Hoy me ha entrado envidia Jesús, envidia al escucharte hablar en el Evangelio. Porque resulta que se te ha acercado un escriba y ha entablado un diálogo contigo. Y para terminar aquella conversación le has dicho:
«No estás lejos del Reino de Dios»
(Mc 12, 34).
Tengo que aceptarlo, eso me ha dado envidia, porque ¡ya me gustaría que me lo dijeras a mí! Que me dijeras: “Estás bien, vas por buen camino. Estás cerca del Reino de Dios”.
¡Qué no daría por tenerlo claro! Porque me aseguraras que estoy bien, que siga por ahí.
“Vivir es caminar. Pero… ¡hay tantos caminos!
Sí, hay muchos, pero es absolutamente necesario acertar con el que debemos seguir. Si tomamos una senda equivocada, no llegaremos a nuestro destino. (…)
Y lo que más importa es llegar a la meta, al Cielo, a la unión con Dios. Si no llegamos, nuestra vida será una vida perdida, un fracaso rotundo.
Vivir es caminar. Y tú y yo vamos de camino. Pero ¿vas por el camino acertado? (…)
Ahora que te has puesto al habla con Dios, ahora que Dios te mira y tú le miras, ahora que estás a solas con Él, hazle esta pregunta: Señor, ¿Tú estás contento con mi vida? ¿Voy por el camino que Tú quieres? Y con sinceridad de corazón, escucha su respuesta…”
(Meditaciones para el camino de Santiago, Tomás Trigo).
No vaya a ser que el Señor te responda aquello que decía san Agustín:
“Corres bien, pero fuera del camino…”.
Comentaba este gran santo:
“Si Dios no es tu fin, te encuentras como un hombre sin pies o como el que los tiene torcidos y no puede caminar. Si, además, ansías los bienes de este mundo, corres, sí, pero corres fuera del camino: tu marcha es más bien andar errante que caminar hacia el fin.
(…) Al correr fuera del camino, más que llegar a la meta, te extravías. Tenemos, pues, que correr y que correr por el camino. Quien corre fuera del camino corre en vano; más aún, sólo corre para fatigarse.
Fuera de él, cuanto más corre, más se extravía. ¿Cuál es el camino por el que corremos? Cristo lo dijo: Yo soy el camino. ¿Cuál es la patria a donde nos dirigimos? Cristo dijo: Yo soy la verdad. Por Él corres, hacia Él corres, con Él hallas el descanso”
(San Agustín, In Ep. Io. 10, 1).
¿VAMOS POR BUEN CAMINO?
Yo pensaba Jesús, ¿voy por buen camino? ¿Estoy cerca del Reino de Dios? Incluso me asalta otra duda, otra pregunta: ¿cuánto tengo que correr? Porque hay distancias de distancias.
Hoy en día cómo está de moda correr 5k, 10k, media maratón, una maratón o una ultra maratón. Yo, ¿cuánto tengo que caminar o correr?
Dice una biografía de Pedro Ballester, este numerario del Opus Dei que murió joven y en olor de santidad, que
“la vida es una carrera. Dios nos ha pedido que corramos por Él. Pero no nos ha dicho cuántos kilómetros tiene la carrera. No sabemos si hemos de correr, 20, 40 o 100 km. A algunos les ha hecho velocistas, a otros corredores de fondo.
Dios sabe exactamente lo que podemos correr y nunca nos pedirá correr más de lo que nuestras piernas y nuestro corazón pueden aguantar.
Es una carrera agotadora. Así debe ser. Así ha sido para todos los santos y no hay excepciones. Y mientras corremos animamos a otros a correr. Como habrás comprobado, no es lo mismo ir de excursión solo que ir en compañía. Con el ánimo y el ejemplo de otros, llegamos más lejos.
Cuando le damos la vida a Dios se la damos, de alguna manera, a los demás también. Porque mientras hacemos lo que Dios nos pide, inspiramos a los demás para que hagan lo mismo. Decir que sí a la vocación es repetir: “Hágase en mí y en quienes me rodean, según tu palabra”. (…)
Ayuda mucho pensar en la influencia que tiene nuestra generosidad en las vidas de los demás. Como me dijo Pedro una vez: «No puedo bajar la marcha», porque sabía que no iba solo en el viaje de la vida.
Veía que quienes estábamos a su alrededor, necesitábamos ver su lucha, necesitábamos que mantuviera el ritmo. Habitualmente Pedro no necesitaba sonreír. Nosotros necesitábamos que sonriera.
Muchas veces no necesitaba levantarse. Nosotros le necesitábamos de pie”
(Pedro Ballester, Jorge Boronat).
Así dice el biógrafo que vivió con este hombre. ¡Cómo nos ayuda a todos ver a alguien corriendo dentro del camino de la fe con entereza, con energía, con -¡no sé!- pundonor, con decisión, con firmeza! ¡Ayuda! ¡Anima!
Pues, los demás te necesitan de pie y corriendo dentro del camino… Dios te quiere de pie y corriendo dentro del camino… Los demás te necesitan santo y Dios te quiere santo.
O como dice san Agustín en la misma homilía que te he compartido:
“Has encontrado al cristiano, has hallado al ciudadano de Jerusalén, al conciudadano de los ángeles; has hallado al peregrino que, aún en camino, suspira por la patria. Únete a él, es tu compañero, corre a su lado, siempre que también tú seas eso mismo”
(San Agustín, In Ep. Io. 10, 1).
O sea, siempre que también yo sea cristiano, que sea otro Cristo, el mismo Cristo.
Así que no se trata de caminar solo yo por este camino, sino de acompañar a otros y de dejarme acompañar. Así no estaremos lejos del Reino de Dios.
¿CUÁL ES LA META?
Pero, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Cuál es la meta? ¿Cuál es el fin hacia el que tengo que dirigir mis pasos?
San Agustín te responde:
“Cristo es Dios y la caridad el fin del precepto (…) Dios es caridad (…). Ahí tienes tu fin; todo lo demás es camino hacia Él. No te pegues al camino, lo que te impedirá llegar al fin.
Sea cual sea la etapa alcanzada, sigue tu ruta hasta llegar al fin. ¿Cuál es el fin? Mi bien es unirme a Dios (Sal 72, 28). En el momento en que te hayas adherido a Dios, habrás dado fin a tu camino: permanecerás en la patria”
(San Agustín, In Ep. Io. 10, 1).
Y es que eso es -¡y será!- el Reino de Dios. La meta del cristiano es la caridad o el Amor con mayúscula.
Por eso el Evangelio de hoy es como la pescadilla que se muerde la cola. Porque el escriba que me ha dado envidia ha preguntado:
“Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús respondió: –El primero es: Escucha Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.
El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos.
Y le dijo el escriba: –¡Bien, Maestro! Con verdad has dicho que Dios es uno solo y no hay otro fuera de Él; y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le dijo: –No estás lejos del Reino de Dios”
(Mc 12, 28-34).
Bueno, pues ahí lo tienes, ahí está el camino. Si vamos por ahí, vamos por buen camino. No estamos lejos del Reino de Dios.
Acudimos a nuestra Madre santa María con una jaculatoria que aprendí de san Josemaría:
“Corazón dulcísimo de María, prepáranos un camino seguro”
o
“Corazón dulcísimo de María, consérvanos en el camino seguro”.
Gracias Padre Federico por sus reflexiones tan llenas de sinceridad y sencillez me gustan mucho pues nos interpelan también Dios lo bendiga
EXCELENTE MEDITACION, DESDE EL SALVADOR
GRACIAS
EXCELENTE MEDITACION, DESDE EL SALVADOR
GRACIAS
Gracias Padre Federico por sus reflexiones tan llenas de sinceridad y sencillez me gustan mucho pues nos interpelan también Dios lo bendiga