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PARA, MIRA, CAMINA

parar

“Entonces llegó a casa; y se volvió a juntar la muchedumbre, de manera que no podían ni siquiera comer. Se enteraron sus parientes y fueron a llevárselo porque decían que había perdido el juicio”

(Mc 3, 20-21).

Es un no parar. Visitar ciudades, predicar, curar a enfermos, expulsar demonios, hacerse el encontradizo con unos y con otros, llegar a este de acá y al de más allá, salir al paso de las encerronas que le arman los mal intencionados, visitar el Templo, navegar el lago, compartir la mesa con los amigos. Un día y otro.

¡No les queda tiempo ni para comer!

Y, entonces, sus parientes piensan que se ha vuelto loco: ha perdido el juicio.

Tú Señor eres un loco. Pero loco de amor por nosotros los hombres.

Ahora, en cuanto hombre ¡nunca ha habido alguien más cuerdo que Tú!

A los días les faltan horas, pero Jesús hace lo que puede. Y, si tomamos el Evangelio en su conjunto, nos damos cuenta que Jesús también descansa. Y se preocupa del descanso de los suyos.

Más adelante nos cuenta el mismo san Marcos cómo se reúne con los apóstoles después de una de esas correrías apostólicas y

les dice: —Vengan ustedes solos a un lugar apartado, y descansen un poco”.

“Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer”

(Mc 6, 31).

JESÚS ESTÁ LOCO, PERO DE AMOR

O sea: Señor, estás loco. Pero tu locura no es la de un workaholic (un adicto al trabajo), no es la de quien piensa que es de acero inoxidable, o que es una máquina, o la de quien tensa la cuerda de su humanidad hasta que se rompe. 

No. Tu locura es locura de amor. Que te lleva a exigirte y a exigir a los demás. Pero que sabe también cuidarse y cuidarlos.

Locura o desequilibrio es en el que lamentablemente caen algunos por no saber cuidarse.

Comentaba uno que

Es condición humana el cansancio. «No somos de hierro», solemos decir, pero hasta el hierro se «fatiga», en la terminología de los mecánicos. Toda criatura es limitada y experimenta fatalmente sus límites. De energías y de tiempo. A veces lo olvidamos. Y después surgen las «crisis» de edad y otras. No debían sorprendernos.

Hemos oído hablar de la crisis de la adolescencia, de los 40 años, de los 60… ¿Y de los 26? Hace ya bastantes años, un amigo mío, de esa edad, comenzó sufriendo una extraña indisposición y mareos que nos preocuparon. Llamamos a otro amigo, médico: «Bueno», contestó con una carcajada, «esos mareos no son de mi especialidad, pero voy enseguida». Era ginecólogo. Apenas llegado, con una sencilla auscultación y una mirada rápida, diagnosticó: «¡Bah! ¡No es más que la crisis de los 26 años!».

Quedamos perplejos, y él se explicó: más o menos por esa edad, por regla general, uno completa arduamente su carrera académica, consigue un empleo (…), compra casa, se casa, tiene un hijo, busca nuevo trabajo, mantiene el fútbol con los amigos solteros, se mete en la política o en el negocio del suegro, no duerme… ¡y revienta! 

No era exactamente el caso: se trataba de un sacerdote. Pero da lo mismo: en esa edad nos imaginamos dotados de una energía inagotable; no hemos sentido todavía nuestras limitaciones; queremos realizar deprisa todos nuestros sueños habidos y por haber… Y reventamos.

San Josemaría fue muy «imprudente» consigo mismo en esa edad, en que Dios le pidió el Opus Dei. Es indescriptible su vida de sacrificio, de trabajo, de oración, de asistencia a los necesitados en esos años y más tarde. 

Dios lo sustentaba. Pero a sus hijos, exigiéndoles mucho (…), los «obligaba» a descansar, no hacer locuras, cuidar de la salud, para poder servir al Señor por muchos años

(Historia de un burro, Hugo de Azevedo).

Esa es la manera de proceder de Jesús. Es la manera de proceder de los santos.

HACE POR HACER: ACTIVISTA

No la del que hace por hacer: perfeccionista y activista. Es más, como dicen algunos: “activista, terrorista”. Porque corre, se mueve, no para, pero como loco. Y se lleva de encuentro a quienes le rodean: agita, inquieta, atormenta.

Así no se tiene paz ni para rezar.

Por eso aconsejaba san Josemaría:

 “Hay que procurar, con particular esmero, que el cuerpo responda siempre como un buen instrumento del alma y, por todos los medios, evitar que alguien pueda llegar – por las circunstancias de su trabajo o por otras causas – al agotamiento físico, que suele llevar también a la ruina psíquica y producir una falta de energías que son necesarias para la lucha interior: porque, insisto, la gracia de Dios cuenta ordinariamente con esas fuerzas naturales

(San Josemaría, Carta 29-XI-1957).

Que importante resulta no agotarse inútilmente. Saber parar.

Como cuando de pequeño nos enseñaron a cruzar la calle: “para (detente), mira a ambos lados y luego (si no viene carro lógicamente) camina”.

Que se puede resumir en: “para, mira, camina”.

Lo que sucede es que muchas veces nos entran las prisas y no queremos parar. Queremos seguir caminando. Y hace falta parar y mirar. Que si no: ¡la vida te atropella! o tú mismo te atropellas en la vida…

APÓSTOLES FUERTES Y  DECIDIDOS

Porque el daño nos lo hacemos a nosotros mismos. Y así no le servimos a Dios. Porque a Jesús no le sirven apóstoles reventados, los quiere fuertes, decididos. Con capacidad de escucha y de atención. Con capacidad de contemplación.

Hoy, lastimosamente, no paramos. Y si paramos físicamente es para ver el teléfono, ojear las redes, leer las noticias, ver algún videíto, una serie… Eso en el día y en la noche.

Se sabe que, hoy por hoy, las redes sociales y las plataformas de streaming se pelean nuestras horas de sueño. Como ya saben que no pueden sumarle horas a los días, lo que buscan es que sigas consumiendo el mayor tiempo posible. Y eso solo se consigue si duermes menos.

Nuestro mal es el sueño. ¡Cuántos disparates, angustias, irritaciones y tentaciones, simplemente por no dormir lo bastante! 

Llega un hombre al fin de un día de viaje (sí, hoy día, cuántas horas de viaje, de un lado a otro, entre colas de carros desesperados…), después de horas y horas de trabajo (algunas navegando por Internet…), almorzando deprisa y maldiciendo a los jefes con ardor, y regresa a casa para cenar tarde, con los hijos dormidos y la mujer soñolienta, agotada también y derrumbada ante la televisión.

Es la única ocasión de discutir y quejarse una vez más de los jefes. Y allí quedan ambos riñendo, hasta que aprieta el frío de la madrugada… ¡Vaya descanso!

No queremos reconocer que somos como los niños: cuando no duermen, hacen berrinche y nadie sabe por qué.

Faltando el sueño, al día siguiente falta serenidad, concentración, orden, laboriosidad.

Ya lo decía san Jerónimo: «Cuando el burro va cansado, se arrima a todas las esquinas»

(Historia de un burro, Hugo de Azevedo).

Jesús, Tú nos quieres trabajadores. No activistas, sino trabajadores. Para rendir por Ti y por los demás.

Eso requiere tener energías, lucidez y buen humor. No estar agitados, fatigados, reventados. No la ruina psíquica sino la locura de amor.

Por eso nos dices: “para, mira, camina”.

Nuestra Madre, como buena madre, nos toma de la mano para cruzar la calle mientras nos repite: “para, mira, camina”.

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