SE LLAMA MAMÁ
Me contaba un amigo sacerdote que cuando era niño y tenía sólo cuatro años, se perdió en el supermercado. Entonces fue un problema, porque los dependientes de aquel lugar, lo entrevistaban para saber a dónde llevarlo, y le decían: —¿Cómo se llama tu mamá? Y él no sabía, solamente decía: —Pues mi mamá se llama mamá.
Y es que para la gran mayoría de las personas, nuestra madre, es siempre un punto de referencia cuando somos niños. Pero esto no ocurre únicamente cuando somos chiquitos. También, con el pasar de los años, en los momentos difíciles, sabemos que nuestras madres siempre estarán ahí para nosotros.
A ellas siempre podemos acudir, no se van a desentender de nosotros, porque nos quieren y van a hacer todo lo que esté en sus manos para ayudarnos.
Bien, pues pienso que la importancia que tienen en nuestra vida nuestras madres, no fue una excepción en Ti, Jesús. Para Ti también, María fue fundamental
Podemos pensar en Belén, podemos pensar en Nazaret, pero también podemos pensar, y muy especialmente, en el Calvario, ahí en la Cruz.
La Virgen, como buena madre, supo estar siempre en los momentos difíciles de la vida de Jesús; cuando más la necesitaba, ella siempre estuvo presente.
A lo mejor no aparece en los Evangelios, en los momentos por decir, de ‘triunfo humano’, y cuando quieren ensalzar al Señor y que además no se dejaba; pues menos María, porque ella sabía pasar ‘oculta por su humildad’.
En cambio, siempre estuvo en los momentos en los que Jesús tuvo más necesidad. Sería un gran consuelo para el Señor, tener a su madre junto a él en aquellas horas difíciles de la Pasión.
LA VIRGEN SIEMPRE A SU LADO
Alguna vez he oído comentar que, cuando el Señor se retiró en oración en el huerto de Getsemaní y empezó a sudar sangre y sintió angustia, Dios Padre le mandó un Ángel para consolarlo, y no sabemos lo que le dijo el Ángel…
Pero hay varios autores que sostienen, que el Ángel que fue a consolar al Señor pudo haberle hablado de la Virgen, y que le diría que, en esos momentos difíciles, durante la Pasión, ella iba a estar a su lado.
Bueno, creo que para el Señor, fue el mejor consuelo posible poder contar con su mamá ahí junto a la Cruz.
Fue tan importante la Virgen para Jesús, que queriéndonos tanto como nos quiere, nos quiso dejar también ese tesoro maravilloso; y nos dejó por madre a Su Madre, para que cuide de nosotros como cuidó de Él.
Te acuerdas de esas palabras:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo. Le dijo a Juan desde lo alto del madero. Y desde aquel momento, Juan se la llevó a su casa»
(Jn 19, 26-27).
Se está terminando el mes de agosto y estamos regresando del verano, empezando un nuevo curso. Nos puede servir revisar, no sólo cómo va nuestro trato con la Virgen, sino más a fondo, ¿cómo es nuestra confianza de hijos, cuando acudimos a la Virgen?, y ¿qué tanta confianza tienes, de que la Virgen te cuida siempre?
LOCUCIÓN DIVINA
Y te estoy hablando de la devoción a la Virgen, porque precisamente un día como hoy, 23 de agosto de 1971, san Josemaría recibió una señal del Cielo en este mismo sentido.
Y no es que san Josemaría fuera amigo de sucesos extraordinarios, ni de cosas raras. Él más bien decía que para creer, le bastaban los milagros que están en los evangelios.
De manera que, no es que él le estuviera pidiendo a Dios ver cosas extraordinarias, escuchar cosas extraordinarias, pero alguna vez y sin pedirlas, sí que recibió algunas de ellas, como lo sucedido en esta fecha.
Te lo cuento: “Pasaba unos días en Caglio, en un pueblecito cercano a Como en el norte de Italia. Esa mañana, después de celebrar misa y dar gracias, estaba leyendo el periódico cuando sintió que con gran nitidez y fuerza irresistible, se imprimía en su alma una locución divina, que era la siguiente: Vayamos confiadamente al trono de la gloria para obtener misericordia”.
San Josemaría, que tenía por costumbre recurrir en todo y para todo a la intercesión de Nuestra Señora, entendió que esta oración se refería a la Virgen como Trono de Gloria, y le confirmó en la necesidad de dirigirse siempre a ella.
Sabemos por experiencia que el camino hacia el Cielo, pues tiene dificultades, obstáculos, que lo que nos pides Tú, Jesús, es procurar ser fieles en lo pequeño y hasta el último momento.
Perseverar un día y otro día, también cuando las circunstancias puedan ser o parecernos difíciles, cuando nos cuesta poner cariño en el cumplimiento de nuestras obligaciones.
¿NO ESTOY AQUÍ QUE SOY TU MADRE?
Y para esto, contamos siempre con la protección y ayuda de la Santísima Virgen María, es una seguridad que además, María se ha encargado de mil maneras de decírnoslo.
Basta recordar lo que le dijo a san Juan Diego en el cerro del Tepeyac: “—Oye y ten por entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón. ¿No estoy aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? No te apene ni te inquiete cosa alguna”.
Por eso, ante la vista de nuestras propias miserias, ¿qué hacer? Bueno, san Josemaría también recomendaba un camino seguro: acudir a María. Él mismo escribió en el punto 513 del libro Camino:
“Antes sólo no podías, ahora has acudido a la señora y con ella, ¡qué fácil!»
Pues vamos a decirle ahora en nuestra oración, aquella oración que reza la Iglesia:
“Míranos con compasión, no nos dejes, Madre nuestra”.
Sin ti sería muy difícil, yo me conozco, por eso repite sólo con mucha confianza ¡No me dejes, Madre mía. ¡No me dejes, Madre mía!
Ya verás como ella será la que nos conceda todas las gracias que necesitamos para perseverar en la lucha.
Y que la Santísima Virgen nos dé esa seguridad en la lucha por ser fieles, para no desanimarnos jamás, para superar los obstáculos que se nos puedan presentar en nuestra vida.
Qué seguridad la nuestra, cuando en esa lucha que quizá algunas veces podamos sentir que supera nuestras fuerzas, nos acogemos a la protección de la Santísima Virgen.
MARÍA ESTÁ PENDIENTE DE NOSOTROS
“Sí ella te sostiene, no te hundes, no te hundirás jamás. Si ella te conduce, no te cansas, no te cansarás jamás. Si ella te ayuda y llegas, puedes estar seguro de que llegarás”.
Lo decía y rezaba san Bernardo.
Bien, pues que nos metamos bien esto en la cabeza: que María está siempre pendiente de nosotros, que como buena madre nos precede y nos advierte cuando existe un peligro, y nos da un jalón en el alma, cuando nos conviene para que caminemos al paso de Dios.
Que María nos enseña en el santuario del alma, con un sí o con un no decisivos, que allí es donde se traban las más importantes batallas, las que cuentan para la Vida Eterna.
Por eso, aunque la lucha le cueste, porque con alguna frecuencia la lucha puede costar, acudimos a la Virgen, a nuestra Madre. Y ante cualquier apuro, cuando se presente cualquier dificultad grande o pequeña, llamarla fuerte. ¡Mamá, Madre mía! Y habrá siempre paz en nuestra alma.
Pues que buen día para renovar el propósito firme de tratar más y mejor a Nuestra Madre, Santa María. Vamos a revisar cómo van mis encuentros personales con la Virgen, cómo van esas normas marianas de todos los días, el Santo Rosario, por ejemplo.
En definitiva, ahora que comienza un año de tipo escolar, vamos a renovar ese propósito de tratarla y de quererla como madre. No hay peligro de quererla demasiado, más bien el peligro sería quedarnos cortos.
Y vamos a terminar nuestra oración con esta petición: María, Madre de Dios y Madre nuestra, que nos consiga de su Hijo Jesús, un aumento de fe y esperanza, que lleve consigo una intensificación de nuestro amor a Dios y a los demás.