Martes 15 de abril
P. Manuel
Jesus es clavado en la Cruz
Úndecima estación.
Estamos en Semana Santa unidos a Jesucristo, que padece lo indecible en la cruz por nuestros pecados, no hay dolor más grande que el dolor de Jesucristo. Los seres humanos nos quejamos cuando nos duele.
Hay muchos tipos de dolor; el físico, cuando nos duele el cuerpo por alguna enfermedad o alguna herida.
Y también el dolor moral; que puede ser por nuestros propios pecados, cuando nos duele por haberle fallado a Dios, o por haber fallado a un ser querido estamos dolidos es el dolor de arrepentimiento.
A este dolor también se le llama dolor de contrición, que es un dolor de amor por haber ofendido a Dios, que lleva consigo un propósito.
Un propósito de enmienda, ya no queremos volver a hacerlo y pedimos perdón y pedimos ayuda.
¡CUÁNTO SE SUFRE!
Hay otros dolores, como el que tenemos al ver sufrir a los demás; a un enfermo a un herido, alguien que ha sufrido un accidente…
Nos duele mucho si presenciamos un asesinato o cuando hay un terremoto o una guerra y vemos que se desploma un edificio y que sepulta personas que vivían allí.
Nos duele ver esos sufrimientos, ¡Cuánto se sufre! Y no quisiéramos que ocurran esas tragedias, no quisiéramos que haya guerras.
Rezamos para que venga la paz en todo el mundo, ninguno de esos dolores puede compararse con los que tuvo Jesucristo en la cruz y antes de la Cruz, que fueron ocasionados por nuestros pecados.
Cuando vemos esos verdugos que maltratan al Señor, pensamos si se darán cuenta de lo que están haciendo, aquellos por ejemplo que clavaron a Jesús en la cruz, ¿Qué pensarían aquellas personas?
¿Cómo estaría el corazón de ellos en el momento de clavar las manos y los pies de Jesús? ¿Quizás ellos fueron solo soldados que recibían órdenes, quizás no eran conscientes de lo que estaban haciendo?
¿Y qué pensaría Jesús de esos verdugos o de aquellos que mandaron matarlo, crucificarlo? Seguramente Jesús los perdonó, porque así es su corazón.
Un corazón misericordioso que nos perdona. ¿Cuánto nos ha perdonado el Señor?
Ahora, sí nosotros nos descuidamos, podríamos terminar como esos verdugos o peor, como los que mandaron a que crucifiquen a Jesús.
EL PUEBLO MANDA
Cuando ponemos el reflector en esas autoridades de aquella época, seguramente ellos acusarían al pueblo: ¿No fue el pueblo el que gritaba: Crucifícalo, Crucifícalo?
Hoy también, muchas autoridades piensan que “la mayoría dice…” “el pueblo dice…”
Y si el pueblo había gritado ¡crucifícale, crucifícale! Había que crucificarlo, porque el pueblo manda, se le da demasiada autoridad al pueblo. Sin embargo, ese pueblo había sido manipulado y engañado por las autoridades.
Hoy muchas veces, en algunos sitios, las mismas autoridades engañan al pueblo, el pueblo está a veces sometido en esa esclavitud de ser engañados, y al ser engañados se produce el mal.
El mal más grande que hay, es “la ignorancia”, por eso se dice: “Que del pecado de la ignorancia el demonio saca ganancia”. ¡Cuánta ganancia saca el diablo cuando hay ignorancia!
Hoy se hace esto, se manipula, se miente, se acusa al bueno como si fuera el malo, como si fuera el corrupto.
Hoy podemos hacer una lista larga de inocentes que han sido acusados injustamente y luego han sido condenados y hasta torturados.
Sin embargo, la mayor tortura del mundo, fue la que sufrió Jesucristo. Jesucristo acepta el sufrimiento y el dolor.
Cuando lo vemos en el huerto de Los Olivos, haciendo oración, sudando sangre, le dice el Señor: “Aparta de mi este Cáliz”, porque está sufriendo mucho, porque es tremendo el sufrimiento.
NO SE HAGA MI VOLUNTAD
Pero enseguida ratifica y dice: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. y luego vemos más adelante que Jesús no acepta el calmante que le ofrecieron los soldados, asume todo el dolor.
Detengámonos un momento en el dolor de Jesús, es el dolor del que más nos quiere, del que entregó su vida por nosotros, es un dolor de amor.
Cuando uno se entrega al dolor por amor a otro, es grandioso. El dolor de una madre por su hijo enfermo, el dolor de amor cuando alguien le dice a Dios: quítale el dolor a esa persona que sufre, que tanto quiero, y dámelo a mí. ¡Eso hizo Jesucristo!
El Señor supo soportarlo todo hasta la muerte, se dejó clavar sin resistencia y así consiguió nuestra libertad. Murió para que nosotros tengamos vida.
Piensa que el Señor sufre por tus pecados, cada vez que pecas, es como si estuvieras clavando al Señor en la cruz.
Todos nosotros somos culpables de la crucifixión del Señor, no fueron solo los judíos de aquellos tiempos.
Al Señor le duele que le demos la espalda, le duele que lo dejemos solo, que no le ayudemos, acompañándole en el dolor, que estemos despistados o medio dormidos, distraídos.
LA SUERTE YA ESTÁ ECHADA
Y entonces en medio de lo bueno viene lo malo, cuántas cosas malas vienen por los despistes, por los descuidos de los seres humanos.
Uno se descuida y se despista porque le falta amor, le falta ese amor para acompañar en el dolor. El dolor es la piedra de toque del amor.
Acompañar a Jesús debe ser la misión de nuestra vida, allí donde nos coloca Dios, en ese lugar donde estamos, en esa familia, en ese trabajo, en esa ciudad, en ese país, con esas personas, en estos tiempos que nos han tocado.
En estos tiempos mientras estamos vivos, porque dentro de poco ya no estaremos vivos, y si estamos muertos ya no merecemos, se podría decir que la suerte ya está echada.
Por eso ahora tenemos que aprovechar bien estos días de vida que nos quedan, que se van rapidísimo, para estar con Jesús, para acompañar a Jesús en esos momentos de dolor.
Para tener una actitud redentora junto con Jesucristo, para tener los mismos sentimientos de Jesucristo, y ¿cuáles eran esos sentimientos? ¡Querer que todos se salven!
Nosotros igual, junto a Cristo, junto al dolor, ahí en la cruz, queremos que todos se salven, porque Jesús muere en la cruz, para salvarnos a todos.
Si hoy estamos con Cristo y lo acompañamos, estaremos también acompañados de mucha gente.
EL CAMINO QUE NOS LLEVA AL CIELO
Hay muchas personas que están en el Cielo y que rezan por nosotros, que interceden por nosotros frente a Dios.
Otras personas que están en la tierra que nos acompañan y nosotros los acompañamos para llevarlos al Cielo.
Ahí tenemos que señalar: ¡por ese camino tenemos que ir, el camino que lleva al Cielo!
Y luego, pues nos moriremos nosotros, nos llevaremos al Cielo a quien podamos llevarnos, y se quedarán otros en la tierra.
Cuando nosotros estemos muertos, si nosotros hemos tratado bien a las personas, si hemos sembrado amor, esas personas rezarán por nosotros y nos podrán ayudar para entrar en el Cielo.
Tenemos pues esa alegría de saber, que hay una correspondencia al amor, cuando ha habido amor.
Qué maravilloso será dentro de unos años, si llegamos a la patria celestial, para encontrarnos con Dios, con la Virgen María, con tantos Santos, con algunos familiares y amistades que nos esperan allí, para que seamos felices con ellos toda la eternidad.
Vayamos con Jesús en esta Semana Santa llevando la cruz, para que Él nos lleve al Cielo.
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