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¿CÓMO SUBIREMOS AL CIELO?

SUBIREMOS AL CIELO

SUBIREMOS AL CIELO

Celebramos hoy la Ascensión del Señor a los Cielos, que es el último de los misterios de la vida de nuestro Señor, después de vivir entre los hombres, y una vez cumplido hasta el final la misión para el que se encarnó en María, se elevó al Cielo en presencia de sus discípulos.

Pienso que, como le sucedió a los discípulos, también tú y yo, viendo a Jesús subiendo a los Cielos, nos hemos quedado como huérfanos.

Y dice San Josemaría, en un libro que se llama Santo Rosario, una consideración que es como si estamos tristes, porque no es fácil acostumbrarse a la ausencia física de Jesús, y nos gustaría escuchar su palabra humana. Nos gustaría ver su forma de actuar, de mirar, de sonreír, de hacer el bien.

Quizás, en alguna ocasión hemos tenido envidia de los discípulos, porque quisiéramos como ellos, mirarle de cerca. Como cuando se sienta al lado del pozo, cansado por el duro camino, o cuando llora por Lázaro, o al rezar largamente, cuando se compadece de la muchedumbre, o al estar ahí haciendo las cosas normales, cuando comía entre ellos o cuando contaba un chiste.

Sin embargo, junto a esa tristeza de no haber podido vivir esos esos momentos y la tristeza de que ahora no está físicamente como humano, sino que está en esa forma misteriosa de la Sagrada Eucaristía; sabemos también estar alegres, porque Él mismo nos ha dicho:

«Sabed que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos»

(Mt 28, 16-20). 

Y de hecho, el Señor se va, pero para cumplir su Palabra, se queda en la Hostia santa a la que tú y yo queremos unirnos cada vez más para cumplir ese mandato que aparece en el Evangelio de san Marcos, que nos propone la Iglesia el día de hoy.

ANUNCIAR LA BUENA NOTICIA

«Dice Jesús: —Vayan por todo el mundo y anuncien la buena noticia a toda la creación. Y el que crea y se bautice se salvará. Y el que no crea, se condenará»

(Mc 16, 15-17).

Y esto es lo que nos manda el Señor, que vayamos por todo el mundo y anunciemos la buena noticia. Señor, queremos ser testigos tuyos. ¡Queremos anunciar la buena noticia, queremos hacer este mandato!

Cuando una persona está a punto de morir, deja un testamento, pero cuando Jesús está a punto de irse al Cielo, deja también un testamento, que es éste: “que vayamos al mundo entero y que prediquemos el Evangelio”.

Queremos nosotros Señor, unirnos de todo corazón a este mandamiento Tuyo. Queremos estar con esa vibración que nos lleva a que otros también te descubran, que tengan esta gracia tan grande que nosotros vamos teniendo y que vamos descubriendo poco a poco, porque la vida divina se va haciendo sobre nosotros también.

Y a veces tenemos caídas y a veces tenemos cosas que no funcionan, pero a la vez nos damos cuenta que el Señor quiere que sigamos caminando, porque está con nosotros hasta el final de los tiempos.

Hoy nos acordamos de cómo el Señor sube a los Cielos, pero sube a los Cielos y a la vez se queda con nosotros. Después vendrá la fiesta de Pentecostés, el siguiente domingo en el que nos quedamos con el Espíritu Santo que trabaja en nuestra alma.

Ya tendremos muchas cosas que meditar a lo largo de esta semana. Hoy, de hecho, esta fiesta cae dentro de este decenario al Espíritu Santo, que es una costumbre por la cual los cristianos nos vamos preparando a Pentecostés diez días antes, y también se puede hacer diez días después, para hacer que nuestra vida tenga como esa dirección más a hacer lo que Dios quiera en nosotros mismos.

LA MISIÓN QUE NOS HA DEJADO

El Señor vino a quedarse con nosotros, nos ha encargado que vayamos por todo el mundo sin miedo, sin respetos humanos, con fe y optimismo.

«Vayan al mundo entero y prediquen el Evangelio».

Y este es el motivo que nos hace, como nos dicen todos los santos, “sentir esa urgencia de hacernos con fuerza a la gracia de la salvación que nos ha conseguido”, que se encuentra sobre todo en los sacramentos y de modo especial en la Eucaristía, para llevar adelante ésta misión que nos ha dejado.

Porque somos conscientes de la evidente desproporción entre lo que hemos recibido y el encargo que nos están haciendo. Si comparamos con nuestras fuerzas, pues efectivamente es poquísimo y necesitamos realmente de su fuerza.

Y junto a este motivo de alegría, que se ha quedado el Señor con nosotros, también nos llena de alegría al considerar que el Señor nos ha dejado, aunque ya he dicho que se queda también Eucaristía, pero nos ha dejado porque se ha ido a prepararnos un espacio a nosotros, a prepararnos nuestro propio Cielo.

Nosotros no tenemos aquí una vida permanente, sino que vamos a nuestra ciudad definitiva, que es el Cielo.

Estaba conversando con una señora el otro día que me contaba, lo duro que le resultaba una condición de su hijo, que tiene un autismo súper fuerte. Yo le decía que cuando resucite su hijo, ya no tendrá eso.

Y luego, me puse a pensar en mi abuelita, por ejemplo, que ahora está muy mal, a veces pierde un poco la conciencia y otras veces está muy adolorida… pero cuando ella resucite, ya no tendrá ni esos achaques ni esos dolores. Mi misma madre y mis primos, todos los que tenemos deficiencias, ya no aparecerán en la vida eterna.

RESUCITAR

Es bonito pensar, que Jesucristo al ascender a los Cielos, nos enseña que nosotros también tendremos esa capacidad. O sea, que nuestro cuerpo también resucitará. Y cuando resucite, todas las cosas que son limitantes de esta vida, desaparecerán.

Las enfermedades, los achaques, los traumas, los trastornos que se producen por distintas causas, porque la materia -en la materia sí que puede tener cabida-, pero lo espiritual no tiene esas imperfecciones que son propias de la materia.

Con lo cual, cuando resucitamos esas imperfecciones, que pueden venir desde imperfecciones físicas, o tener una tendencia concreta, como la leucemia o una tendencia al tema del dulce o al o al tema de la hipertensión, o que siempre hemos tenido un dolor de lumbago o una vértebra con la que naciste mal, cualquiera de estas cosas, todo va a desaparecer.

Y por supuesto, esas tendencias a las depresiones y las ansiedades o los alzeimer, todo eso va a desaparecer. Y el cuerpo va a resucitar.
Yo no sé si te has dado cuenta, pero hay una cosa que sucede cuando Cristo resucita, que se presenta a sus discípulos, y hay algunos discípulos que no le reconocen. Lo ven los demás, pero no lo reconocen. Y hay otras veces en las que Jesucristo de repente resucitado, entra en una habitación y está la habitación completamente cerrada, y él puede entrar.

Porque claro, la situación del cuerpo glorioso es distinta a la del cuerpo material.

El cuerpo material, cuando uno está con vida, por así decir, o sea, cuando nosotros estamos en nuestro diario vivir, nuestro cuerpo material tiene muchísimas limitaciones y también tiene cosas que son propias del pecado original, o sea que nos podemos enfermar, que vamos a morir…

EL CUERPO GLORIOSO

Pero hay cosas que internamente nos pueden molestar más, y todas estas manifestaciones de la materialidad, que son limitaciones, ahora cuando resucitemos, no las vamos a tener, sino que todas esas cosas desaparecerán y nuestra materia será una materia especial, una materia resucitada, una materia gloriosa. Por eso se llama el Cuerpo Glorioso.

La Ascensión del Señor a los Cielos nos enseña que tenemos que tener esa visión hacia adelante. No sabemos todavía lo que seremos. Somos hijos de Dios, pero no sabemos lo que seremos en el futuro.

Dice san Pablo, que si ahora tenemos esta misericordia del Señor de conocerle y de poder difundir su doctrina y de tener esta fuerza en el futuro, o sea, cuando resucitemos, vamos a tener todavía una conexión mucho más cercana con Jesús, con Dios Padre. Y por supuesto, todo esto a través del Espíritu Santo.

¡Qué alegría!, porque todas las cosas malas que suceden aquí, van a terminar y después tendremos este encuentro con el Señor y las cosas malas que nos han sucedido en esta vida enfermedades, no sé de trastornos nuestros o de las personas que queremos van a un día terminar porque el Señor, en el momento de ascender a los Cielos, nos enseña que nosotros también ascenderemos a los Cielos, resucitaremos y tendremos un cuerpo glorioso.

Démosle gracias a Dios porque nos ha abierto la inteligencia para entender estas verdades, y pidamos del Espíritu Santo que sepamos comportarnos siempre como hijos de Dios.

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