LA FÁBULA DE LA CARPINTERÍA
Hoy vamos a comenzar nuestro rato de oración sirviéndonos de una fábula. La escuché hace poco y me gustó. Está por allí en internet; la busqué y te la comparto. Le llaman “la fábula de la carpintería”.
Cuentan que en una carpintería hubo una extraña asamblea, fue una reunión donde las herramientas discutieron sus diferencias. El martillo exigía la presidencia, pero el resto le exigía su renuncia; la causa, hacía demasiado ruido y además se pasaba todo el tiempo golpeando.
El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el destornillador, alegando que daba muchas vueltas para conseguir algo. El destornillador acepta los argumentos, pero a su vez, pide la expulsión de la lija; dijo que era muy áspera en el trato con los demás.
La lija acató, con la condición de que se expulsase al metro, el cual siempre medía al otro según su medida, como si fuese el único perfecto. En ese momento entró, junto a todos, el juicioso trabajador, y usó el martillo, la lija, el metro y el destornillador; la rústica madera se convirtió en hermosos muebles.
Cuando el carpintero se fue, las herramientas retomaron la discusión, pero el serrucho se adelanto a decir: —Señores, quedó demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades, asaltando nuestros puntos valiosos, por eso, en lugar de fijarnos en nuestras flaquezas, debemos de concentrarnos en nuestros puntos fuertes.
Entonces la asamblea entendió que el martillo era fuerte, el destornillador unía y daba fuerza, la lija era especial para limar las asperezas y el metro era preciso y exacto. Se sintieron como un equipo capaz de producir cosas de calidad y una gran alegría los embargó al darse cuenta de la suerte que tenían al poder trabajar.
SOMOS DISTINTOS
Creo que la lección es clara. Todos somos distintos, cada uno con sus cadaunadas. Pero es esta variedad la que da una riqueza especial a la vida. Tan variados, cada uno aporta lo suyo. Y esto es bueno. Si no, el mundo sería plano, sin relieve, insípido.
Hoy me quería fijar en una de las herramientas de la carpintería: el metro. Como dice la fábula: siempre medía al otro según su medida, como si fuese el único perfecto.
“Hoy, Jesús, nos interesa especialmente esta herramienta”. Porque es un perfil de persona, de carácter o de “estilo” en las personas, del que conviene tener cuidado, especialmente cuando se trata de las cosas del espíritu, del alma…
Nuestra manera, tú manera o la mía, de ver las cosas, de hacerlas, no es la única que es válida, ni es, necesariamente, la más adecuada. ¡No somos el “metro” que sirve de medida a todo mundo!
Esto, claro, y es muy delicado. Porque sin querer, podemos llegar a poner cargas inútiles sobre la espalda de los demás. Tienen que rezar lo que yo rezo, o tienen que conmoverse con lo que yo me conmuevo, tienen que estar de acuerdo con el carisma que yo sigo, tienen que, tienen que, ¡qué cosa tan molesta!
DEBEMOS SER COMPRENSIVOS
Así llegamos a la escena del Evangelio de hoy:
“Juan le dijo: —Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no viene con nosotros.
Jesús contestó: —No se lo prohíban, pues no hay nadie que haga un milagro en mi nombre y pueda a continuación hablar mal de mí: el que no está contra nosotros, con nosotros está”
(Mc 9, 38-40).
Ya se ve que Juan se cree el “metro” de los demás. Si no lo hacen como él (o como ellos, siendo él de ese grupo privilegiado), si no lo hacen así: se equivocan.
Seamos, tú y yo, comprensivos con Juan. Ni modo, es de carne y hueso. Es apóstol, pero es como tú y yo, tiene que aprender. Ya después, siendo mayor, será todo corazón, toda caridad, todo delicadeza y comprensión. Va a escribir:
«Hijitos, que nadie los engañe…»
(1Jn 3,7),
con esas expresiones tan delicadas, y va a recordar el mandamiento del amor, del amor de unos con otros.
Pero, para mientras, sigue siendo el boanerges, el hijo del trueno. “Tú, Jesús, le vas formando, le vas ayudando a moldear su carácter, su forma de ser, sus juicios sobre los demás”.
Juan se tiene que dar cuenta y nosotros también: ¡Cuánta gente buena hay en el mundo, y cuánta gente intentando hacer el bien!
No hace falta que lo hagan como nosotros decimos. Cuantas lecciones nos han dado, y nos dan, personas que piensan distinto de nosotros o, incluso, que creen distinto de nosotros. Y es que:
«El que no está contra nosotros, con nosotros está»
(Mc 9, 40).
TENER ALMA CATÓLICA
No caigamos en la actitud de Juan. Eso no es tener alma católica. Esto vale para muchas cosas en la vida. Porque en gustos no hay nada escrito. Y cada uno tiene su estilo y hay muchísimas cosas que son opinables, etc.
Ahora, cuando se trata de cosas de fe, esto es todavía más delicado.
Alguno me comentaba en una ocasión: «Los católicos somos los únicos que estamos plenamente convencidos que no somos los únicos que nos vamos a salvar».
No sé si es exageración decir que somos los únicos que piensan así, pero sí que estamos convencidos de no ser los únicos en salvarse.
No vale juzgar a alguien porque no viene con nosotros. No vale para demeritar o ver con malos ojos, o poner bajo sospecha todo lo que dice o hace…
El Papa Francisco “ha hablado del ecumenismo de la sangre”. Decía él, en una ocasión:
“Cuando los terroristas o las potencias mundiales persiguen a las minorías cristianas o a los cristianos no preguntan: ‘¿eres luterano? ¿eres ortodoxo? ¿eres católico? ¿eres reformado? ¿eres pentecostal?’ El enemigo no se equivoca, sabe reconocer dónde está Jesús. “Ellos reconocen solo uno: el cristiano”.
(Zenit, 12-X-2016).
Nosotros sabemos lo que Juan tuvo que aprender poco a poco. Sabemos que la gracia actúa de forma misteriosa…
LA IGLESIA DE CRISTO
Entendámonos, el Catecismo de la Iglesia afirma que:
“La única Iglesia de Cristo, (…) Nuestro Salvador, después de su resurrección, la entregó a Pedro para que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás apóstoles que la extendieran y la gobernaran (…).
Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en […] la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él” (LG, 8)»
(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 816).
Esto lo dice el Catecismo, pero esto no quiere decir que tengamos el “monopolio” de Dios o de su gracia. Tampoco es que tengamos a Dios “encerrado” o “encadenado” en sus sacramentos. Son los medios en los que tenemos certeza de recibir la gracia y en los que tocamos a Dios (o nos dejamos tocar por Él). Pero no es que sean una restricción, una barrera o limitación para la gracia ni para el actuar de Dios.
LA IGLESIA UN GRAN TESORO
Ojo, que no estoy hablando aquí de relativismos. Claro que le agradecemos a Dios ser parte de su Iglesia y poder gozar de todos sus tesoros. La agradecemos estar en la verdad. Pero eso no nos cierra a ser acogedores con los demás y a saber reconocer la bondad de lo que ellos tienen.
El mismo Catecismo de la Iglesia sigue diciendo:
“Muchos elementos de santificación y de verdad” (LG, 8) existen fuera de los límites visibles de la Iglesia católica: “la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad y otros dones interiores del Espíritu Santo y los elementos visibles” (UR, 3; cf LG, 15).
El Espíritu de Cristo se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de salvación cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia católica. Todos estos bienes provienen de Cristo y conducen a Él (cf UR, 3) …”
(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 819).
“Bueno Jesús, gracias por enseñarnos tanto a través de tus apóstoles. Ayúdanos a saber ser comprensivos y acogedores. A saber reconocer lo bueno en todas las personas. A querer ayudarles siempre, sobre todo a estar cerca de Ti.
Ayúdanos a no hacer acepción de personas, a ver siempre lo bueno en los demás. A no querer usar como medida de discriminación nuestra medida, nuestro metro, nuestro estilo, ni siquiera nuestra fe».
Acudimos a tu Madre que es Madre de todos, Reina de todos los santos que, como ya dijimos, son muchos y muy variados los santos en el Cielo, porque no somos nosotros los únicos que se salvan…