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Las promesas de Jesús siempre se cumplen porque Tú Señor eres Dios y lo que dices se cumple necesariamente.

Lo vemos en el Evangelio pues Tú dijiste que ibas a resucitar y resucitaste.  Dijiste que ibas a enviar al Espíritu Santo y nos lo enviaste -acabamos de celebrar esa gran fiesta.

En el Evangelio de hoy leemos una promesa que le haces a san Pedro y que nos la haces también a nosotros, porque este apóstol te pregunta:

“Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”.

Jesús le respondió: “Yo les aseguro, nadie que haya dejado casa o hermanos o hermanas o padre o madre o hijos o tierras por Mí y por el Evangelio, dejará de recibir en esta vida el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras junto con persecuciones.

Y en el otro mundo la vida eterna y muchos que ahora son los primeros serán los últimos y muchos que ahora son los últimos serán los primeros””

(Mc 10, 28-31).

Señor, nos prometes el ciento por uno y la vida eterna; o sea, con que solo nos prometieras la vida eterna ya podríamos padecer todo lo que fuera necesario en esta tierra para conseguir el Cielo, pero eres tan bueno que también aquí en la tierra nos recompensas.

CIENTO POR UNO

Este texto es muy adecuado cuando alguien se está planteando una entrega que exige el celibato apostólico, que exige una disponibilidad completa para seguir al Señor en diferentes circunstancias.

Exige un poquito más de ese sacrificio vistoso, externo, de renunciar al matrimonio, renunciar a veces estar con la familia o renunciar a veces a unas vacaciones como uno quisiera…

Viene muy bien este texto cuando uno se está planteando esa entrega así concreta, pero también nos viene bien a todos porque Tú Jesús siempre nos estás pidiendo algo.

Nos estás pidiendo que te demos más cancha en nuestro corazón, más espacio en nuestra vida y para eso hace falta quitar otras cosas en las que probablemente estamos apegados y eso exige esa entrega y nos viene muy bien escuchar cómo nos prometes:

“Si tú me das uno, Yo te voy a dar cien”.

Tú pagas generosamente. ¿Qué me estás pidiendo a mí ahora que estoy haciendo este rato de oración? Me pregunto y veo en mi corazón ¿qué me estás pidiendo Señor? ¡Vale la pena!

Leímos en la Primera Lectura:

“Dale al Altísimo según la medida en que Él te ha dado a ti.  Dale tan generosamente como puedas porque el Señor sabe recompensar y te dará siete veces más”

(Ecl 35, 9-10).

SER GENEROSO CON EL SEÑOR

Aquí en este libro del Antiguo Testamento nos dice que te dará siete veces más, pero Tú Jesús superas la oferta y nos dices:

“Ciento por uno.  Dale al Altísimo según la medida que Él te ha dado a ti”.

Cómo me has dado Tú Señor a mí, pues me has dado el ser para empezar, me has creado y me has dado tanto que corresponderte exige la totalidad de mi ser.

“Amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas”

(Mt 22, 37).

Dale al Señor tan generosamente como puedas.

Esta expresión me recordaba la secuencia de Corpus Christi -que estamos ya casi por celebrar en poquito más de una semana.  

En la misa se lee una secuencia que se llama Lauda Sion porque así comienza: Lauda Sion, Salvatorem; Alaba, Sion, a tu Salvador Y ahí, en una de las estrofas dice:

Alaba cuanto más puedas y sin descanso;

porque la mayor alabanza

que se haga no será suficiente.

CIENTO POR UNO JUNTO CON PERSECUCIONES

No te midas con Dios porque Dios es más generoso y siempre nos va a dar más.  Pero no estar pensando en que Dios nos va a dar, sino más bien pensando lo que Dios merece.

Él merece toda la alabanza, toda la gloria; Él merece que, si alguna cosa nos cuesta se la damos rápido porque vale la pena, porque Él lo merece.

Pero también Tú Señor nos dices que nos darás el ciento por uno junto con persecuciones.

Uno puede decir a Dios: “Ya te di, ahora dame ya y que no me cueste nada”.  ¡Pues no! En esta vida habrá que padecer; en esta vida habrá Cruz, habrá sufrimiento, habrá oscuridad.

En el Cielo ya será el gozo sin fin, pero en esta tierra nos dices Señor: “Junto con persecuciones”. 

Me acordaba también de un libro que se llama “El decenario del Espíritu Santo” que es un libro que sirve para preparar la fiesta de Pentecostés que acabamos de pasar.

En ese libro, escrito por una costurera humilde de España a finales del S. XIX-XX, ella va hablando de la maravilla del Espíritu Santo y de cómo el Espíritu Santo actúa en nuestra alma.

FRANCISCA XAVIERA DEL VALLE

Habla un poco de su experiencia personal también y dice:

“Cuando una persona se decide de verdad a corresponder al amor de Dios, el demonio se enoja y prepara una gran batalla y a ella trae todo su ejército infernal.

Pues ¿qué quiere? ¿Qué busca? ¿Qué pretende conseguir de nosotros Satanás que trae consigo todos sus moradores?

Según enseñanzas de nuestro inolvidable Maestro, se propone arrancar de nosotros las tres Virtudes Teologales.  Pero donde va directamente a poner el blanco es en la fe, porque conseguida ésta, fácil cosa le es conseguir las otras dos. (…)”

Jesús, te pedimos que nos conserves la fe, que nos aumentes la fe, la confianza en Ti.  Que nos demos cuenta de lo bueno que eres y que Tú prevés también que haya dificultades, que haya batalla.

UNA PRUEBA PASAJERA

Esta mujer, Francisca Xaviera del Valle, cuenta su experiencia y el desamparo que sintió en su vida.  Ella sentía que había perdido la fe.

“¡Pobre alma! Quiere buscar a su Dios y no sabe.  Le quiere llamar y no puede articular palabra.  Todo se le ha olvidado; con tan profunda pena, se siente sola, sin compañía ninguna. (…)

Y sin poder decir más, ni hablar, ni entender, así pasé meses y meses hasta pasados dos años.  Tenía dieciocho años cuando esto pasó por mí y cuando tanto yo sufría y lloraba sin consuelo la pérdida de mi fe, he aquí que amaneció para mí el día claro y hermoso”

Es una prueba pasajera.  Señor, nos explicas que esas persecuciones pasan; que esas pruebas pasan, que Tú prevés que haya esas pruebas y las permites y sacas un gran provecho de ellas -como lo explica esta mujer.

“¡Oh, lo que es Dios! ¡Oh, Sapientísimo Maestro mío! ¿Por dónde me llevaste, para darme lo que me diste? Me desnudaste de la fe que yo tenía, para vestirme de una fe que nadie me podrá arrancar.

¡Oh, Maestro mío, Maestro mío! Cómo eres, ¿quién te conocerá si Tú mismo no te das a conocer?

Admirable eres en tu modo de enseñar y más admirable en tus enseñanzas; pero eres inmensamente más admirable, cuando al entrar en el combate y al empezar la batalla me dejas sola y te ocultas.

Y ocultándote me ayudas en la pelea, para que salga de allí con el más glorioso triunfo, dejando a Satanás vencido, humillado ante sus satélites y derrotado con humillante derrota”

(Francisca Xaviera del Valle. Decenario del Espíritu Santo, consideración día octavo).

JESÚS SIEMPRE NOS APOYA

¡Qué grande eres Señor que, en estas persecuciones, en estas dificultades, en todas las tentaciones que podemos experimentar Tú estás con nosotros!

Estás oculto, nos dejas sufrir un poco, nos dejas aparentemente desamparados, pero nos estás apoyando y nos estás dando todo el suministro que necesitamos para vencer.

Que confiemos en Ti en todas las pruebas que tenemos y también en estas invitaciones a la generosidad que nos haces.

El Evangelio de hoy: “ciento por uno”.  ¿Qué me estás pidiendo a mí? Que dé ese paso, que sea generoso Señor, que te entregue sabiendo que Tú me das también esa fuerza para ser generoso contigo sabiendo que Tú sabrás recompensarme.

Que yo no me esté fijando en la recompensa, sino en quién eres Tú y todo lo que me has dado.  

Que quiera agradecerte con generosidad, como la Virgen santísima que respondió a su llamada y a todas las exigencias y luchas que tuvo en su vida con total generosidad y confianza en Dios.

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