En estos 10 minutos con Jesús vamos a procurar, como siempre, crecer en esa intimidad, en ese grado de intimidad de relación con el Señor. Por eso nos hemos encomendado a nuestros Ángeles Custodios. Nos hemos encomendado a la Santísima Virgen y a San José para que nos ayuden, porque estamos haciendo un trabajo difícil, un trabajo arduo: que es comunicarnos con alguien a quien no vemos.
UNA COMUNICACIÓN COMPLEJA
Comunicandonos con alguien que no nos responde, alguien que no nos puede hacer un gesto, una seña y que no nos devuelve. Y, por lo tanto, es una comunicación muy compleja, muy difícil. Es un desafío, ¡es un desafío grande!
Por eso la vida de oración y todo el trabajo de aprender a hacer oración, es un desafío importante, porque del otro lado hay alguien que no nos contesta, que no nos dice nada, que parece que no nos dice nada. Que físicamente no está, porque está en Eucaristía, pero está de una manera inerme, una manera distinta.
Entonces, no es una relación fácil la que tenemos. No es un desafío simple. Por eso necesitamos que nos ayude María Santísima, San José y nuestros Ángeles Custodios para que no perdamos de vista cuál es el norte: que es crecer en la relación con Jesús. ¡Hablar con Jesús!
TE PUEDO HABLAR
Lo más importante de estos 10 minutos, es que le digamos, aunque sea, “Jesús te quiero. Jesús te doy muchas gracias por cómo me cuidas. Por lo presente que estás en mi vida. Por cómo me has guiado a lo largo de los años, siempre me has llevado de la mano y estoy en el camino correcto.
Casi sin darme cuenta y a pesar de mis pesares, a pesar de mis debilidades y de mis dificultades, de mis miserias, estoy acá Señor. Estamos acá todos los que estamos escuchando por este medio, en este rato de oración”.
Estamos acá porque Jesús nos ha mantenido de la mano, nos ha salvado de nosotros mismos: de la pereza, de la indiferencia, de la oscuridad del corazón, de los rencores.
NOS AYUDA EN NUESTRO CAMINO
Si Jesús no nos hubiese salvado de nosotros mismos, quizás de un rencor o una bronca, de un odio o de una ambición, nosotros podríamos tener el corazón puesto en el poder o en el dinero, en la honra o en el quedar bien… Estaríamos completamente fuera del camino.
Podríamos ser adictos. Podríamos, no sé, estar metidos en la droga hasta el cuello o en el alcohol. O quizás porque no habríamos superado las dificultades, las contrariedades de la vida sin la ayuda de Jesús.
Por eso es tan importante esta relación. ¡Es la relación de las relaciones! Es la relación que nos mantiene sanos, que nos mantiene cuerdos, que nos mantiene salvos, que nos mantiene vivos. Y, además, el Cielo, la Eternidad.
Le pedimos ayuda a la Santísima Virgen, a San José y a nuestro Ángel Custodio para hacer bien este rato de oración.
SER COMO NIÑOS
El Evangelio del día de hoy es muy cortito. San Mateo dice lo siguiente:
“En aquel tiempo, le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y para que rezase. Pero los discípulos los reprendían.
Jesús les dijo: -Déjenlos, no impidan a los niños acercarse a mí. De los que son como ellos es el reino de los cielos. Después les impuso las manos y se marchó de allí”
(Mt 19, 13-15).
El Señor nos recuerda que el Reino de los Cielos pertenece a los que se hacen como niños. Es muy bonito el gesto de Jesús y muy elocuente, tremendamente elocuente.
MIRAR LA VIDA DE JESÚS
Por eso es tan importante, mirar la vida de Jesús y la debemos tener conocida al dedillo. Tenemos que conocer perfectamente cada uno de esos pasajes de la Escritura que nos marcan a nosotros el camino. Porque nosotros tenemos que hacernos como niños, para que el Reino de los Cielos pueda ser una realidad en nuestro corazón.
Si no, no vamos a hablar el lenguaje Dios, no lo vamos a comprender, no vamos a entender a Dios. Vamos a actuar como adultos. Y los adultos en la lógica de Dios, simplemente no tienen lugar.
LOS APÓSTOLES LOS APARTAN
¿Los apóstoles qué hacen? Echan a los niños porque piensan que es una pérdida de tiempo. Piensan que Jesús no tiene que ser incordiando por un niño. Que Dios no debe ser incordiando por los niños. Dios no es para los niños. Ese es el razonamiento de los apóstoles.
Ese razonamiento es de una persona que es eficientista, que está centrada en la producción, que está centrada en la eficiencia. Y, por lo tanto, Dios que es un bien escaso -aunque sea absurdo pensar así-, lo vamos a usar catorce o quince horas por día, y las tenemos que usar al máximo.
Entonces, ¿cómo las vamos a usar? Con enfermos más importantes, con la gente más distinguida, con la gente que tiene realmente muchos problemas. No se, uno puede razonar de mil modos. Pero no las vamos a perder con niños, porque eso es perder el tiempo completamente. ¡Es completamente inútil!
Esta es la lógica de los apóstoles: Dios no está disponible para los niños, porque Dios no puede perder el tiempo. No le podemos hacer perder el tiempo a Dios. No podemos usar a Dios para puntear, para pavear, para jugar. Porque los chicos solo juegan…
JESÚS PIDE SE LOS ACERQUEN
Por eso Jesús nos dice: No les impidan a estos niños que se acerquen a Mí, por favor. O sea, si no, yo les voy a impedir a ustedes que se acerquen a Mí. Ustedes se merecen no acercarse a Mí. Los niños si, justamente. Porque ustedes tienen que hacerse como ellos, tienen que hacerse capaces de ver lo importante.
Los niños obviamente nos van a hacer perder el tiempo, porque requieren juegos, requieren un montón de caprichos, caricias, tiempo para que les contemos cuentos, que los arrullemos para que se duerman, que los bañemos, que los cambiemos, que les hagamos mimos, que los tengamos alzados porque si no sufren de dolores o lo que sea…
Pero los niños también nos enseñan qué es importante. Lo importante para un niño siempre son las personas. Los chicos siempre apuntan bien con el corazón, los niños tienen buena puntería, saben exactamente qué es lo importante. Esto para Jesús era capital, de capital importancia.
CONFIAR COMO NIÑOS
Ya por eso dice: El Reino de Cielos es para los que se hacen como niños, para los que saben distinguir lo importante. Para los que saben confiar.
Un niño confía ciegamente en su papá, en su mamá. Si le dicen vamos para allá, vamos a hacer esto, come esto o lo otro. Un chico en general come lo que le dan, hace lo que le dicen sus papás que haga. Él confía mucho en sus papás. Tiene una un nivel de confianza en sus padres inmenso, enorme.
Por eso Jesús nos recuerda esta realidad, que es que tenemos que parecernos a los niños, tenemos que ser como niños. Razonar, vivir como niños, porque sólo los niños tienen esta capacidad para confiar en Dios. Esta capacidad para ver más allá, para ver con otros ojos la realidad.
Por eso se lo pedimos con especial intensidad: “Dame, Señor, un corazón como el de un niño. Ayúdame a razonar, a pensar, a vivir como un niño, porque de esa manera voy a saber distinguir lo importante de lo importante y, sobre todo, voy a confiar”.
MIRAR COMO NIÑOS
Los niños confían, los niños confían ciegamente. Y que nunca se nos meta a esa mentalidad de adultos. Que no se nos ocurra nunca pensar, que Dios es eficientista, que Jesús estaba disponible sólo para las cosas que realmente valían la pena, según la lógica humana.
Por eso Jesús pierde el tiempo, juega con los niños, utiliza tiempo importante para gastarlo con los niños. Así es, como tantas veces hemos visto en Juan Pablo II, Benedicto y ahora, lo vemos en Francisco: el tiempo que le dedican a los niños, -cuando hay niños- y se ponen a jugar. Parece que se para el tiempo. Lo importante es que dejan de ser los grandes, pasan a ser los niños.
UN CORAZÓN DE NIÑO
Así quiere Dios que razonemos. Por eso pensemos y pidámosle que tengamos un corazón de niño para confiar, para mirarlo a Jesús como lo miraban los niños: con esa ilusión, con esa sencillez de corazón, con esa confianza enorme.
Que María Santísima, que San José y nuestro Ángel Custodio, nos ayuden en esta tarea de parecernos un poquitito más a los niños, como quería Jesús.