JESÚS HIZO MILAGROS
Como bien sabemos el señor realizó muchos signos, milagros de todo tipo. Sanó enfermos: paralíticos, cojos, sordos, mudos, ciegos, leprosos. Realizó obras portentosas de dominio sobre la naturaleza como calmar la tempestad o multiplicar unos pocos panes y unos pocos peces. Expulsó demonios; incluso resucitó muertos.
Y si nos preguntamos ¿Por qué el Señor hizo milagros? Para resolver un problema real. No hizo show, digamos. Jesús no dio espectáculo, no desplegó efectos especiales. Sino que sanó dificultades, problemas, enfermedades e incluso la muerte. Para resolver esas dificultades, esos problemas, esas enfermedades.
Pero hay que reconocer que el fin más profundo de los milagros no queda solo en la solución de un problema. Lo que Jesús quiere sobre todo es fortalecer la fe de los suyos, para que se abrieran al hecho completamente real de la Encarnación.
FORTALECE NUESTRA FE
Al misterio de este Dios que se hace Hombre, la segunda persona de la Santísima Trinidad que toma nuestra condición humana de la Purísima entrañas de la Virgen María. Ese es el fin de los milagros. Jesús realiza obras portentosas para que creamos en ese otro gran milagro de la Encarnación.
Todo un Dios, infinito y eterno, que se hace uno de nosotros en todo menos en el pecado. Al final de esos tres años, Jesús lo dirá así:
“Quien me ve a mí ve al Padre. El Padre y Yo somos uno”.
Por esa revelación de Cristo está confirmada, por su poder sobre la naturaleza y los apóstoles entonces quedan fortalecidos en la fe.
El Evangelio de hoy recoge la expulsión de un demonio. Aparte de esa realidad de los tiempos mesiánicos cuando vendría el Mesías esperado que manifestaría su poder sobre el demonio. En esos tiempos, los del Señor, había no pocos casos de poseídos.
Cristo manifestó su poder sobre satanás expulsando el demonio con una sola palabra: “sal de él” y a veces más de un demonio, como es el caso del endemoniado de Gerasa. Hoy quizás no se da está cantidad de poseídos porque el demonio es astuto y prefiere trabajar en oculto, prefiere estar solapado, quedarse detrás enmascarado.
MANIFESTÓ SU PODER
Actúa con mayor eficacia porque la gente no lo reconoce o no cree en su existencia y en su eficaz trabajo para perder a las almas, para alejarnos de Dios. Entonces prefiere trabajar ocultamente. Detrás de, como por ejemplo, la ideología de género.
Pero Cristo es infinitamente superior en poder respecto del demonio. Jesús es capaz de vencerlo todo. Por otra parte “Mi reino no es de este mundo”. Nos damos cuenta que el poder del mal está presente en nuestro propio corazón, en quienes nos rodean, sí; y en la sociedad, en la Iglesia. Pero confiemos plenamente en la fuerza del amor de Cristo, en su poder.
Invoquemos con confianza al Corazón de Jesús y toda maldad será subsanada por la fuerza de la gracia que nos llega, sobre todo, a través de los sacramentos. No hay que exagerar o dramatizar el poder del demonio.
Por supuesto que existe y es eficaz pero ya hemos sido rescatados, ya ha sido vencido el demonio por Cristo y lo que nos corresponde a nosotros los cristianos es subirnos al carro de la victoria. Ahí está la eucaristía, la confesión, la dirección espiritual, las buenas lecturas, la oración.
ESTAR ATENTOS
Volvamos al texto:
“En aquel tiempo estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. Y la multitud quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios»”
(Lc 11, 14-15).
Fíjense que aquí nos encontramos con quizá la peor blasfemia de todas. Decir que Jesús expulsa los demonios porque en el fondo Él mismo es un enviado del demonio. Jesús sería un endemoniado; qué peor blasfemia decir que Dios es el diablo.
Podemos sacar frente a este hecho, qué es el comentario de algunos dice aquí el texto de san Lucas, sacar una enseñanza, estar atento o atenta a nuestra capacidad de equivocación o quizá más bien a nuestra posibilidad real de obcecación; nos podemos obcecar, pensar que tenemos siempre y en todo la razón.
Si a ese comportamiento, actitud le añadimos apasionamiento entonces tenemos una mezcla explosiva. Pensar que siempre y en todo tengo la razón y eso es fuente de conflicto de mil dificultades en la convivencia diaria.
NO LO PUEDEN NEGAR
Estos personajes que aparecen aquí, ven que Jesús realiza el milagro y ya, como no lo pueden negar y el que estaba mudo comienza a hablar y fue expulsado de ese demonio, como no pueden negar el hecho entonces inventan para salirse con la suya, con la propia digamos, inventan una razón absurda; en este caso además blasfema.
Pidamos al Señor la humildad de callar, la humildad de reconocer nuestros errores cuando nos hemos equivocado y hacerlo con sencillez:
“perdóname, me equivoqué, lo que dije no era correcto y ahora que te escucho ahora que veo las cosas desde esta otra perspectiva, reconozco mi error, perdóname”
HUMILDAD PARA RECONOCER
Qué palabras más bonitas, reconocer nuestros errores a través de una actitud sincera de pedir perdón. Además el Señor aquí nos da un ejemplo precioso porque su reacción frente a quienes decían esto: “por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, expulsa los demonios”
Jesús les dijo:
“Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Sí pues también se ha dividido Satanás contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino?
Si yo creo que expulso los demonios con el poder de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a usted”
(Lc 11, 17. 20).
Que impresionante verdad como el Señor no se siente ofendido de la ofensa pero reacciona con humildad, reacciona con un perfecto dominio de sí mismo y en el fondo reacciona con el amor infinito de su corazón. Y los invita, a estos que acaban de blasfemar contra Él, a abrirse al Reino “Entonces es que el Reino de Dios ha llegado a ustedes”.
FIRMES Y FUERTES EN LA FE
Pidámosle al Señor, con ocasión de este Evangelio de hoy, que nos ayude a estar atentos a través de una sana desconfianza en el juicio propio. Hemos de estar firmes y fuertes en la fe, pues es la verdad que nos proviene de la Revelación y de lo que la Iglesia enseña.
En eso tenemos que ser fieles y mantenernos allí en esa fidelidad a la fe revelada. Pero en tantas otras cosas e inmensa mayoría de las cosas se ven de distinta manera según el ángulo del cual se observen. Algo puede ser cóncavo y por otro lado convexo.
Pidamos al Señor que tengamos una sana desconfianza en el juicio propio, que no caigamos en el error de pensar que tenemos siempre la razón. Y cuando nos equivoquemos, pedir perdón con sencillez.