Reza el dicho popular, que seguramente has escuchado: “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y Ascensión”.
Pero la verdad es que ya esto no tiene tanta validez como antes porque, como seguro también sabes, muchas diócesis del mundo han ido trasladando las solemnidades del Corpus Christi y de La Ascensión del Señor al domingo más cercano.
El motivo es muy sencillo: es el de facilitar la mayor cantidad de fieles, que por trabajo o por otros motivos, les sería más difícil asistir a una Misa con toda la solemnidad, entre semana.
LA SOLEMNIDAD DE LA ASCENCIÒN
Hoy, por eso estamos celebrando la Ascensión del Señor, que como te comentaba, antiguamente hubiese caído el jueves pasado, que serían exactamente 40 días después de la Resurrección del Señor.
Y ésta es una solemnidad, que paradójicamente nos llena de optimismo. Y digo paradójicamente, porque es una solemnidad en la que lo que celebramos es la separación física de Cristo.
Esa humanidad de Jesús, que deja de estar tan cercana, tan visible ante nuestros ojos, pero nos alegra saber que con su Ascensión nos hace desear reencontrarnos con Él en el Cielo.
Cada vez que rezamos el credo, afirmamos que Cristo “subió a los cielos, y está sentado a la derecha del Padre, y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin”.
¡Esto es un acto de fe! Esto es lo que creemos, lo creemos con la firmeza de quien está siguiendo una promesa divina.
El reino de Dios ya está en medio de nosotros, como una semilla que crece sin darnos cuenta.
Una semilla bajo tierra, que está creciendo incluso en medio de tanto mal, que es lo que apreciamos tantas veces en nuestra vida, en nuestras sociedades, en nuestros países, en el mundo, pero sigue creciendo.
EL BIEN TRIUNFARÁ
Ese mal que a veces puede hacernos perder de vista el triunfo final del bien, pues no va a poder.
Pero este Reino está creciendo de modo misterioso y casi imperceptible hasta la venida gloriosa de Cristo.
La solemnidad del día de hoy, que es la “Ascensión del Señor”, nos recuerda que ese triunfo de Cristo está garantizado.
Yo creo que de las decisiones más tontas que uno puede hacer es que, si sabemos que hay una guerra que está absolutamente perdida, y sabiéndolo, nos sumamos al bando perdedor.
Y esta fiesta de hoy, nos habla del triunfo definitivo de Cristo sobre todas las cosas. Cristo está nuevamente a la derecha del Padre, como rezamos en el Credo.
Y sería muy tonto de nuestra parte, sumarnos al bando perdedor.
Ese Triunfo de Cristo que está garantizado y que si nos tomamos en serio nuestra vocación a la santidad; siempre por supuesto con la ayuda de Dios, también nosotros podemos alcanzar esa Victoria.
Eso es lo que los sacerdotes vamos a decir en la Misa de hoy, concretamente en la oración colecta, esa oración que recoge las intenciones de todo el pueblo.
Dice así:
“La ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo”.
“Por eso, Señor Jesús, aprovechamos este día para renovar el deseo de esa reunión contigo en el Cielo”.
NUESTRO ÉXITO: LLEGAR AL CIELO
“El único y verdadero éxito de nuestra vida es ese: el llegar al Cielo, el contemplar tu humanidad y tu divinidad para siempre en el Cielo.”
Y, ya que estamos aquí, dicho sea de paso, lo contrario también es totalmente cierto, el único verdadero fracaso es no llegar al Cielo.
Es decir, cualquier otro fracaso en esta vida ya sea que perdamos la salud, ya sea que no tengamos trabajo, ya sea que tengamos poco dinero, ya sea que no consigamos la persona ideal con quien compartir la vida…
Cualquier fracaso o revés profesional, de salud, sentimental, el que sea, terminan siendo fracasos relativos…
Porque en el fondo, la muerte aniquila todos los fracasos, el único verdadero fracaso es no llegar al Cielo, perder la esperanza de reencontrarnos contigo, Jesús, cara a cara.
En estos 10 minutos de oración contigo, Jesús, aprovechamos para hacer un breve examen de nuestras vidas y replantearnos las prioridades: lo primero (y lo único verdaderamente importante) es llegar al cielo.
LA SOBERBIA
Cuando nos hacemos estas preguntas, sería absurdo engañarnos. Caeríamos en la soberbia de la presunción de que ya tenemos el Cielo asegurado y eso no es así.
Tú, Señor, nos dices que:
“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.” (Mt 11, 12)
Y aquí un poco esta es la pildorilla exegética: el texto griego juega con el verbo “biázo”, que significa hacer violencia.
Pero también puede traducirse también como “el Reino de los Cielos sufre violencia y los esforzados (aquí dice literalmente los asaltadores) se apoderan de él.”
Es decir, ¿quiénes son los que alcanzan el Reino de los Cielos? Pues los que lo buscan incluso con violencia.
Pero esa violencia, es la violencia de ser valientes para no disfrazar las propias infidelidades, para ser coherentes con la propia fe, también en los en los momentos y en los ambientes que son adversos.
Es esa violencia, de la que habla este versículo del Evangelio, y por eso aprovechamos y nos preguntamos:
¿Yo de verdad me hago violencia contra lo que hay dentro de mí, para poder alcanzar el Cielo?
¿Yo siento la urgencia de convertirme como si hoy fuese el último día de mi vida, aquí en la tierra?
¿Qué estaría yo dispuesto a hacer para llegar al Cielo?
Son preguntas de fondo, pero preguntas importantísimas.
Claramente, al hacer una revisión de la propia vida vemos que hay mucho por avanzar (si somos humildes, claro está).
LO IMPORTANTE ES EMPEZAR
Pero lo importante es empezar por conocernos, con las luces que pedimos a Dios también en este rato de oración nos conozcamos mejor.
Hay un ejemplo que a mí me parece súper edificante, que es el de san Juan Casiano.
Casiano vivió entre los siglos IV y V, y entre sus obras más famosas están las llamadas “Collationes”, que es un clásico de la espiritualidad sobre el modo de vivir la santidad a través de la ascética y otros temas más…
Pero bueno, Juan Casiano, confesaba que él sufría tener un agujero en el estómago.
Te explico el por qué él decía esto: ¡siempre, siempre, tenía hambre!, imagínate la tortura, y tal vez ese era su talón de Aquiles. El talón de Aquiles de la templanza en las comidas,
Y a mí me da mucha esperanza leer que dijo: “Nunca pude deshacerme del todo de los impulsos de la glotonería”. Es decir, que este tipo de tentación lo acompañó siempre.
“Porque, aunque reduzco la cantidad de comida que tomo a la menor cantidad posible, no puedo evitar la fuerza de sus solicitudes diarias, sino que soy continuamente molestado por ella (por el hambre), y hacer pagos interminables para satisfacerla continuamente y pagar un peaje interminable a su demanda”.
Pero, te decía que este ejemplo es muy edificante porque estamos hablando de un santo, pero un santo que tuvo que luchar con un hambre constante (una tortura), y es un santo que nos enseña sinceridad para reconocer en qué quiere Dios que luchemos y mientras haya la esperanza del Cielo, nada nos puede separar del amor de Dios, ni siquiera el hambre descontrolada.
NUESTRO DEFECTO DOMINANTE
Revisamos ahora nuestras vidas y queremos, Señor, que nos hagas ver cuál es nuestro defecto dominante. ¿En qué permites que tenga que luchar yo especialmente?
¿Qué me está apartando del Cielo, aunque sean (como suelen decir algunos), los pecados de siempre?
Para Casiano se trataba de tentaciones en las comidas, para nosotros puede ser la pereza, la tendencia a criticar, a chismear, a justificarme para no quedar mal.
Tal vez nos aprieta el zapato por el lado de la sensualidad o diversas faltas de templanza.
O nuestra compañera es la soberbia, que se las ingenia para emerger de muy diversos modos, muy variados. Sí, siempre, siempre, la soberbia nos engaña.
Sea la lucha que sea, no perdamos la esperanza y las ganas de exigirnos más. Entre las frases motivacionales se encuentra aquella que dice: “el cielo es el límite”, pues para nosotros los cristianos, lo que nos motiva es que el Cielo más que el límite, es la meta.
Una meta que vale totalmente la pena. “Allí nos esperas Tú, Jesús, pero, además nos acompañas en el camino.”
“Que en la fiesta de hoy volvamos la mirada al Cielo, como tus discípulos, Jesús. Pero ellos también oyeron a tus ángeles decirles:”
“Galileos, ¿qué hacen ahí plantados mirando el cielo?” (Hch 1,11),
Como recordándoles, y también recordándonos a nosotros, que aún tenemos tiempo en esta tierra, para ganarnos el Cielo. ¡Vale la pena!