Hoy domingo la liturgia es especial, desde luego, porque domingo tiene siempre esa preminencia, esa importancia, porque es el día del Señor. Sin olvidarnos que hoy, en principio, es también la memoria de San Juan María Vianney, conocido también como el cura de Ars. Así que también algo diremos sobre este gran santo francés.
Hoy podríamos utilizar, como en otras ocasiones, los textos de la misa, ¡qué bonito es esto! Aprovechemos más la palabra de Dios, porque es allí donde el Señor nos habla, donde Tú Señor has querido dejarnos Tus enseñanzas y junto, obviamente, al Antiguo Testamento que mira a Jesús.
En la Iglesia, el Antiguo Testamento no ha quedado abolido de ninguna manera; el Antiguo Testamento es una confirmación de Jesucristo; el Antiguo Testamento habla de Jesucristo casi a gritos y, hoy, las lecturas de la misa, todas están en esa consonancia, en esa idea de mirar aquellas cosas que están en lo alto y empieza así el libro llamado del Eclesiastés:
“Vanidad de vanidades, dice Qohélet: ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!”
(Qo 1, 2)
y así, este autor del Antiguo Testamento de la Eclesiastés, Qohélet, nos advierte ya de una idea de la vanidad.
SENTIDO SOBRENATURAL
“Hay personas que trabajan con sabiduría, ciencia y provecho y tiene que dejar su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave dolencia”.
(Qo 2, 21)
Aquí no está hablando de la vanidad, del que se mira en el espejo y dice: qué guapo soy; sino de cómo las cosas de este mundo pasan o cómo a veces uno se puede esforzar en hacer tantas cosas, que al final parecen que no tienen sentido. Como en este caso, hay una persona que puede trabajar y al final no percibe esos frutos, porque muere, porque alguien se los quita, se los roba y es como que ha estado trabajando en vano, por gusto.
Y aquí ya nos da como una advertencia esta primera lectura: todo es vanidad, todo lo que hay en este mundo es vanidad, porque pasa… y sí, así leído solamente, sacando esa lectura del resto del libro, del resto de la Sagrada Escritura, nos parece pesimista y no es así, porque el cristianismo, nuestra fe y la fe “Señor que tú nos has dado”, es optimista pero siempre nos dice la verdad.
Por eso, en la segunda lectura, que es la epístola de san Pablo a los Colosenses, nos dice:
“Hermanos, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”.
(Col 3, 1-2)
y aquí es donde cobra mayor sentido esas palabras del Eclesiastés.
EL BAUTISMO
Hemos resucitado con Cristo, tú y yo, que ahora estamos haciendo estos 10 minutos con Jesús, “que estamos hablando contigo Señor”, hemos sido bautizados y el bautismo tiene esa simbología, esa idea de meterse dentro del agua (ahora es mucho más, digamos, versión reducida, simplemente se vierte un poco de agua), pero antes, en algunos ritos de la Iglesia, es sumergirlo porque esas aguas, en la concepción oriental, en esa visión antigua, eran las aguas que traían la muerte, que eran peligrosas, el agua del mar (antes no se aventuraban a meterse en alta mar).
Entonces, uno muere sumergido y muere a esa vida vieja, a esa vida del pecado y de pronto sale de esa agua, resucita, muere con Cristo y resucitamos con Cristo. Por esos méritos que “Tú Señor nos has ganado, ¿en dónde? En la Cruz y que has resucitado”.
San Pablo nos dice que por eso
“debemos aspirar a los bienes de arriba, no a los de la tierra”
y esto no significa que seamos espiritualistas pensando únicamente en esa vida futura, en efecto y que ya queramos morir, ¡no! Porque este mundo es precioso y vale la pena, aunque encontremos muchas angustias, mucho dolor.
PONER EL CORAZÓN EN LAS COSAS DE DIOS
Lo que quiere advertirnos el Señor en esas palabras de la Sagrada Escritura, es que no pongamos el corazón en las cosas de la tierra, porque pasan; o a veces, incluso, poniendo en nuestro corazón a unas personas… esas personas nos pueden lastimar, nos pueden traicionar o se pueden equivocar, porque tú y yo nos equivocamos todos los días, porque somos pecadores, unas pobres criaturas.
Pero, en cambio, Dios no defrauda, “Tú Señor, no defraudas. Tú has cumplido esa promesa de salvarnos cuando por la desobediencia de nuestros primeros padres pecamos todos allí” y también nosotros pecamos; todos nuestros pecados, nuestras culpas que Jesús cargó en la Cruz. Pero vino la promesa, la promesa de Dios y
“llegada la plenitud de los tiempos,”
dice San Pablo a los Gálatas:
“Dios envió a su Hijo único nacido de mujer, nacido bajo la ley para que los que estábamos bajo la ley, pudiésemos vivir la vida de hijos de Dios”.
(Ga 4, 4-5)
CONFÍA EN EL SEÑOR
Por eso apuesta a ganador, confía en Dios, confianza en el Señor. ¡Qué importante es esto para los hijos de Dios! Un hijo, sobretodo cuando es pequeño, confía en su papá y en su mamá, lo que le dicen, el niño se lo cree. O por ejemplo, si un niño, el papá lo pone a cierta altura o tal vez en un mueble y le dice: tírate, yo te recibo en mis brazos, el niño confía y se tira a los brazos de su papá que lo va a agarrar y no pasa que el papá se mueve y deja que el hijo se caiga y se rompa un brazo o se golpee la cabeza; un hijo confía y eso es confíes con fe, es esa fe.
Yo me recuerdo también, a veces, cuando estudiaba en la universidad, entre los amigos antes de entrar a un examen decía: tú ten fe de que te va a ir bien (bueno, fe pero hay que haber estudiado). Pídele al Señor que aumente tu fe y así podremos confiar más en el Señor y poner nuestro corazón en aquellas cosas de arriba, que es a lo que nos llama San Pablo:
“Porque habéis muerto”,
dice
“y vuestra vida está con Cristo, escondida en Dios”.
(Col 3, 3)
¿CÓMO BUSCAS A CRISTO?
Tú, ¿cómo buscas a Cristo todos los días? Tú, ¿cómo te abandonas en los brazos del Señor? Por ejemplo, en esas preocupaciones económicas: debo conseguir dinero para pagar la mensualidad del colegio, universidad, para mis hijos. ¿Cómo voy a hacer con este examen o con este curso que parece que lo voy a desaprobar? Pues dices: “Señor, ayúdame, recurro a Ti, pongo en Tus manos esta preocupación, que a lo mejor no tiene solución o a lo mejor sí, pero lo pongo en Tus manos”.
“Esa Cruz la llevo contigo y pongo de mi parte, me pongo a estudiar, busco la manera de ver si alguien me puede prestar dinero, toco las puertas de alguna persona”. Pienso también en la presencia de Dios, esa es la fe que el Señor nos pide y no únicamente que pongamos nuestra alegría, nuestro corazón en el carro de último modelo que tengo (que es genial tener un auto último modelo, bendito sea el Señor), pero si solamente vivimos para eso, para tener mi súper departamento en el mejor distrito de mi ciudad, para que todos vean lo inteligente que soy o el dinero que tengo…
Pues entonces pasará lo que nos dice el Evangelio, de que el hombre que era rico, que tuvo una gran cosecha y dijo: ¿qué haré, pues no tengo dónde almacenar la cosecha? Pues hizo unos graneros más grandes y
“se dijo a sí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años, descansa, come, bebe, banquetea alegremente…”
(Lc 12, 19)
pero no sabía que esa misma noche el Señor lo iba a llamar para que diera cuentas de lo que había hecho, de dónde había puesto su corazón; en cambio, ¿a quién había confiado? ¿en él mismo? ¿en sus propias fuerzas? ¿en sus grandes cosechas? ¿o en Dios?