El Evangelio que nos propone la Iglesia el día de hoy habla sobre ese pasaje de san Lucas, que cuenta cuando Jesucristo entró un sábado a la sinagoga y empezó a enseñar y había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada.
Los escribas y los fariseos estaban observando atentamente a Jesús para ver si curaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué acusarlo.
El sábado no se podía hacer ningún trabajo. Y entonces Jesús, conociendo sus intenciones,
“Le dijo al hombre que tenía la mano paralizada: Ve levántate y queda de pie delante de todos”. Y él se levantó y permaneció de pie. Y luego les preguntó a estos mismos fariseos:
¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal?, salvar una vida o perderla Y dirigiendo la mirada a todos, dijo al hombre, extiende tu mano, él la extendió y su mano quedó curada».
(Lc 6, 6-11).
Y el resultado de esto es que ellos se enfurecieron; deliberaban entre sí para ver qué podían hacer contra Jesús.
La enseñanza del Señor es clara. Tiene que ponerse siempre la caridad por encima de la regla, tiene que estar siempre primero ese esfuerzo por hacer el bien a los demás.
No podemos quedarnos simplemente en seguir las reglas.
LA CARIDAD POR ENCIMA DE LA REGLA
¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla? En su pasaje paralelo, habla el Señor de que les vio con consternación, porque la gente estaba pegada a las heridas y eso se ve que hace daño.
Hace que uno se quede pegado a lo que no tiene que pegarse, a las cosas que. a veces, nos separan incluso del Señor, porque nos quedamos resentidos o porque nos quedamos con una visión de querer tomar venganza.
Eso nos aparta del Señor
¿Cómo es nuestro comportamiento con los demás? Se ve que estar cerca de Jesucristo implicaba que a uno se le dilaten las pupilas para ver cómo ayudar a los demás.
Cuentan que san Juan, evangelista, llegó a ser muy anciano (unos 100 años, tal vez más), lo que se constata en sus escritos bíblicos, porque primero se dirige a los cristianos llamándoles hermanos, luego hijos y ya al final les dice hijitos.
San Jerónimo, por su parte (uno de los que tradujeron la Biblia de los primeros siglos), nos refiere que en los últimos años de la vida del apóstol en la isla de Patmos, este repetía una sola idea:
«El señor nos decía: “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”». Se había transformado en un viejito que, pese a sus chocheras, tenía bien grabada en su alma la esencia del mensaje cristiano que es la caridad.
La esencia de la santidad es la caridad, porque es la virtud que mueve los corazones más duros y los acerca al sol de la fe para que se derritan.
Y nosotros, como apóstoles, como cristianos, tenemos ese deber en nuestro tiempo, ahora que tanta falta hace.
SANTA MADRE TERESA DE CALCUTA
Fue un buen ejemplo de esto las conversiones que produjo dentro de la ONU ese famoso discurso sobre el amor de la Madre Teresa de Calcuta.
Contaba ella en ese discurso:
«una vez recogimos a cuatro mujeres; la mayor estaba inconsciente y en estado deplorable, a las hermanas que me acompañaban les dije: yo me quedo con ella, ustedes ocúpense de las otras tres.
Llegamos al hospital, le quitamos los gusanos de las heridas, las desinfectamos y al terminar nuestro trabajo, la anciana abrió los ojos y estuvo unos minutos observando su situación.
Nos esbozó una sonrisa y finalmente dijo, gracias. A continuación, cerró sus ojos y murió.
Esa noche hice examen de conciencia y me pregunté, si hubiese estado yo en la situación de ella, ¿cómo hubiese reaccionado? Y me di cuenta que no hubiera dicho gracias.
Mi respuesta hubiera sido de otro tipo: ocúpense de mi o tengo hambre o me duele todo el cuerpo, hagan algo o cosas por el estilo, pero aquella mujer me dio una gran lección, pues pese al abandono de que fue víctima en su vida desdichada, murió agradeciendo con una sonrisa, sin rencores y sin echar en cara ningún sufrimiento a nadie».
Estas palabras nos conmueven ahora y conmovieron a las que escuchaban ahí en la ONU cuando fue pronunciado este discurso, pero de aquí se deduce la importancia de la humildad para vivir la caridad heroicamente.
Porque aquella mujer agusanada y muerta de frío, viviendo el olvido de sí, agradeció el favor que le habían hecho las religiosas.
Pero si hubiese reaccionado con soberbia, se habría quedado como fruto de pensar en sí misma, en su comodidad y en lo mal que la habían tratado antes, lo que sería comprensible en su estado de abandono injusto.
VENIMOS AL MUNDO PARA AMAR
Pero no, como bien dice la Madre Teresa:
«esta mujer dejó a un lado heroicamente al propio yo».
Y murió agradeciendo aquellas últimas atenciones más que merecidas. Fue una mujer que no se olvidó de que venimos al mundo para amar y que sin amor la vida no tiene sentido.
Murió defendiendo lo más importante: la esencia de la santidad, el amor.
En una de sus manifestaciones más nobles, el agradecimiento, sabe estar en estos pequeños detalles; agradecer, mostrar la caridad.
Es lo que el Señor nos enseña: aunque las reglas sean distintas, no se podía curar en sábado y sin embargo, Él le dice:
«extiende tu mano»
y le cura al hombre de la mano paralítica.
Señor, que sepa yo hacer el bien donde me encuentre, sin que me dé vergüenza, sin que me detenga por las reglas, sin que me separe de los demás, por tal vez un auto convencimiento de que me han hecho un mal o de que me tengo que vengar o por indiferencia.
LA GRACIA DE CRISTO SE DERRAMA EN LOS CORAZONES
Hasta en los momentos más sorprendentes. En Buta, en un seminario, en Burundi, que es azotado por las guerras étnicas, cuarenta seminaristas fueron masacrados a machetazos el 30 de abril de 1996.
Murieron muy jóvenes y entre los seminaristas había chicos de dos tribus que recíprocamente arrasaban con las poblaciones enteras, una guerra étnica entre los hutus y los tutsis.
Al llegar los hutus a aquella jornada al seminario, los responsables de aquella matanza ordenaron que se dividieran identificando la tribu a la que pertenecían. De este modo, unos quince o veinte hutus habrían salvado su vida, pero como se negaron a separarse de sus compañeros tutsis, fueron asesinados los cuarenta.
Este episodio, absolutamente documentado, nos muestra que estos jóvenes contemporáneos nuestros, mártires del odio étnico, no se limitaron sólo a evitar el pecado, sino que demostraron que la gracia de Cristo sigue derramando los corazones de este mundo tan traumatizado por la violencia.
También demostraron que la mayoría de nuestras desuniones en la vida doméstica, tienen como causa principal el egoísmo reiterado ante las circunstancias minúsculas de nuestro día a día.
QUE SEPA AMAR
Señor, que sepa yo estar dispuesto a sufrir y a pasarla mal por los demás, por supuesto, por amor a Ti. Que sepa saltarme las reglas si es necesario. Que sepa amar, aunque la situación me daría permiso para actuar mal, porque eso es lo que quieres.
Como san Juan, ya viejito, que nos mandaba a repetir una y otra vez esa enseñanza que había aprendido de Ti, Señor: Amarnos los unos a los otros, como Tú nos has amado.
Tú te has entregado a nosotros hasta el final y nos acompañas hasta ahora; te sigues entregando hasta ahora en el sacrificio de la Eucaristía.
¡Qué belleza! El Señor se hace primero Hombre y se encarna en Jesucristo. Después se hace cosa, se hace pan y nos acompaña para demostrarnos hasta dónde tenemos que llegar en la entrega hacia los demás, en no pensar en nosotros mismos.
Vamos a pedirle al Señor que nos ayude siempre a ayudar a los demás, a poner la caridad por encima de nosotros y también le pedimos esto a nuestra Madre, la Virgen, que es experta en ser caritativa.
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