Vamos a meditar sobre las palabras de Jesús en el Evangelio que nos propone la Iglesia el día de hoy:
“Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos; feliz de ti porque ellos no tienen como retribuirte y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos.” (Lc 14, 12- 14)
Jesús nos invita hacia una caridad sin cálculo, nos habla de una generosidad radical que no espera reciprocidad.
EL CORAZÒN DE SERVIR
En su tiempo, al igual que hoy, las invitaciones solían ser como una ocasión de mantener vínculos de interés, amistades de conveniencia, la misma familia…
Pero Cristo nos invita a ir más allá, nos invita a hacer una caridad que apunte al corazón mismo del servir.
“Feliz de ti porque ellos no tienen como retribuirte”, cuando invites a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos.
El Señor nos da ese primer y mayor mandamiento, el fundamento de toda la ley de los Profetas, que es “el amor”.
Según mi parecer, da la mayor prueba de sí mismo en el amor a los pobres, en la ternura y en la compasión por el prójimo.
Decía san Gregorio Nacianceno, ya en el año 330, y es que: “El pensar en los que más lo necesitan; es algo propio del cristiano.” Es algo que el Señor nos enseña y nos impulsa.
Hoy también, 4 de noviembre, nos acordamos de san Carlos Borromeo, y este hombre que fue arzobispo de Milán, cuando le llegó el nombramiento, estaba en otra ciudad.
Con lo cual, cuando ya se disponía a regresar, se declaró la peste, este fue tal vez uno de los acontecimientos más más fuertes de su vida.
El 11 de agosto de 1576, hacía entrada en Milán Juan de Austria, gobernador de los Países Bajos, que marchaba camino de Flandes.
Ahí estalló la noticia de que se había desatado un terrible brote de peste en la ciudad y aquel mismo día prosiguió el gobernador su viaje.
CONSOLAR A LOS ENFERMOS
Los milaneses comenzaron a aprestarse a luchar contra un enemigo sin rostro, que iba a dejar diezmada a esa ciudad de Milán.
Carlos Borromeo que se encontraba fuera de la ciudad, al saber la noticia decidió volver para tomar las medidas oportunas.
Extremadamente preocupado por lo que estaba sucediendo en Trento, en Verona, en Mantua, donde las primeras muertes ya se habían producido.
Y entonces ¿Qué hace Carlos? Primero; hacerse una idea de lo que sucedía, la situación era caótica y estaba empeorando hora por hora.
Los sitios donde les recibían a los enfermos, que se llamaban Lazaretos, rebosaban ya de gente que tenía la peste, “apestados”, a los que les faltaba no solo los auxilios materiales, sino también los espirituales.
Este hombre, ya obispo, intentó aliviar tanto el alma como el cuerpo de los afectados, que se dejaban morir en las calles y a los que se abandonaba sin las menores consideraciones.
La situación se agravaba y Carlos Borromeo no dudó en tomar medidas; él mismo salió a la calle y trató de consolar a los enfermos y vendió los objetos más preciados que tenía en su propia casa.
Dicen incluso que cedió los cortinajes de su Palacio, porque venía de una familia pudiente, para que pudieran hacerse vestidos los que más lo necesitaban.
Apenas descansaba escasamente 2 horas, según cuenta la crónica, para acudir personalmente a todas partes.
Visitaba a todos los barrios alentando el ánimo a los que desfallecían, administraba él mismo, los últimos sacramentos a los sacerdotes que sucumbían en aquella obra de caridad.
Fueron tres las Procesiones generales que se celebraron, mientras la epidemia seguía cobrándose vidas, el 3, 5 y 6 de octubre, en Milán. Y el propio Carlos Borromeo, iba a la cabeza, descalzo y vistiendo una capa morada.
LO PROPIO DEL CRISTIANO
Para ese entonces, todavía la peste no tenía avisos de disminuir, habría que esperar hasta 1577, para darla por acabada a finales de año.
Así se mostró Carlos Borromeo, y Señor, así quieres que nos mostremos también nosotros, estos días que estamos viendo el desastre creado por Dana, estas inundaciones en Valencia.
Han sido realmente sorprendente, ver también la cantidad de gente que ha ido a ayudar.
Bomberos que son de otras ciudades y que a título personal se han adjuntado a las fuerzas.
Personas naturales, que tenían tal vez una bomba de agua, o que tenían palas, o lo que sea y que se han ido a ayudar, para hacer más fácil ese ese retorno a la normalidad.
A mí me suena todo esto, al contrario:
“Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.”
Es que, Señor, Tú has hecho que esto sea propio del cristiano, que sea como nuestra carta de presentación, que nos preocupemos por los que lo necesitan.
Si, esta bien que tengamos amistades y que vayamos a disfrutar. Hace pocos días estuve en la casa de unos amigos, de una familia que viven aquí, cerca de mi casa.
Y la pasamos muy bien, súper agradable, una conversación larguísima, varias horas, porque realmente somos muy amigos y eso fue muy bonito.
Además, he ido viendo como sus hijas van creciendo, y bueno, esto es una cosa de amistad y cercanía.
Jesús no está en contra de esto, lo que nos dice es que busquemos también a los que lo necesitan, que nos esforcemos por ir a los paralíticos, a los ciegos, a los pobres.
Cuando demos banquetes, no sé si celebras tu cumpleaños, tal vez no sea la mejor idea invitar a muchos desconocidos, pero ¡no puede ser que nunca lo hagas!
TENER DISPONIBILIDAD PARA AYUDAR
No puede ser que ante las necesidades de los demás, nos encerremos en unas manitas juntas, puestas en un chat de: “yo encomiendo”, ¡Eso no puede ser! De eso no come la gente, de eso el Señor nos pedirá cuentas también después.
En cambio, los que renuncian a cosas personales, a pasarla bien solo con sus amigos, -que eso es lo que haces un banquete-, pasarla bien solo con sus amigos…
Para tener esa disponibilidad, para ayudar a los pobres, a los lisiados, y los paralíticos, el Señor dice:
“Feliz de ti, bienaventurado, porque tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos.”
El Señor es muy claro, hay que abrir nuestro corazón a los pobres, a los desgraciados, sea cual sea su sufrimiento.
Este es el sentido del mandamiento, que nos lleva a alegrarnos con los que están alegres, y entristecernos con los que lloran, siendo nosotros también humanos.
¿No nos conviene ser más misericordiosos con nuestros semejantes? Seguro que sí, ¡Seguro que sí!
Por eso, buscar esa santidad en la vida diaria, en definitiva. Jesús nos invita a encontrar a Dios en el más vulnerable.
San Josemaría también hablaba mucho de la importancia de ver a Cristo en los demás, especialmente en aquellos que el mundo no toma en cuenta.
SIN ESPERAR APLAUSOS
La santidad no está en grandes gestos, sino en el detalle de hacer cada cosa ordinaria con amor y entrega, sin esperar aplauso o recompensa.
Al lado de cada uno de nosotros hay un necesitado, es Cristo mismo quien pasa y quien necesita nuestra ayuda. Así se nos llama a ver en cada oportunidad de servir, una llamada a la santidad.
La vida de Carlos Borromeo y también la de san Josemaría, nos muestran que este camino de servicio sin cálculos, es verdaderamente el que lleva a la plenitud y a la paz interior.
En sus últimos momentos, Carlos Borromeo se preparó para la muerte con paz y serenidad, confiando en la recompensa eterna, porque había seguido muy bien las instrucciones de su maestro.
Habrá escuchado en su alma ese:
“Feliz de ti, porque a todos esos que pudiste ayudar, a esos que estaban en la peste, a todos los pobres, a todos los ciegos, paralíticos que no pudieron retribuirte, ahora mi Padre Celestial, te dará tu recompensa en la resurrección de los justos”.
¡Qué bonito! Ojalá todos podamos escuchar estas mismas palabras, porque nos esforcemos por ayudar al que más lo necesita, por estar más pendientes de los demás.
Vamos a pedirle a nuestra madre la Virgen María, que nos ayude a actuar así, que nos ayude a buscar siempre tener ese impacto positivo en los que más necesitan de nosotros.