Hoy, en la misa de este domingo, vamos a escuchar aquel evangelio en el que Juan se acercó a Jesús y le dijo:
“Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre. Y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”.
Juan, enamorado de Dios, enamorado de Jesús, había escuchado su palabra, la había seguido y se desconcierta al ver que otra persona está haciendo milagros en el nombre de Jesús. Porque no es precisamente de los doce, no es de los que han seguido a Jesús. Y siente la responsabilidad, se acerca a su Maestro y se lo dice abiertamente, Maestro, pues nos hemos encontrado con este sujeto.
Y sorprende la respuesta de Jesús porque le dice:
“No se lo prohíban, porque no hay nadie que haga milagros en mi nombre que luego sea capaz de hablar mal de mí”.
Una respuesta que Juan no se esperaba y que a nosotros nos deja también un poco pensando. ¿Cómo actuaríamos? Y yo quería dedicar este rato de oración para darle vueltas un poquito en cómo nos comportamos nosotros ante las personas que piensan distinto, que hablan distinto, que no son de los nuestros. Pero que aun así, no siendo de los nuestros, hacen cosas buenas, hacen cosas y trabajan para Dios.
CARISMAS DE LA IGLESIA
En la Iglesia existe, quizás has escuchado ya la palabra o el concepto de carismas, los carismas del Espíritu Santo. ¿Qué son los carismas? Los carismas son como luces del Espíritu Santo para personas particulares, pero con un beneficio para toda la iglesia.
Dios va suscitando en algunas personas, alguna idea especial, un modo de trabajar, una especie de cómo hacer las cosas. De modo que aquello beneficia a toda la labor misionera de la Iglesia y a través de un carisma particular, aquello puede dar pie a una institución de la Iglesia. Como por ejemplo, los sacerdotes que predicamos estas meditaciones que estás escuchando somos del Opus Dei. El Opus Dei es un carisma.
Pero como también hay otros carismas en la iglesia, están las órdenes religiosas: Los franciscanos, están los jesuitas, están distintas instituciones que todo eso son modos de hacer las cosas. Todos procuramos hacer lo mismo que es acercar a las almas a Dios, cumplir con esa misión de predicar el Evangelio y llegar a muchísimas almas. Que es lo que Jesús nos confía a todos los hombres.
Sin embargo, cada uno de nosotros hemos aprendido, gracias a nuestros fundadores, gracias a esos carismas que Dios ha dado a estas personas, hemos aprendido un modo de hacerlo. Y nos dedicamos a llevar la palabra de Dios de acuerdo a ese modo que hemos recibido.
Pensaba en un ejemplo que nos puede servir para entender los carismas. Y creo, perdón por el ejemplo que voy a poner pero nos puede ayudar. Es un ejemplo muy sencillo y tiene que ver con la comida.
COMO EL ARROZ DE MI ABUELITA
Pues así como en los diferentes países o incluso en los mismos países, en las diferentes regiones, todo mundo comemos, todos los hombres tenemos en común que comemos, sin embargo, cada uno, cada país, cada zona, tiene comidas típicas a su modo, de acuerdo a los ingredientes que hay en esas zonas. Y así se han hecho las distintas tradiciones culinarias en el mundo entero.
O para no irnos muy lejos, si uno llega a comer a casa, yo creo que todos tenemos experiencia, llego a comer a casa con mi mamá que preparó un rico arroz. Bueno, el arroz está riquísimo, el de mi mamá. Y llego a casa de un amigo o llego a casa de mi abuelita, que también preparó arroz. Y el arroz, aunque es el mismo arroz, sabe distinto.
Porque resulta que mi abuelita tiene una sazón distinta y usa a lo mejor alguna especie o lo cuece un poquito más de tiempo, de un determinado modo, que lo hace distinto. Aunque las dos comidas sean arroz. Pues algo así, más o menos, son los carismas en la Iglesia. Todos llevamos el Evangelio del Señor, pero cada uno lo hacemos de acuerdo a un estilo, con una cultura evangelizadora distinta.
CUMPLIR CON ESA MISIÓN
Y es bueno que pensemos, aprovechando este pasaje del Evangelio, nosotros queremos cumplir con esa misión de llevar el Evangelio a todas las almas y muy probablemente, tú y yo y cada uno, hemos conocido a Jesús de un estilo, hemos enganchado, si lo podríamos decir así, con un carisma particular. Hemos crecido en ese carisma y hemos conocido a Jesús con esa sazón particular que da la institución en la que yo me he formado.
Y nos puede suceder, si perdemos la visión sobrenatural, que vemos a la Iglesia como si fuera una competencia. Entonces dentro de la misma Iglesia, puede llegar a ver momentos donde nos cueste trabajo, como le sucedió a Juan en el Evangelio, ver a otras personas que predican y hacen milagros en el nombre de Jesús.
Podemos tener esos celos que tenía Juan, también nosotros. Y es bueno que nos preguntemos ¿Oye, yo me preocupo por rezar por la Iglesia en general para que el mensaje evangelizador de Cristo llegue a todos? Es natural que si a mí me gusta la cocina de mi abuelita, la sazón de mi Abuelita, pues que yo vaya con mi abuelita y que yo diga que mi abuelita es la que mejor cocina.
TODOS ESTAMOS LLAMADOS POR CRISTO
Sin embargo, no puedo negar que la abuelita de mi amigo también seguramente cocina muy rico y que ella hace muy bien las cosas. Pues así, si yo pertenezco a una Institución de la Iglesia, si yo me formo en una Institución de la Iglesia, no puedo negar que las otras Instituciones que han sido debidamente aprobadas por por el Papa, por los obispos, pues ellos también hacen bien las cosas. Ellos también llevan el mensaje de Dios a muchas almas.
Pensemos, y no caigamos en esa división que a veces el diablo se encarga de sembrar entre nosotros los hombres, y que vemos a la parroquia de enfrente, que tiene más gente y que nos entristecemos, nos da cierta envidia y queremos ganarle a la otra parroquia o al otro grupo y ser más o llegar más lejos.
No nos perdamos en esas competencias humanas. Porque lo importante es estar con el Señor, es cumplir con esa misión evangelizadora. Todos nosotros estamos llamados por Cristo a ser apóstoles.
“A unos los ha llamado, lo dice san Pablo en alguna de sus cartas, con ciertos carismas y a otros con otros”.
Pues así, todos en la Iglesia estamos llamados a llevar ese mensaje de Dios a muchas almas.
ENCONTRAR EL NUESTRO
El Papa Francisco nos decía, a principios de este año, en uno de sus mensajes que manda con la intención mensual, donde él nos invitaba precisamente a rezar por los distintos carismas en la Iglesia. Y decía así el Papa:
“No hay que tenerle miedo a la diversidad de carismas en la Iglesia, al contrario, hay que alegrarse de vivir esta diversidad. Bendito sea Dios que hay distintos carismas”.
Y lo importante, es que cada uno de nosotros encontremos aquel carisma que nos llena, aquel modo que nos que nos ayuda a acercarnos más al Señor. Démosle gracias los que lo hemos encontrado. En mi caso, yo como sacerdote del Opus Dei, le doy gracias a Dios por haber descubierto este mensaje maravilloso de la santidad en medio del mundo, donde yo me siento pleno, realizado, le doy gracias a Dios.
Y al mismo tiempo yo le pido al Señor, te pedimos, Señor, que nos alegremos cuando alguien encuentre también su carisma. Ojalá, Señor, me encantaría, que muchísimos conocieran mi propio carisma y que muchísima gente se acerque a esta gran familia de la que yo formo parte.
ALEGRARNOS POR TODOS
Sin embargo, Señor, no somos la única familia y es bueno también, que nos alegremos cuando otras familias dentro de la Iglesia, también crecen, van llegando a muchos lugares.
Es más, y terminamos haciendo este rato de oración con unas palabras de san Josemaría que dejó escritas en su libro Camino. Y dice así:
“Es mal espíritu el tuyo si te duele que otros trabajen por Cristo sin contar con tu labor”
(Camino 966).
Sería de mal espíritu, seríamos malos cristianos si caemos en ese error que leímos en el Evangelio que cometió Juan, de tener esos celos y querer impedir que los demás trabajen para Cristo.
Le pedimos al Señor que nos ayude a alegrarnos con todos los carismas en la Iglesia. Y le pedimos por supuesto a nuestra Madre, Santa María, que custodie estos carismas que Dios ha dado a su Iglesia, que nos acompaña a cada uno, para que encontremos, amemos, hagamos crecer estos grandes regalos que son los distintos carismas que han llegado a la Iglesia.