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CAPITÁN SULLY

juicio

Vuelo 1549 de US Airways despega del aeropuerto La Guardia en Nueva York rumbo a Charlotte:

“Habrían pasado solo noventa segundos desde el despegue, estábamos a 900 metros de altitud y viajábamos a unos 100 m/s (unos 360 km/h).

            Era una bandada enorme de gansos del Canadá, imposible esquivarlos.  Golpearon por todo el avión.  Los motores hicieron un ruido horrible y, casi al instante, callaron y dejaron de funcionar.

            Alguien lo describió diciendo que todo se volvió tan silencioso como en una biblioteca y fue exactamente así.

            En cuarenta años y más de veinte mil horas de vuelo, nunca sabes si vas a estar preparado para un desafío así.  Un día te lo encuentras y tienes 208 segundos para solventarlo”.

Es lo que cuenta el Capitán Sully, una película extraordinaria, muy buena.  Y en esta película el piloto decía:

“He llevado un millón de personas en 42 años de carrera; pero al final, seré juzgado por 208 segundos. El Airbus A-320 amerizó en el río Hudson y todos los pasajeros fueron rescatados, todos: 155.  También la tripulación.  No pasó nada, nadie murió”.

¿HÉROE?

Y el Capitán Sully se convirtió en un héroe.  Pero claro, después de pasados algunos días, su esposa le dijo: “Oye, ¿por qué te llaman héroe? Vamos a buscar qué significa héroe en el diccionario”.

Entonces, una acepción decía: persona que decide ponerse en riesgo para salvar a otra.  Y el Capitán Sully decía:

“Yo no encajo en esa definición.  Nosotros no hemos elegido nada, aquella situación nos cayó encima. Nos limitamos a hacer nuestro trabajo.  Pudo parecer extraordinario, pero lo único que hicimos fue nuestro trabajo.  Eso sí, lo hicimos excepcionalmente bien”.

NUESTROS ÚLTIMOS 208 SEGUNDOS

“Y con esta historia Señor, me preguntaba en estos 10 min con Jesús, ¿cómo serán mis últimos 208 segundos?”

Sí, vamos a hablar en este ratico de oración, en estos minuticos de oración, sobre esa realidad de la muerte.  Sobre esa realidad de encontrarnos delante también del juicio; sobre todo, del juicio.  “Vamos a dejar de lado la muerte y vamos a hablar contigo Jesús del juicio”.

En esta última semana del ciclo litúrgico (porque ya se acabó con el último domingo, fue el de Cristo Rey) se prefigura el fin de los tiempos, cuando:

“Tú Jesús vendrás sobre las nubes del Cielo con gran poder y gloria para entregar el Reino a Tu Padre e instaurar los cielos nuevos y la tierra nueva, donde tendrá Tu morada la justicia.  Se habrá cumplido entonces la recapitulación de todas las cosas en Cristo y los elegidos reinarán con el Señor eternamente”.

EL EVANGELIO DE HOY

Es un dogma de fe, eternamente, para siempre, para siempre…  Y el Evangelio de la misa de hoy nos cuenta cómo será, más o menos, ese momento (porque nadie sabe cómo será).

“Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje: desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se les viene encima al mundo.  Pues las potencias del Cielo serán sacudidas”

(Lc 21, 25-26).

El fin de los tiempos… y “¿después Jesús? ¿Y después del fin de los tiempos?” porque cada uno tendrá su fin de los tiempos; cada uno tendrá sus últimos 208 segundos.  Y después, ¿qué?

Y sigue el Evangelio:

“Entonces verán al Hijo del Hombre”

(Lc 21, 27).

EL JUICIO UNIVERSAL

“Jesús, no tengo ni idea cómo será el juicio universal, pero un poco sí cómo será el juicio particular, porque en el juicio particular seremos Tú y yo; yo delante de Ti.  Sobre mí, Tu mirada purificadora”.

Y, ¿mi mirada…? ¿Será una mirada a los ojos de Jesús? ¿O tendré que evitar esa mirada por vergüenza? ¿Por miedo? ¿Por entender que me puede condenar?

“Yo no quiero que sea así Jesús, yo sí quiero mirarte a los ojos y comprobar que esa mirada ya la conozco; ya la conocía”.

El juicio particular… Dice el Cardenal Newman:

“Será el momento más silencioso y terrible que jamás hayáis podido experimentar.  Será el momento tremendo de la expectación, en el que vuestra suerte -para la eternidad- estará en la balanza y estaréis a punto de ser enviados en compañía de los santos o de los demonios, sin que quede posibilidad de cambio.  No puede haber cambio; no cabe vuelta atrás”

(John Henry Newman. Sermones Católicos).

“No Señor, no tendré miedo de mirarte a los ojos.  Mi corazón estará sereno, tranquilo, porque muy seguramente Señor (es lo que te pido) me dirás: “Muy bien siervo bueno y fiel.  Porque has sido fiel en lo poco entra en el gozo de Tu Señor”.

¿CUÁNTAS PREGUNTAS NOS HARÁ EL SEÑOR?

En la tarde te examinarán en el amor.  “¿Cuántas preguntas me harás Señor? Poquitas ¿verdad?”.

Sí,

“moriremos una sola vez e inmediatamente después, tendrá lugar el juicio, instantáneo.  Con una luz de Dios, veremos el estado de nuestra alma y veremos las cosas en su justa medida.  Llegará entonces la sentencia irrevocable: se acabó el tiempo de merecer y la sentencia se ejecutará inmediatamente.

            Lo que pudimos hacer y no hicimos; el provecho que hemos sacado a los dones que el Señor nos ha dado… habremos de responder”.

“Veremos que Tú Señor, nos querías más santos.  Eso sí nos daremos cuenta, de que nos querías más santos y tendremos la sensación de haber desperdiciado el tiempo que nos diste en este mundo, mucho o poco”.

SEREMOS JUZGADOS TAMBIÉN POR LA VIRGEN Y POR JESÚS

“Yo creo Jesús, que la Virgen santísima estará ahí a Tu lado; nuestra Madre.

Jesús y nuestra Madre santísima y, en ese momento, Tú Señor dirás: “Y, ¿esto que pasó en la tierra…?” y, en ese momento, la Virgen carraspeará y Tú dirás: “Bueno, eso no tiene importancia”.

La Virgen solamente dejará que nos hagas poquitas preguntas para que nos puedas conceder la vida eterna”.

Terminamos nuestra oración con un acto de aceptación rendida, alegre, de la Voluntad santísima de Dios.

“Jesús, muerto por mí, concédeme la gracia de morir en un acto de perfecta caridad hacia Ti.  Santa María, Madre de Dios, ruega por mí ahora y en la hora de mi muerte.  San José, mi padre y señor, alcánzame que muera con la muerte de los justos”

(San Josemaría.  Vía Crucis.  Oración para obtener una buena muerte).

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