EL COLOR DEL AMOR
Hace unas semanas, en el colegio donde trabajo me sucedió una anécdota que he contado en cuanta homilía y meditación me ha tocado predicar en estos días, porque a mí me impresionó muchísimo.
Y si ya lo oíste, por el motivo que sea, pues vas a coincidir conmigo, que esta anécdota es muy buena y a mí me me ha servido especialmente para celebrar mucho mejor la Santa Misa, con mayor recogimiento, con mayor piedad y sobre todo, para despertarme ante la presencia real de Jesús en el Sagrario y en la Eucaristía.
Pues resulta que estamos en preparativos para las Primeras Comuniones. Se preparan los niños del colegio desde muy temprano en el curso, y el profesor por supuesto, que les hace seguimiento de las oraciones que tienen que aprenderse para la Misa, para la vida cristiana y la vida de piedad.
Entonces el profesor me invitó a presenciar uno de esos controles que él tiene de las oraciones que se tienen que aprender. Todo esto antes de mayo.
Pues fui al salón a la hora que habíamos acordado y el profesor le pidió a los niños que fueran recitando todos juntos las oraciones y las respuestas de la misa.
Hay que acotar aquí, que la verdad es que van francamente bien. Aunque para algunos no estaría mal, y encomendamos un poco más para que dejen de decir ‘Amén’ al finalizar el Padrenuestro en la Misa…
Bueno, el hecho es que todos los niños están recitando las oraciones, que ya se saben bastante bien, pero algunos están como más pendientes que otros. De hecho, había uno que me llamó la atención porque estaba dibujando mientras estaba recitando las oraciones, como quien hace dos cosas al mismo tiempo.
INSPIRACIÓN DE NIÑO
Y cuando ya estaban terminando las oraciones, ese niño que estaba dibujando se me acerca y me entrega su dibujo. Y me dice: —Padre, para usted. —¡Caray, muchas gracias!
Y me sorprende porque el dibujo era una hostia, pero no una de esas hostias pequeñas que utilizamos para darle a la gente para comulgar, porque este niño todavía no la ha visto, no ha comulgado todavía, sino que era la hostia grande, la que se consagra, con la que comulga el sacerdote.
Y llamaba la atención, porque era la hostia con la cruz en el medio. Es decir, que el niño había tenido una vista impresionante para fijarse en ese detalle. Y es lógico, no porque los niños se fijan en todo.
Pues nada, le di las gracias, pero inmediatamente me quitó el dibujo de las manos, y me dice: —No, padre, todavía no está listo. Me faltó colorearlo.
El niño regresó a su puesto. Otro niño que también estaba dibujando, por cierto, me regaló una caricatura de mí y resulta que la guardo para reírme de mí cuando me pega la vanidad o la soberbia.
Llega luego al final, el primer niño y me entrega otra vez el dibujo. Me dice: —Aquí está padre, ya lo coloreé.
Y caray, se me cayó la mandíbula, porque el niño efectivamente había coloreado aquella hostia, pero la había coloreado de color beige. Aquí en Venezuela le llamamos color carne.
SUS MUESTRAS DE AMOR
Resulta que el Espíritu Santo tiene fama de soplar donde quiere, y de hablar de muchísimos modos, pero yo nunca imaginé que se le ocurriría algo así, porque bueno, ahora es obvio que si estamos pintando la hostia que el sacerdote consagra en cada misa, ¿de qué color la vas a colorear? Pues de color carne, obvio para un niño. ¿Acaso no es el cuerpo de Cristo?
Pues tantas veces los niños nos sorprenden con lecciones de sencillez, lecciones de piedad, lecciones de fe.
Y en este dibujo, a ver si consigo guardarlo en un lugar especial, porque es un recordatorio clarísimo de la cercanía de Dios en Eucaristía, pues el Espíritu Santo habla.
Fuera el acostumbramiento, fuera del habituarse a lo maravilloso de cada Eucaristía. Porque el acostumbramiento es el verdugo del amor.
Dios ha querido estar tan cerca de nosotros que nos da su propia carne en cada comunión, como si no fueran suficientes todas las muestras de su amor.
Y eso es lo que estamos celebrando en la solemnidad del día de hoy, aquí en Semana Santa, el Jueves Santo: que Dios nos manifiesta su amor y nos llama a cada uno diciendo:
«Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes».
Es la locura de amor en su grado máximo. Es la continuación del sacrificio en la Cruz que se hace presente cada vez que participamos de la Eucaristía. Cada vez que acudimos a recibir el cuerpo de Cristo, está Dios muy cerca de nosotros.
EL CUERPO DE CRISTO
En la Última Cena que conmemoramos el día de hoy, se respira un ambiente de confianza y de paz. Los discípulos están presenciando la escena, pero todavía no son conscientes del alcance de aquellas palabras y de aquellos gestos.
Si tan sólo supieran lo unida que está ésta Última Cena con la Cruz. Por supuesto, cuando venga el Espíritu Santo, el paráclito les caerá el níquel de tantas cosas que han visto y escuchado, y todo encajará asombrosamente.
Pues nosotros podemos aprovechar ahora para pedirle al Señor que también en estos días de Semana Santa en que queremos acompañar al Señor, pues que nos caiga el níquel de la unión estrechisima que hay entre la Eucaristía y la Cruz.
Estamos presenciando el Cuerpo de Cristo y la Sangre de Cristo. Hoy consideramos que la Cruz no fue un accidente, no fue un error de cálculo, no fue que el Señor no consiguió escaparse de la mano de los judíos.
Y para que quede claro que esto es así, Cristo mismo, en la intimidad del Cenáculo, adelanta su donación en la Cruz.
Dice el Papa Benedicto XVI:
“Él, por lo tanto, ofrece por anticipado en la Última Cena la vida que se le quitará y de este modo transforma su muerte violenta en un acto libre de donación de sí mismo por los demás y a los demás. Y así, la violencia sufrida se transforma en un sacrificio activo, libre y redentor”.
Caray, así de mucho nos amas Tú, Señor. Pues que nos caiga el níquel del amor de Dios que se manifiesta en cada Eucaristía. La donación total de Cristo.
Porque podemos estar como los discípulos en ese Cenáculo, en la Última Cena. Podemos ver gestos, podemos estar oyendo palabras. Algunas cosas nos suenan familiares, otras nos parecen desconcertantes. No las entendemos del todo…
Pero podemos estar perfectamente perdiendo el sentido profundo de todo aquello que nos caiga el níquel, Señor.
AMARNOS LOS UNOS A LOS OTROS
Y no es casualidad que, en medio de esta muestra de amor que es la Eucaristía, y para que nadie dude de dónde hemos de sacar las fuerzas para esta nueva tarea, Jesús les confía un encargo muy exigente. Le confía a los discípulos, y nos confía a cada uno de nosotros.
«Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros como los he amado yo».
Esta es la medida del amor, el modelo, la referencia, es el amor de Dios por cada uno de nosotros. ¿Qué tan seguido lo revisamos, cómo vamos en este cumplimiento, en el cumplimiento de este mandamiento nuevo?
Porque el listón la verdad es que es muy alto. Dice el Señor:
«Como los he amado yo».
No hay otra referencia. No te pongas tú otro límite. El límite es la comparación con el mismo Jesús.
Y Jesús nos ama hasta el extremo de la Cruz. Se entrega por todos, también por aquellos que libremente rechazarán su redención.
Y claramente, esto de amar a todos hasta el extremo no es nada fácil.
Inmediatamente cuando pensamos en esto, pues nos vienen a la mente los defectos de los demás… Las injusticias que nos han cometido… Lo que nos hace perder la paciencia ante las manías y los hábitos de los demás…
Ahora incluso, se habla de una supuesta incompatibilidad zodiacal para entender que hay personas que no nos caen bien.
Pues vaya tarea que nos dejaste, Jesús… Una tarea muy bonita en el papel, pero imposible en la realidad.
Pues la verdad, es de reconocer que es difícil. Este es el primer paso. Admitir que cumplir este mandamiento es prácticamente imposible con todas las personas todo el tiempo.
TE BASTA MI GRACIA
Pero tampoco es una casualidad que Jesús nos haya dejado esa tarea en el mismo momento de la institución de la Eucaristía. Porque cumplir este mandamiento, es verdad, sería imposible sin la ayuda de la gracia de Dios.
Sería cruel enviarnos a la guerra desarmados, pedirnos algo sin darnos los medios suficientes… Pero Dios no es así. Nos pone un mandamiento nuevo.
Y a su vez escuchamos también las palabras que también escuchó san Pablo Palabras del Cielo:
«Te basta mi gracia».
Sería muy cruel de parte de Dios enviarnos a vivir este mandamiento, sentado Él desde una oficina…
Pero Dios no es así. Él va con nosotros tan cerca que podemos tocar su cuerpo en cada Comunión. Y esto es tan poco evidente que a veces hace falta que el Espíritu Santo nos recuerde, por ejemplo, usando el dibujo de un niño.
Hay tanto amor de Dios que debemos agradecer en este Jueves Santo, que le pedimos también al Señor que este agradecimiento que tenemos por todo el amor recibido, se transforme en generosidad, en actos concretos de correspondencia, de amor a Él y de amor a todas las almas.
Se acercan las horas críticas para el cristiano…
Vamos a acompañar a Jesús en su dolorosa Pasión, en la soledad de la Cruz, para también poder alegrarnos con Él en su gloriosa Resurrección.