“Por aquellos días ensangrentó las calles de Jerusalén una sublevación en la que Barrabás perpetró el homicidio que fue causa de su arresto. La represión por parte de los soldados se hizo de una manera ciega y brutal; muchos galileos fueron asesinados, y su sangre mezclada con la de los sacrificios, y tal vez fue éste el origen de la enemistad entre Pilato y Herodes; porque Herodes era el rey de Galilea y Pilato el procurador de Jerusalén. Los galileos, siempre fanáticos y turbulentos, llenaban la ciudad de Jerusalén en todas las fiestas. Si había una revuelta, allí estaban ellos. No podían faltar en ningún incidente, en ningún suceso ruidoso. Es más, en cierta ocasión se derrumbó una de las torres que formaban el sistema defensivo de la ciudad, la torre llamada de Siloé, y dieciocho galileos que se habían refugiado junto a ella fueron sepultados en sus ruinas”
(cfr. Vida de Cristo, Fray Justo Pérez de Urbel).
La noticia había corrido como pólvora. Todos hablaban de eso: “¿Supiste lo de los de la Torre de Siloé?” “Sí, -respondía el otro- vaya usted a saber qué tipo de personas eran para que les haya pasado algo así. Seguro que no solo eran revoltosos, sino pecadores…”. Porque (todo hay que decirlo) los judíos pensaban que cualquier desgracia se debía a un pecado personal; casi como que fuera karma…
Por eso comentarían: “Sí, seguro que fue un castigo de Yahveh. Esas cosas no nos pasan a ti y a mí, porque somos observantes de la ley. Pero, por cierto, ¿supiste también lo de aquellos otros a los que atraparon por la revuelta; un tal Barrabás…?”
“Sí, ¡menudo personaje!”
En estas estaban cuando apareces Tú, Jesús, y entonces te cuentan lo de los galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios.
DEBEMOS PENSAR EN LOS DEMÁS
Y vienes Tú y les respondes:
“—¿Piensan que estos galileos eran más pecadores que todos los galileos, porque padecieron tales cosas? No, se los aseguro; pero si no se convierten, todos perecerán igualmente. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿piensan que eran más culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén? No, se los aseguro; pero si no se convierten, todos perecerán igualmente.”
(Lc 13, 2,3).
Al escuchar tus palabras se quedan tiesos, descolocados. “¿Cómo así?” piensan. “¡Si yo no soy como esos hombres!”.
Ese es parte del problema: la idea que tienen de sí mismos. Están tan llenos de sí mismos (estamos tan llenos de nosotros mismos) que ya no hay espacio para los demás.
Tu mensaje Señor, el cristianismo, es algo muy distinto. Es otro planteamiento, otra forma de vida, otra manera de ver y de pensar en los demás.
“Rivalicen en la mutua estima”
(Rm 12,10),
dice San Pablo.
Uno escucha esto y se da cuenta, inmediatamente, que estamos en otro mundo. Ya no solo se trata de no pensar mal de los demás, sino de querer ser el que mejor les trata, el que más les quiere, el que salva todas las intenciones.
Ahora, “para apreciar al hermano, no tenemos que apreciarnos demasiado a nosotros mismos, no hay que estar demasiado seguros de sí. El apóstol dice que «no nos estimemos más de lo debido» (Rm 12,3).
El que tiene una idea demasiado elevada de sí mismo es como un hombre que tiene ante sus ojos una fuente de luz intensa durante la noche: no consigue ver nada más. No puede ver las luces de los hermanos, sus talentos y sus valores” (La vida en Cristo, Raniero Cantalamessa).
Tú y yo, ¿cómo andamos de luz y de luces?
NO CAER EN COMPARACIONES Y VALORACIONES
Ojo, que nos podemos andar colgando medallas que ni siquiera son válidas. Por ejemplo, que miremos de menos a los que no comparten nuestra misma fe.
“Pertenecer a la Iglesia es un don de Dios, y no una medalla que te puedas colgar. Formas parte de una estirpe divina, con dos mil años de antigüedad, y en esa familia hay multitud de santos, de frutos de amor de los que puedes sentirte orgulloso.
Pero eso no significa que seas mejor que los demás, ni te da derecho a ir por la vida mirando por encima del hombro o creyendo que el Bautismo te ha otorgado una categoría moral superior: es más, hay multitud de personas buenas, mejores que tú y que yo, que no pertenecen a la Iglesia. Dios traza para cada hombre un camino, no se ata las manos, y Él sabe cómo y cuándo conduce a las almas a la salvación.
Incluso dentro de la propia Iglesia hay multitud de carismas. Y ni tú ni yo somos nadie para hacer compartimentos al Espíritu Santo y andarnos con clasificaciones. (…) Alégrate siempre que conozcas nuevos soplos del Espíritu. No me seas torpe y andes comparando: mi estilo es mejor que el de estos, aquellos hacen el ridículo rezando así, es que estos me parecen algo raros…
Si tenemos una visión estrecha de la Iglesia, si nos dedicamos a dividir en vez de valorar la diversidad, algo falla en nuestro corazón: no estamos imitando a Cristo. Y peor aún, le estamos facilitando la tarea al enemigo”
(Chequeo Espiritual, Jesús Higueras).
Es un poco lamentable que caigamos con tanta facilidad en comparaciones y valoraciones… No somo tan distintos a estos judíos del evangelio. En fin, somos humanos de carne y hueso como ellos; expuestos a las mismas tentaciones.
RECHAZAR TENTACIONES
No por nada santa Teresa de Jesús hacía una advertencia enérgica a las religiosas que habitaban en su convento:
“En las tentaciones de pensamiento hemos de tener cuidado de aquellas comparaciones sobre quién es mayor. Hermanas, Dios nos libre por su Pasión de decir o pensar que “soy la más antigua dentro del convento”, “que tengo más años”, “que he trabajado más”, o que “a otras que llevan menos tiempo las tratan mejor”. A tales tentaciones hemos de rechazar con presteza” (Santa Teresa de Jesús, Camino de perfección).
Así nos pasa un poco a todos. Por eso hay que estar prevenidos. No somos perfectos. Y tenemos la suerte de que Tú, Jesús, no nos mires de menos, que no nos criticas, sino que nos estimas, nos quieres. Siempre nos das una nueva oportunidad.
Por eso les decías esta parábola:
“—Un hombre tenía una higuera plantada en su viña y fue a buscar en ella fruto y no lo encontró. Entonces le dijo al viñador: «Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde?» Pero él le respondió: «Señor, déjala también este año hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya la cortarás».”
(Lc 13, 6-9).
Así piensas: “este año”. Así te dice también tu Madre, que es Madre nuestra: “este año. Este año vamos a ayudarle, cavar a su alrededor, vamos a darle un empujoncito, a echarle abono y ya verás”.
Gracias Jesús. Gracias Madre mía.
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