la fuerza del Espíritu Santo. Eso significa estar firmes: estar listos con la fuerza de la gracia, con la armadura de Dios.

Lo segundo:

“Ceñid la cintura con la verdad”.

El cinturón. Estar listos no es permanecer quieto, estático, sino estar listo para partir, para cambiar. El que tiene ya el cinturón puesto es el que está listo para combatir. No lo tiene ahí puestecito en un ladito para cuando suene la primera bomba. ¡No! ya lo tiene listo. Y ¿listo para qué? Para la novedad y para las sorpresas que nos quiera deparar la vida.

Y en el cinturón vamos a llevar todo lo que necesitamos. Pero tenemos que desprendernos de ese cinturón ya predeterminado, de eso que aparentemente nos da seguridad. ¡No! Tenemos que ir con el cinturón puesto también con la confianza que nos da la gracia de Dios.

Lo tercero:

“Revestid la coraza de la justicia”.

Y la coraza cubre los órganos más vitales y, por tanto, los más delicados, los más vulnerables: el corazón, los pulmones… Por eso tener un corazón limpio, unos pulmones con aire puro.

Y la justicia debe responder a: ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo -además- delante de Dios? Por eso una verdadera justicia es cómo es mi relación con Dios, la filiación divina. Esa es la verdadera justicia: saberme hijo de Dios.

ARMAS DE DIOS

EL EVANGELIO DE LA PAZ

Después dice San Pablo como una cuarta arma:

“Calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz”.

Y los pies en una guerra son importantes para la estabilidad, para la movilidad y para la agilidad. Quien posee la paz -porque es el evangelio de la paz- está calzado con el Evangelio de Cristo.

Y si está calzado, está preparado; y si está preparado, no piensa que es perfecto, sino que precisamente se prepara para proseguir el camino y caminando llegar hasta el final.

Dice también la Escritura:

“¡Qué hermosos los pies de quienes anuncian la paz, de quienes anuncian cosas buenas!”

(Rm 10, 15).

Por eso, anunciar el Evangelio no necesariamente es hacer referencia a Mateo, Marcos, Lucas y Juan. ¡No! El Evangelio de la paz, ser instrumentos de paz: que cuando lleguemos a un lugar llegue la paz, la alegría, la unidad. Así estamos anunciando el Evangelio con mucha eficacia.

Como quinta arma San Pablo dice:

“Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno”.

Y la fe es un don de Dios, pero se debe de tomar con las manos. Y quien lleva un escudo es porque está en primera línea de batalla; está dispuesto a combatir contra el enemigo, pero lleva el escudo de la fe. Una de las manos siempre tiene que tener ese escudo: el escudo de la fe. Podríamos decir tantas cosas de la fe…

Sexto:

“Poneos el casco de la salvación”.

Y gracias a ese casco, a ese yelmo de salvación, todos los sentidos se mantienen íntegros en nuestra cabeza. Y aquí me parece que San Pablo se refiere al mundo de los pensamientos, la psique, el ánimo.

Por eso es importante defender el pensamiento, la disciplina de nuestros pensamientos; protegernos de los pensamientos erróneos, pesimistas, pensamientos negros, malos… Hacerse una idea errónea de las cosas y de la realidad.

Los pensamientos son los que se deben adaptar a la realidad, no la realidad de nuestros pensamientos. Por eso los malos pensamientos pueden arruinar una vida.

Otra cosa de los pensamientos es que debemos acoger la realidad sin rechazarla. Sí rechazar los pensamientos que nos impiden vivir en la realidad así como es. Hay tener una disciplina, defendernos de esos pensamientos malos, de lo que me arrebata la felicidad.

Muy bien, los pensamientos; para afrontar constructivamente la realidad; pensamientos amables, pensar creyendo en el bien, pensar creyendo en la Providencia. Nunca encontraremos la solución si no creemos que existe la solución.

LA PALABRA DE DIOS

Y finalmente dice San Pablo:

“Empuñad la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios”.

La espada. Un soldado sin espada puede tener toda la armadura, pero si no tiene espada…

La espada del Espíritu ha llamado de San Pablo a la fuerza del Espíritu. Esta es la espada que hace brotar de las heridas saludables la sangre corrompida, la savia del pecado. Es una de las posibles interpretaciones de esa espada.

Todas las vivencias carnales y terrenas que descubre en nuestra alma esa espada, las corta, las desgaja, y nos va haciendo morir al vicio para que vivamos en Dios por la fuerza del Espíritu Santo, de las virtudes sobrenaturales.

Y nos podemos imaginar una espada gigante, o mejor, una espada corta, una daga. Ahora recuerdo la daga de Galadriel en esa serie de El Señor de los Anillos. Una espada es un objeto punzante que penetra. Y esa es la palabra de Dios.

Pero no se refiere a la Palabra de Dios en general, sino a la palabra concreta que tiene un sonido preciso, una emisión de sonido y de sentido puntual, concreto. Una palabra que Dios me da como especialmente al corazón y que yo puedo usar como espada.

Algunas veces nos quedamos con alguna idea, con alguna palabra, con alguna referencia de la Escritura… esa es la palabra. Esa es la palabra puntual de la que nos habla también san Pablo. No se refiere a la Biblia en general, sino a esa palabra puntual, esa palabra que recordamos.

ARMAS DE DIOS

Pedro, por ejemplo, va a escuchar que Jesús le va a decir:

“Pedro, eso no te lo ha revelado la carne, sino el Espíritu Santo, te lo ha revelado mi Padre”

(cfr Mt 16, 17).

Esa es la palabra de doble filo de la que también habla en la carta a los Hebreos. Dice:

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, más cortante que toda espada de dos filos, y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”

(Heb 4, 12).

“Por eso, Jesús, danos esas palabras también a los que predicamos, a los sacerdotes”. Que sea el Espíritu Santo el que hable, no nosotros. La Palabra de Dios tiene ese objeto, de ayudarnos puntualmente a defendernos de las tentaciones del maligno. La palabra de gracia, de amor…

Pues por fin pudimos acabar este ratico de oración hablando de esa carta de san Pablo a los de Éfeso, en la que les habla del enemigo.

Estamos en guerra, pero tenemos las armas, las armas que nos pueden permitir renovarnos en el interior de nuestra alma y, en definitiva, revestirnos del hombre nuevo que ha sido creado conforme a la imagen de Dios, en justicia, en santidad verdadera. “Eso es realmente lo que queremos, Señor”.

Yo sinceramente quiero terminar esta meditación diciendo: bueno, muy chévere las imágenes de la armadura y de la guerra, pero “yo quiero revestirse de Ti, Jesús”.

Acudimos a la Virgen, Ella es nuestra Madre. Ella, que fue preservada de todo pecado, de todo ataque del maligno y que conoce nuestra debilidad, interceda por nosotros para que tomemos las armas de Dios para combatir en esta guerra de paz y de amor, confiados en la ayuda de quien ha luchado por nosotros en primera línea: Nuestro Señor, nuestro Capitán, General, Comandante, Jesucristo.


Citas Utilizadas

Fil 3, 17-4, 1

Sal 121

Lc 16, 1-8

Reflexiones

Señor, que sepa llevar tus armas para ganar esta lucha interior y llegar al Cielo convertido en ese hombre nuevo.

 

Predicado por:

P. Santiago

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